«Nos
mostraron una humanidad poco común» (Hch 28, 2).
Doscientos setenta y seis náufragos
llegan a las costas de una isla del Mediterráneo después de dos semanas a la
deriva. Están empapados, extenuados, aterrorizados; han sentido su impotencia
ante las fuerzas de la naturaleza y han visto la muerte cara a cara. Entre
ellos hay un prisionero camino de Roma para someterse al juicio del emperador.
No es una crónica de las noticias de
nuestros días, sino el relato de una experiencia del apóstol Pablo, que es
llevado a Roma a coronar su misión de evangelizador mediante el testimonio del
martirio.
A pesar de su condición de preso y
ayudado por una fe inquebrantable en la Providencia, Pablo ha conseguido
sostener a sus compañeros de desventura hasta que atracan en una playa de
Malta.
Allí los habitantes van a su encuentro, los
reciben en torno a un gran fuego para reconfortarse y luego se desviven por
ellos. Al cabo de unos tres meses, al final del invierno, les dan lo necesario
para reemprender el viaje seguros.
«Nos
mostraron una humanidad poco común».
Pablo y los demás náufragos experimentan
la humanidad cálida y concreta de una población que aún no ha sido alcanzada
por la luz del Evangelio. No es una acogida apresura e impersonal, sino capaz
de ponerse al servicio del huésped sin prejuicios culturales, religiosos ni
sociales. Para ello es indispensable la implicación personal y de toda la
comunidad.
La capacidad de acoger al otro forma
parte del ADN de cualquier persona como criatura que lleva impresa en sí la
imagen del Padre misericordioso, aun cuando la fe cristiana no se haya
encendido aún o esté debilitada. Es una ley grabada en el corazón humano y que
la Palabra de Dios ilumina y refuerza, desde Abraham hasta la sorprendente
revelación de Jesús: «Era forastero y me acogisteis».
El Señor mismo nos ofrece la fuerza de
su gracia para que nuestra frágil voluntad llegue a la plenitud del amor
cristiano.
Con esta experiencia, Pablo nos enseña
también a confiar en la intervención providencial de Dios, a reconocer y
apreciar el bien recibido a través del amor concreto de quienes se cruzan en
nuestro camino.
«Nos
mostraron una humanidad poco común».
Este versículo del libro de los Hechos
de los Apóstoles ha sido propuesto por cristianos de distintas Iglesias de la isla
de Malta como lema para la Semana de oración por la unidad de los cristianos de
2020.
Estas comunidades apoyan conjuntamente
numerosas iniciativas a favor de pobres y migrantes: reparto de comida, ropa y
juguetes para los niños y clases de inglés para favorecer la inserción social. Su
deseo es reforzar la capacidad de acogida, pero también alimentar la comunión
entre cristianos pertenecientes a Iglesias distintas, para testimoniar la misma
fe.
Y nosotros ¿cómo testimoniamos ante los
hermanos el amor de Dios?, ¿cómo contribuimos a formar familias unidas, ciudades
solidarias, comunidades sociales verdaderamente humanas? Esto es lo que Chiara
Lubich nos sugiere:
«Jesús nos demostró que amar significa
acoger al otro tal como es, del modo en que Él nos acogió a cada uno de nosotros.
Acoger al otro, con sus gustos, sus ideas, sus defectos, su diversidad. [...]
Hacerle sitio dentro de nosotros, desalojando de nuestro corazón toda prevención,
juicio e instinto de rechazo. [...] Nunca damos mayor gloria a Dios que cuando nos
esforzamos en aceptar a nuestro prójimo, porque entonces sentamos las bases de
la comunión fraterna, y no hay nada que dé tanta alegría a Dios como la unidad
verdadera entre las personas. La unidad atrae la presencia de Jesús entre
nosotros, y su presencia lo transforma todo. Acerquémonos, pues, a cada prójimo
con este deseo de acogerlo con todo el corazón y de establecer antes o después
el amor recíproco con él».
LETIZIA MAGRI
Se puede acceder a los materiales para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en este ENLACE
No hay comentarios:
Publicar un comentario