«Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4,
13).
Hay momentos en que nos
sentimos contentos, llenos de fuerza, y todo parece fácil y ligero. Otras veces
nos asaltan dificultades que amargan nuestros días. Pueden ser los pequeños
fallos al amar a las personas que tenemos al lado, la incapacidad de compartir
con otros nuestro ideal de vida. O sobreviene una enfermedad, apuros
económicos, desilusiones familiares, dudas y tribulaciones interiores, la
pérdida del trabajo, situaciones de guerra..., situaciones que nos abruman y
parecen no tener salida. Lo que más nos pesa en estas circunstancias es
sentirnos obligados a afrontar solos las pruebas de la vida, sin el apoyo de
alguien capaz de prestarnos una ayuda decisiva.
Pocas personas como el
apóstol Pablo han vivido con tanta intensidad alegrías y dolores, éxitos e
incomprensiones. Pero él supo perseguir con valentía su misión sin caer en el
desánimo. ¿Era un superhéroe? No, se sentía débil, frágil e inepto, pero poseía
un secreto, y así se lo comunica a sus amigos de Filipo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta». Había descubierto en su
vida la presencia constante de Jesús. Incluso cuando todos lo abandonan, Pablo
nunca se siente solo: Jesús permanece cerca de él. Y Él era quien le daba
seguridad y lo empujaba a seguir adelante, a afrontar cualquier adversidad.
Jesús había entrado plenamente en su vida y se había convertido en su fuerza.
De la red |
El secreto de Pablo puede
ser también el nuestro. Todo lo puedo cuando, incluso en medio del sufrimiento,
reconozco y acojo la cercanía misteriosa de Jesús, que se identifica con ese
dolor y carga con él. Todo lo puedo cuando vivo en comunión de amor con otros,
porque entonces Él viene en medio de nosotros, tal como prometió (cf. Mt 18,
20) y me siento sostenido por la fuerza de la unidad. Todo lo puedo cuando
acojo y pongo en práctica las palabras del Evangelio, pues me hacen atisbar el
camino que estoy llamado a recorrer día a día, me enseñan cómo vivir, me dan
confianza.
Tendré la fuerza para
afrontar no solo mis pruebas personales o las de mi familia, sino también las
del mundo que me rodea. Puede parecer una ingenuidad o una utopía, ¡con lo
inmensos que son los problemas de la sociedad y de los pueblos! Y sin embargo,
todo lo podemos con la presencia del Omnipotente; todo y solo el bien que Él,
con su amor misericordioso, ha pensado para mí y para los demás a través de mí.
Y si no se realiza inmediatamente, podemos seguir creyendo con esperanza en el
proyecto de amor de Dios, que abraza la eternidad y se cumplirá de todos modos.
Bastará con trabajar «entre
dos», como enseñaba Chiara Lubich: «Yo no puedo hacer nada en ese caso, por esa
persona querida en peligro o enferma, por esa circunstancia intrincada... Pues
bien, haré lo que Dios quiere de mí en este momento: estudiar bien, barrer
bien, rezar bien, atender bien a mis niños... Y Dios se encargará de desenredar
esa madeja, de consolar a quien sufre, de resolver ese imprevisto. Es un
trabajo entre dos, en perfecta comunión, que requiere de nosotros una fe grande
en el amor de Dios por sus hijos y, por nuestro modo de actuar, le da al mismo
Dios la posibilidad de tener confianza en nosotros. Esta confianza recíproca
obra milagros. Se verá que, donde no llegamos nosotros, llega verdaderamente
Otro que actúa inmensamente mejor que nosotros».
FABIO CIARDI
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