miércoles, 30 de septiembre de 2020

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 9. PREPARAR EL FUTURO JUNTO CON JESUS QUE SANA Y SALVA.

 

Catequesis - “Curar el mundo”: 9. Preparar el futuro junto con Jesús que salva y sana

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las semanas pasadas, hemos reflexionado juntos, a la luz del Evangelio, sobre cómo sanar al mundo que sufre por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado. El malestar estaba: la pandemia lo ha evidenciado más, lo ha acentuado. Hemos recorrido los caminos de la dignidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad, caminos indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Y como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común. En medio de la pandemia que nos aflige, nos hemos anclado en los principios de la doctrina social de la Iglesia, dejándonos guiar por la fe, la esperanza y la caridad. Aquí hemos encontrado una ayuda sólida para ser trabajadores de transformaciones que sueñan en grande, no se detienen en las mezquindades que dividen y hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y mejor.

Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino que se pueda continuar caminando juntos, teniendo «fijos los ojos en Jesús» (Hb 12, 2), como hemos escuchado al principio; la mirada en Jesús que salva y sana al mundo. Como nos muestra el Evangelio, Jesús ha sanado a enfermos de todo tipo (cfr. Mt 9, 35), ha dado la vista a los ciegos, la palabra a los mudos, el oído a los sordos. Y cuando sanaba las enfermedades y las dolencias físicas, sanaba también el espíritu perdonando los pecados, porque Jesús siempre perdona, así como los “dolores sociales” incluyendo a los marginados (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1421). Jesús, que renueva y reconcilia a cada criatura (cfr. 2 Cor 5, 17; Col 1, 19-20), nos regala los dones necesarios para amar y sanar como Él sabía hacerlo (cfr. Lc 10, 1-9; Jn 15, 9-17), para cuidar de todos sin distinción de raza, lengua o nación.

Para que esto suceda realmente, necesitamos contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura. Hemos sido concebidos en el corazón de Dios (cfr. Ef 1, 3-5). «Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno es necesario». Además, cada criatura tiene algo que decirnos de Dios creador (cfr. Enc. Laudato si’69239). Reconocer tal verdad y dar las gracias por los vínculos íntimos de nuestra comunión universal con todas las personas y con todas las criaturas, activa «un cuidado generoso y lleno de ternura» (ibid., 220). Y nos ayuda también a reconocer a Cristo presente en nuestros hermanos y hermanas pobres y sufrientes, a encontrarles y escuchar su clamor y el clamor de la tierra que se hace eco (cfr. ibid., 49).

Interiormente movilizados por estos gritos que nos reclaman otra ruta (cfr. ibid., 53), reclaman cambiar, podremos contribuir a la nueva sanación de las relaciones con nuestros dones y nuestras capacidades (cfr. ibid., 19). Podremos regenerar la sociedad y no volver a la llamada “normalidad”, que es una normalidad enferma, en realidad enferma antes de la pandemia: ¡la pandemia lo ha evidenciado! “Ahora volvemos a la normalidad”: no, esto no va porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degrado ambiental. La normalidad a la cual estamos llamados es la del Reino de Dios, donde «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11, 5). Y nadie se hace pasar por tonto mirando a otro lado. Esto es lo que debemos hacer, para cambiar. En la normalidad del Reino de Dios el pan llega a todos y sobra, la organización social se basa en el contribuir, compartir y distribuir, no en el poseer, excluir y acumular (cfr. Mt 14, 13-21). El gesto que hace ir adelante a una sociedad, una familia, un barrio, una ciudad, todos, es el de darse, dar, que no es dar una limosna, sino que es un darse que viene del corazón. Un gesto que aleja el egoísmo y el ansia de poseer. Pero la forma cristiana de hacer esto no es una forma mecánica: es una forma humana. Nosotros no podremos salir nunca de la crisis que se ha evidenciado por la pandemia, mecánicamente, con nuevos instrumentos —que son importantísimos, nos hacen ir adelante y de los cuales no hay que tener miedo—, sino sabiendo que los medios más sofisticados podrán hacer muchas cosas pero una cosa no la podrán hacer: la ternura. Y la ternura es la señal propia de la presencia de Jesús. Ese acercarse al prójimo para caminar, para sanar, para ayudar, para sacrificarse por el otro.

Así es importante esa normalidad del Reino de Dios: que el pan llegue a todos, que la organización social se base en el contribuir, compartir y distribuir, con ternura, no en el poseer, excluir y acumular. ¡Porque al final de la vida no llevaremos nada a la otra vida!

Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la sanidad, a la tecnología, a la educación: millones de niños no pueden ir al colegio, y así sucesivamente la lista. Estas injusticias no son naturales ni inevitables. Son obras del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más profundos.  El derroche de la comida que sobra: con ese derroche se puede dar de comer a todos. Y esto ha hecho perder la esperanza en muchos y ha aumentado la incertidumbre y la angustia. Por esto, para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus —¡que es importante!—, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos. No hay que esconderlos, haciendo una capa de pintura para que no se vean. Y ciertamente no podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará, porque no puede hacerlo, incluso si ciertos falsos profetas siguen prometiendo “el efecto cascada” que no llega nunca. Habéis escuchado vosotros, el teorema del vaso: lo importante es que el vaso se llene y así después cae sobre los pobres y sobre los otros, y reciben riquezas. Pero esto es un fenómeno: el vaso empieza a llenarse y cuando está casi lleno crece, crece y crece y no sucede nunca la cascada. Es necesario estar atentos.

Tenemos que ponernos a trabajar con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social en la que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares. Tenemos que ir adelante con la ternura. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana. Una sociedad participativa —donde a los “últimos” se les tiene en consideración igual que a los “primeros”— refuerza la comunión. Una sociedad donde se respeta la diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus.

Ponemos este camino de sanación bajo la protección de la Virgen María, Virgen de la Salud. Ella, que llevó en el vientre a Jesús, nos ayude a ser confiados. Animados por el Espíritu Santo, podremos trabajar juntos por el Reino de Dios que Cristo ha inaugurado en este mundo, viniendo entre nosotros. Es un Reino de luz en medio de la oscuridad, de justicia en medio de tantos ultrajes, de alegría en medio de tantos dolores, de sanación y de salvación en medio de las enfermedades y la muerte, de ternura en medio del odio. Dios nos conceda “viralizar” el amor y globalizar la esperanza a la luz de la fe.


Saludos

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. De modo particular, saludo al grupo de sacerdotes del Pontificio Colegio Mexicano, que siguen aquí en Roma su formación integral, para conformarse cada día más a Cristo Buen Pastor.

Hoy hacemos memoria de san Jerónimo, un estudioso apasionado de la Sagrada Escritura, que hizo de ella el motor y el alimento de su vida. Que su ejemplo nos ayude también a nosotros a leer y conocer la Palabra de Dios, «porque ignorar las Escrituras ―decía él―  es ignorar a Cristo». Que el Señor los bendiga.


Llamamiento

Hoy he firmado la Carta apostólica «Sacrae Scripturae affectus», en el 16° centenario de la muerte de San Jerónimo.

El ejemplo de este gran doctor y padre de la Iglesia, que puso la Biblia en el centro de su vida, suscite en todos un amor renovado por la Sagrada Escritura y el deseo de vivir en diálogo personal con la Palabra de Dios.


Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis anteriores hemos reflexionado, a la luz del Evangelio, sobre cómo curar el mundo que sufre. Los caminos a seguir son la solidaridad y la subsidiariedad, indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Como discípulos de Jesús, seguimos su ejemplo optando por los pobres, haciendo un uso adecuado de los bienes y cuidando nuestra casa común.

Como vemos en el Evangelio, Jesús curó enfermos de todo tipo y, cuando curaba los males físicos, sanaba también el espíritu con el perdón de los pecados, así como los “dolores sociales”, incluyendo a los marginados. También a nosotros Jesús nos concede los dones necesarios para amar y curar como Él lo hizo, acogiendo a todos sin distinción de raza, lengua o nación.

En medio de la pandemia que nos aflige, comprobamos cómo un pequeño virus continúa causando heridas profundas y desenmascarando nuestra fragilidad física, social y espiritual. También pone en evidencia la desigualdad que reina en el mundo, que ha hecho crecer en muchas personas la incertidumbre, la angustia y la falta de esperanza. En este contexto, con la mirada fija en Jesús, estamos llamados a construir la normalidad del Reino de Dios: donde el pan llega a todos y sobra, y la organización social se basa en contribuir, compartir y distribuir.

AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO

Patio de San Dámaso.

Miércoles, 30 de septiembre de 2020

FUENTE: VATICAN_VA

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE “CURAR EL MUNDO”:

 

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 1. INTRODUCCION.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 2. FE Y DIGNIDAD HUMANA.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 3 LA OPCION PREFERENCIAL POR LOS POBRES Y LA VIRTUD DE LA CARIDAD.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 4. EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES Y LA VIRTUD DE LA ESPERANZA.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 5. LA SOLIDARIDAD Y LA VIRTUD DE LA FE.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 6 AMOR Y BIEN COMÚN.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 7 CUIDADO DE LA CASA COMÚN Y ACTITUD CONTEMPLATIVA.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 8. SUBSIDIARIEDAD Y VIRTUD DE LA ESPERANZA.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 9. PREPARAR EL FUTURO JUNTO CON JESUS QUE SANA Y SALVA.


martes, 29 de septiembre de 2020

EL EVANGELIO: LUGAR DE ENCUENTRO CON LA MISERICORDIA DE DIOS.

Por otra parte, tanto los Pastores como todos los fieles que acompañen a sus hermanos en la fe o en un camino de apertura a Dios, no pueden olvidar lo que con tanta claridad enseña el Catecismo de la Iglesia católica: «La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales».

Por lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas.

Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” (nº44)

Papa Francisco.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 8. SUBSIDIARIEDAD Y VIRTUD DE LA ESPERANZA.

Catequesis - “Curar el mundo”: 8. Subsidiariedad y virtud de la esperanza

Queridos hermanos y hermanas, ¡parece que el tiempo no es muy bueno, pero os digo buenos días igualmente!

Para salir mejores de una crisis como la actual, que es una crisis sanitaria y al mismo tiempo una crisis social, política y económica, cada uno de nosotros está llamado a asumir su parte de responsabilidad, es decir compartir la responsabilidad. Tenemos que responder no solo como individuos, sino también a partir de nuestro grupo de pertenencia, del rol que tenemos en la sociedad, de nuestros principios y, si somos creyentes, de la fe en Dios. Pero a menudo muchas personas no pueden participar en la reconstrucción del bien común porque son marginadas, son excluidas o ignoradas; ciertos grupos sociales no logran contribuir porque están ahogados económica o políticamente. En algunas sociedades, muchas personas no son libres de expresar la propia fe y los propios valores, las propias ideas: si las expresan van a la cárcel. En otros lugares, especialmente en el mundo occidental, muchos auto-reprimen las propias convicciones éticas o religiosas. Pero así no se puede salir de la crisis, o en cualquier caso no se puede salir mejores. Saldremos peores.

Para que todos podamos participar en el cuidado y la regeneración de nuestros pueblos, es justo que cada uno tenga los recursos adecuados para hacerlo (cfr. Compendio de la doctrina social de la Iglesia [CDSC], 186). Después de la gran depresión económica de 1929, el Papa Pío XI explicó lo importante que era para una verdadera reconstrucción el principio de subsidiariedad (cfr. Enc. Quadragesimo anno, 79-80). Tal principio tiene un doble dinamismo: de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Quizá no entendamos qué significa esto, pero es un principio social que nos hace más unidos.

Por un lado, y sobre todo en tiempos de cambio, cuando los individuos, las familias, las pequeñas asociaciones o las comunidades locales no son capaces de alcanzar los objetivos primarios, entonces es justo que intervengan los niveles más altos del cuerpo social, como el Estado, para proveer los recursos necesarios e ir adelante. Por ejemplo, debido al confinamiento por el coronavirus, muchas personas, familias y actividades económicas se han encontrado y todavía se encuentran en grave dificultad, por eso las instituciones públicas tratan de ayudar con apropiadas intervenciones sociales, económicas, sanitarias: esta es su función, lo que deben hacer.

Pero por otro lado, los vértices de la sociedad deben respetar y promover los niveles intermedios o menores. De hecho, la contribución de los individuos, de las familias, de las asociaciones, de las empresas, de todos los cuerpos intermedios y también de las Iglesias es decisiva. Estos, con los propios recursos culturales, religiosos, económicos o de participación cívica, revitalizan y refuerzan el cuerpo social (cfr. CDSC, 185). Es decir, hay una colaboración de arriba hacia abajo, del Estado central al pueblo y de abajo hacia arriba: de las asociaciones populares hacia arriba. Y esto es precisamente el ejercicio del principio de subsidiariedad.

Cada uno debe tener la posibilidad de asumir la propia responsabilidad en los procesos de sanación de la sociedad de la que forma parte. Cuando se activa algún proyecto que se refiere directa o indirectamente a determinados grupos sociales, estos no pueden ser dejados fuera de la participación. Por ejemplo: “¿Qué haces tú? —Yo voy a trabajar por los pobres. —Qué bonito, y ¿qué haces? —Yo enseño a los pobres, yo digo a los pobres lo que deben hacer”. —No, esto no funciona, el primer paso es dejar que los pobres te digan cómo viven, qué necesitan: ¡Hay que dejar hablar a todos! Es así que funciona el principio de subsidiariedad. No podemos dejar fuera de la participación a esta gente; su sabiduría, la sabiduría de los grupos más humildes no puede dejarse de lado (cfr. Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia [QA], 32; Enc. Laudato si’, 63). Lamentablemente, esta injusticia se verifica a menudo allí donde se concentran grandes intereses económicos o geopolíticos, como por ejemplo ciertas actividades extractivas en algunas zonas del planeta (cfr. QA9.14). Las voces de los pueblos indígenas, sus culturas y visiones del mundo no se toman en consideración. Hoy, esta falta de respeto del principio de subsidiariedad se ha difundido como un virus. Pensemos en las grandes medidas de ayudas financieras realizadas por los Estados. Se escucha más a las grandes compañías financieras que a la gente o aquellos que mueven la economía real. Se escucha más a las compañías multinacionales que a los movimientos sociales. Queriendo decir esto con el lenguaje de la gente común: se escucha más a los poderosos que a los débiles y este no es el camino, no es el camino humano, no es el camino que nos ha enseñado Jesús, no es realizar el principio de subsidiariedad. Así no permitimos a las personas que sean «protagonistas del propio rescate». En el subconsciente colectivo de algunos políticos o de algunos sindicalistas está este lema: todo por el pueblo, nada con el pueblo. De arriba hacia abajo pero sin escuchar la sabiduría del pueblo, sin implementar esta sabiduría en el resolver los problemas, en este caso para salir de la crisis. O pensemos también en la forma de curar el virus: se escucha más a las grandes compañías farmacéuticas que a los trabajadores sanitarios, comprometidos en primera línea en los hospitales o en los campos de refugiados. Este no es un buen camino. Todos tienen que ser escuchados, los que están arriba y los que están abajo, todos.

Para salir mejores de una crisis, el principio de subsidiariedad debe ser implementado, respetando la autonomía y la capacidad de iniciativa de todos, especialmente de los últimos. Todas las partes de un cuerpo son necesarias y, como dice San Pablo, esas partes que podrían parecer más débiles y menos importantes, en realidad son las más necesarias (cfr. 1 Cor 12, 22). A la luz de esta imagen, podemos decir que el principio de subsidiariedad permite a cada uno asumir el propio rol para el cuidado y el destino de la sociedad. Aplicarlo, aplicar el principio de subsidiariedad da esperanza, da esperanza en un futuro más sano y justo; y este futuro lo construimos juntos, aspirando a las cosas más grandes, ampliando nuestros horizontes. O juntos o no funciona. O trabajamos juntos para salir de la crisis, a todos los niveles de la sociedad, o no saldremos nunca. Salir de la crisis no significa dar una pincelada de barniz a las situaciones actuales para que parezcan un poco más justas. Salir de la crisis significa cambiar, y el verdadero cambio lo hacen todos, todas las personas que forman el pueblo. Todos los profesionales, todos. Y todos juntos, todos en comunidad. Si no lo hacen todos el resultado será negativo.

En una catequesis precedente hemos visto cómo la solidaridad es el camino para salir de la crisis: nos une y nos permite encontrar propuestas sólidas para un mundo más sano. Pero este camino de solidaridad necesita la subsidiariedad. Alguno podrá decirme: “¡Pero padre hoy está hablando con palabras difíciles! Pero por esto trato de explicar qué significa. Solidarios, porque vamos en el camino de la subsidiariedad. De hecho, no hay verdadera solidaridad sin participación social, sin la contribución de los cuerpos intermedios: de las familias, de las asociaciones, de las cooperativas, de las pequeñas empresas, de las expresiones de  la sociedad civil. Todos deben contribuir, todos. Tal participación ayuda a prevenir y corregir ciertos aspectos negativos de la globalización y de la acción de los Estados, como sucede también en el cuidado de la gente afectada por la pandemia. Estas contribuciones “desde abajo” deben ser incentivadas. Pero qué bonito es ver el trabajo de los voluntarios en la crisis. Los voluntarios que vienen de todas las partes sociales, voluntarios que vienen de las familias acomodadas y que vienen de las familias más pobres. Pero todos, todos juntos para salir. Esta es solidaridad y esto es el principio de subsidiariedad.

Durante el confinamiento nació de forma espontánea el gesto del aplauso para los médicos y los enfermeros y las enfermeras como signo de aliento y de esperanza. Muchos han arriesgado la vida y muchos han dado la vida. Extendemos este aplauso a cada miembro del cuerpo social, a todos, a cada uno, por su valiosa contribución, por pequeña que sea. “¿Pero qué podrá hacer ese de allí? —Escúchale, dale espacio para trabajar, consúltale”. Aplaudimos a los “descartados”, los que esta cultura califica de “descartados”, esta cultura del descarte, es decir aplaudimos a los ancianos, a los niños, las personas con discapacidad, aplaudimos a los trabajadores, todos aquellos que se ponen  al servicio. Todos colaboran para salir de la crisis. ¡Pero no nos detengamos solo en el aplauso! La esperanza es audaz, así que animémonos a soñar en grande. Hermanos y hermanas, ¡aprendamos a soñar en grande! No tengamos miedo de soñar en grande, buscando los ideales de justicia y de amor social que nacen de la esperanza. No intentemos reconstruir el pasado, el pasado es pasado, nos esperan cosas nuevas. El Señor ha prometido: “Yo haré nuevas todas las cosas”. Animémonos a soñar en grande buscando estos ideales, no tratemos de reconstruir el pasado, especialmente el que era injusto y ya estaba enfermo. Construyamos un futuro donde la dimensión local y la global se enriquecen mutuamente —cada uno puede dar su parte, cada uno debe dar su parte, su cultura, su filosofía, su forma de pensar—, donde la belleza y la riqueza de los grupos menores, también de los grupos descartados, pueda florecer porque también allí hay belleza, y donde quien tiene más se comprometa a servir y dar más a quien tiene menos.




Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. ¡Son tantos hoy! En estos días se han cumplido cinco años de mi viaje apostólico a Cuba. Saludo a mis hermanos Obispos y a todos los hijos e hijas de esa amada tierra. Les aseguro mi cercanía y mi oración. Pido al Señor, por intercesión de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, que los libre y alivie en estos momentos de dificultad que atraviesan a causa de la pandemia. Y a todos, que el Señor nos conceda construir juntos, como familia humana, un futuro de esperanza, en el que la dimensión local y la dimensión global se enriquezcan mutuamente, florezca la belleza y se construya un presente de justicia donde todos se comprometan a servir y a compartir.  Que Dios los bendiga a todos.




Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

La crisis actual no es sólo crisis sanitaria sino también crisis social, política y económica. Para salir de ella todos estamos llamados, individual y colectivamente, a asumir nuestra propia responsabilidad. Pero constatamos, sin embargo, que hay personas y grupos sociales que no pueden participar en esta reconstrucción del bien común, porque son marginados, excluidos, ignorados, y muchos de ellos sin libertad para expresar su fe y sus valores. 

La Palabra de Dios que hemos escuchado nos recuerda cómo todas las partes del cuerpo, sin excepción, son necesarias. A la luz de esta imagen de san Pablo, vemos también cómo la subsidiariedad es indispensable, porque promueve una participación social, a todo nivel, que ayuda a prevenir y corregir los aspectos negativos de la globalización y de la acción de los gobiernos. 

Por eso, el camino para salir de esta crisis es la solidaridad, que necesita ir acompañada de la subsidiariedad, que es el principio que favorece que cada uno ejercite el papel que le corresponde en la tarea de cuidar y preparar el futuro de la sociedad, en el proceso de regeneración de los pueblos a los que pertenece. Nadie puede quedarse fuera. La injusticia provocada por intereses económicos o geopolíticos tiene que terminar, y dar paso a una participación equitativa y respetuosa.

AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO

Patio de San Dámaso.

Miércoles, 23 de septiembre de 2020

FUENTE: VATICAN_VA

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE “CURAR EL MUNDO”:

 

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 1. INTRODUCCION.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 2. FE Y DIGNIDAD HUMANA.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 3 LA OPCION PREFERENCIAL POR LOS POBRES Y LA VIRTUD DE LA CARIDAD.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 4. EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES Y LA VIRTUD DE LA ESPERANZA.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 5. LA SOLIDARIDAD Y LA VIRTUD DE LA FE.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 6 AMOR Y BIEN COMÚN.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 7 CUIDADO DE LA CASA COMÚN Y ACTITUD CONTEMPLATIVA.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 8. SUBSIDIARIEDAD Y VIRTUD DE LA ESPERANZA.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 9. PREPARAR EL FUTURO JUNTO CON JESUS QUE SANA Y SALVA.


martes, 22 de septiembre de 2020

EL EVANGELIO: FIDELIDAD DE LA IGLESIA EN SU TRANSMISIÓN.

En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas. Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida. Santo Tomás de Aquino destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios «son poquísimos». Citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre». Esta advertencia, hecha varios siglos atrás, tiene una tremenda actualidad. Debería ser uno de los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de su predicación que permita realmente llegar a todos.

Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” (nº43)

Papa Francisco.

lunes, 21 de septiembre de 2020

MIGUEL ROMERO ROJAS. MARTIR DE GRANADA DEL SIGLO XX.

 

15 Miguel Romero Rojas.

El más joven de nuestros mártires es malagueño. Nació el 26 de diciembre de 1911 en Coín (Málaga).

Comenzó sus estudios en el Seminario de Málaga y pasó al Seminario de Granada en 1929 para hacer el segundo curso de filosofía y el resto de los estudios. Recibió las diversas ordenaciones menores y mayores en pocos meses: la tonsura el 5 de abril de 1935 y el presbiterado el 14 de junio de 1936 incardinado a la Iglesia de Granada. Tenía 24 años.

Marchó a Coín para su primera misa a la que siguieron otras 25 celebraciones. No hubo ocasión para que recibiera nombramiento pastoral: el Señor quiso que fuera sacerdote para la celebración de esas eucaristías. Fue detenido el 25 de julio o 1 de agosto según diversos testigos, llevando a la cárcel sólo su rosario y su crucifijo. Según testimonio escrito de un compañero de prisión, hizo una gran labor sacerdotal con los compañeros: no desperdiciaba un momento y trabajaba sin descanso para llevarnos a Dios; y lo hacía tanto estando todos reunidos como con cada uno en particular. Confesó a varios de los presos y se mostraba plenamente satisfecho al desempeñar su ministerio sacerdotal. No tuvo ni un momento de tristeza cuando hablábamos de lo que nos podía suceder; sólo le preocupaba el que alguno no quisiera oír la voz de Dios y que pudiera perderse algún alma… a veces al pensar en su madre decía: Lo único que siento es lo sola y desamparada que queda mi madre… pero el Señor se encargará de protegerla y consolarla. El 11 de agosto, de madrugada, fue llamado para ser asesinado.

Según ese testigo, cuando lo llamaron dijo que no le importaba morir y cogió su crucifijo que lo acompañó en su muerte. Hay un testimonio de que fue enterrado vivo hasta la cabeza y se intentó que lo pisoteara un caballo. Al fin murió por arma de fuego en un lugar llamado Fuente del Sol en la carretera de Coín a Cártama. Enterrado primero en el cementerio de Alhaurín el Grande, fue exhumado, se le encontró el crucifijo en el bolsillo de la chaqueta y las manos atadas con alambre. Recibió sepultura definitiva en el cementerio de Coín.

FUENTE: NOTICIAS DIÓCESIS DE GRANADA.

sábado, 19 de septiembre de 2020

CAYETANO GIMÉNEZ MARTÍN Y COMPAÑEROS MÁRTIRES DEL SIGLO XX DE GRANADA.

"Siervos de Dios Mártires de Granada"
El Papa Francisco ya ha firmado el decreto autorizando su próxima beatificación
El Papa reconoció en noviembre de 2019, el «martirio por odio de la fe» de 16 granadinos que fueron asesinados entre julio y septiembre de 1936, el grupo lo encabeza el  sacerdote diocesano de Granada Cayetano Giménez Martín, párroco de la Encarnación y arcipreste de Loja, junto a otros 15 compañeros mártires de la persecución religiosa en España en los años 1936-1939. Casi todos eran sacerdotes, salvo un laico y un seminarista.

La ceremonia de beatificación, propuesta en un principio para el 23 de marzo de 2020, ha sido pospuesta con motivo de la pandemia del Covid19, hasta nuevo aviso. 


1 Cayetano Giménez Martín. Nació en Alfornón, pequeño anejo del municipio alpujarreño de Sorvilan (Granada), el 27 de noviembre de 1966. Ordenado el  31 de mayo de 1890. Entre otras parroquias estuvo en Albolodúy. En septiembre de 1911 fue nombrado párroco arcipreste de la iglesia de la Encarnación de Loja. Sufrió el martirio la noche del 9 de agosto de 1936 a los 70 años, en el cementerio de Loja.
2 José Becerra Sánchez. Nació el 7 de marzo de 1875 en Alhama de Granada (Granada). Recibe el sacramento del presbiterado el 26 de marzo de 1902. Fue coadjutor de las parroquias de Santa Catalina de Loja, Padul y desde mayo de 1922 en la parroquia de su pueblo natal Alhama de Granada, hasta que sufrió martirio a los 61 años, en la capital de Málaga, donde fue encontrado su cadáver el 19 de septiembre de 1936.

3 José Jiménez Reyes. Nació en Santafé (Granada),  el 20 de septiembre de 1889. A los 13 años ingresa en el Seminario de San Cecilio. Fue ordenado presbítero el 27 de febrero de 1915. Ocupó varias parroquias granadinas, siendo su último destino fue el de coadjutor de la parroquia de Santa Catalina de la ciudad de Loja y encargado  de la pequeña localidad de Riofrío. Sufrió martirio el 1 de agosto de 1936 a los 47 años, en el cementerio de Loja.
4 Pedro Ruiz de Valdivia. Nació en Huetor Vega (Granada), el 30 de diciembre de 1872. El 30 de mayo de 1896. Fue coadjutor de las parroquias Santafé y la Zubia y ecónomo de las de San José y Santa Ana de la ciudad de Granada. En mayo de 1936 fue nombrado párroco arcipreste de la Ciudad de Alhama de Granada. Celebró su ultima eucaristía el 25 de julio de 1936. El 27 de julio fue conducido a la cárcel junto a su coadjutor, José Frias Ruiz. Sufrió martirio ell día 30 de julio de1936 a los 64 años, frente al cortijo de Ciruelo.

5 Francisco Morales Valenzuela. Nació el 22 de noviembre de 1877 en la ciudad de Alhama de Granada (Granada). El 6 de junio de 1900 fue ordenado presbítero. Fue párroco de Beas de Granada, de Quentar. Posteriormente recibió del nombramiento de sacerdote adjunto de la parroquia de Alhama de Granada donde recibió el martirio a los  59 años de edad. Su cadáver fue encontrado el 1 de agosto de 1936 en la calle de la iglesia parroquial, junto a la sacristía.

6 José Frías Ruiz. Nació el 20 de abril de 1902 en el pueblo de Comares (Málaga). Ingresó en el seminario de Málaga, aunque concluyó sus estudios de filosfía y Teología en el Seminario de Granada. El 25 de mayo de 1929 recibió el sacramento del orden sacerdotal en la Catedral de Granada. Su único ministerio pastoral fue el de vicario de la Iglesia de Alhama de Granada. Sufrió martirio el Siervo de Dios el 30 de agosto de 1936 a los 34 años, frente al cortijo del Ciruelo.

7 Manuel Vázquez Alfalla. Nació el 14 de julio de 1863 en Motril (Granada).. Comenzó sus estudios eclesiásticos  en 1887, recibiendo el sacramento del presbiterado el 17 de diciembre de 1892. Sirvió pastoralmente en la Iglesia Mayor de Motril, coadjutor de la parroquia de Salobreña. Ejerció su ministerio también en Argentina, en la parroquia de la Inmaculada de Buenos Aires, volviendo de nuevo a Motril en 1922, ejerciendo en la Iglesia Mayor de la Encarnación de Motril hasta que fue detenido cuando iba a celebrar la santa misa en el día festivo de Santiago Apóstol. Sufrió martirio el 25 de julio de 1936 en Motril a los 73 años de edad
8 Ramón Cervilla Luis. Nació el 29 de marzo de 1865 en la ciudad de Almuñecar (Granada). Fue ordenado presbítero el 1 de marzo de 1890. Fue coadjutor de Almuñecar, Jete y Zujaira. Prestó sus servicios ministeriales en Argentina en las iglesias de San Justo y Coronada en la provincia de Santafé. A su vuelta a España fijó su residencia en Almuñecar, su ciudad natal. Ya detenido, fue conducido el 17 de agosto de 1936 en un coche camino de Cementerio, donde sufrió martirio a los 71 años de edad.
9 Lorenzo Palomino Villaescusa. Nació el 22 de agosto de 1867 en la ciudad de Salobreña (Granada). El 22 de octubre de 1888 ingresa en el seminario de San Cecilio, siendo ordenado presbítero el 9 de marzo 1895. Su primer destino fue el de coadjutor en la parroquia de Adra (Almería), a los pocos meses volvió como coadjutor a la parroquia de Salobrreña, su pueblo natal. Se desplazo a Argentina donde ocupo el cargo de vicario cooperador en la parroquia del Pilar de la ciudad  de Córdoba (Argentina). En 1918 vuelve a su ciudad natal, como vicario parroquial y encargado de Lobres. Sufrió martirio a los 69 años de edad.
10 José Antonio Rescalvo Ruiz. Nació el 20 de mayo de 1880 en el pueblo alpujarreño de Juviles (Granada). En 1894 ingresa en el Seminario de San Cecilio y después de su ordenación fue cura ecónomo de Castell de Ferro y encargado de Calahonda. Posterioremente fue nombrado párroco de Pampaneira y después de Trevelez. El 29 de septiembre de 1936 fue detenido y conducido delante del comité popular, siendo fusilado a los pocos metros del cortijo donde se hallaba cobijado. Sufrió martirio a los 56 años de edad.
11 Manuel Vilches Montalvo. Nació en Moreda (Granada) el 5 de junio de 1889.Inicia sus estudios eclesiásticos en el seminario diocesano de San Torcuato de la diócesis de Guadix. El arzobispo D. Jose Meseguer y Costa le confiere el orden del presbiteriado el 6 de junio de 1914. Su primer destino es coadjutor de Baza, después de destinos en la Catedra accitana fue nombrado párroco de Iznalloz (Granada). Despues de los asedios deell 29 de abril de 1936 a la iglesia de Iznalloz, el Siervo de Dios se protegió en Moreda en la casa de su hermano. Fue detenido el 7 de marzo de 1937, después de despedirse de su familia. Sufrió martirio a los 47 años de edad.
12 José María Polo Rejón. Nació el 28 de febrero de 1890 en el pueblo de Monachil (Granada). En 1904 inicia sus estudios eclesiásticos en el seminario de San Cecilio, siendo ordenado presbítero el 21 de diciembre de 1918. Su primer destino fue de coadjutor en la parroquia de Zujaira. Después ocupó los cargos de coadjutor en la parroquia de Santa Catalina de Loja, ecónomo en la parroquia de Santa Cruz del Comercio y párroco en la parroquia de Domingo Pérez. Cuando fue detenido el 6 de agosto de 1936 era párroco de Arenas del Rey y encargado de la de Fornes. Sufrió martirio a los 46 años de edad.

13 Juan Bazaga Palacios. Nació el 8 de diciembre de 1904 en el pueblo malagueño de Villa de Benamargosa. Cursó sus estudios eclesiásticos en el Seminario de San Sebastian y Santo Tomás de Aquino de Málaga y la ordenación sacerdotal la recibió el Siervo de Dios el 21 de septiembre de 1929. Su primer destino pastoral fue en Capileira. En abril de 1936 fue destinado a la Herradura (Granada). El 11 de agosto de 1936 fue fusilado en un solitario barranco no muy alejado de su pueblo natal, en un lugar denominado “Rosal de la Fuente Santa”. Sufrió el martirio a los 32 años de edad.


14 Antonio Caba Pozo. Nació el 1 de diciembre de 1914 en Lanjarón (Granada). Inició sus estudios eclesiásticos en el Seminario de San Cecilio de Granada en 1927, que no llegaría a concluir. Según refiere en algunas de sus cartas “Estudio mucho, para salvar  muchas almas; que yo también quiero ser santo”. Fue detenido el 19 de julio de 1936, cuando pasaba unos días de descanso en e pueblo granadino de Domingo Pérez. Sufrió martirio en la carretera de Lanjarón a Órgiva, cerca de la Venta del Buñuelo el 21 de julio de 1936. Tenía el mártir de Dios en el momento de su martirio 21 años.

15 Miguel Romero Rojas. Nació el 26 de diciembre de 1911 en la ciudad de Coín de Málaga. Fue ordenado sacerdote en el seminario granadino el 14 de junio de 1936. Fue encarcelado el 4 de agosto y martirizado el 11 de ese mismo mes, de madrugada, en la carretera de Coín a Cártama, en el lugar llamado “Fuente del Sol”. Tenía el mártir de Dios 25 años cuando sufrió martirio por ser ministro de Dios.

16 José Muñoz Calvo. Nació el Siervo de Dios el 16 de octubre de 1913. Joven culto y piadoso fue elegido presidente de los Jóvenes de Acción Católica. El 27 de julio de 1936 fue detenido en su casa, para prestar declaración ante el comité, donde acudió sin resistencia. Fue detenido y en la cárcel se encontró con sus compañeros de martirio. Sufrió martirio el 30 de julio a los 23 años de edad, en la carretera de Loja.

La relación y el orden de los mártires está tomada de la noticia “La Santa Sede promulgael Decreto para la Beatificación de 16 mártires granadinos” del servicio de noticias de la Archidiócesis de Granada.

viernes, 18 de septiembre de 2020

ANTONIO CABA POZO. MARTIR DE GRANADA DEL SIGLO XX.

 

14 Antonio Caba Pozo.

Nació el 1 de diciembre de 1914 en Lanjarón.

Hizo sus estudios en el Seminario de San Cecilio donde entró en 1927. En los cursos 1934-35 y 1935-36 hizo los dos primeros años de teología y compaginó los estudios con el servicio militar. Era un seminarista especialmente dotado intelectual y espiritualmente. Conservamos muestras de su espíritu en diversas cartas a su hermana: “¡Si vieras qué dicha es servir a Jesús, amar a Jesús! Este es mi camino; y cada día estoy más contento con mi vocación. A mí nada me ilusiona: ni riquezas, ni carreras, ni dignidades, sólo Jesús es mi tesoro y la salvación de las almas mi vida…” También escribía a sus comadres: “Pretendo con esta cartita felicitar a mi comadre Dolores, deseándole cuantos bienes de gracia pueda poseer un alma en esta vida, y nada más. ¡Para qué han de estimarse salud, riquezas y honores, poseyendo a Cristo y estando en su gracia…! Que los demás bienes se nos darán por añadidura, ¡bendito sea Dios! Y si no se nos dan, ¡también sea bendito!”.

El Siervo de Dios llevaba una intensa vida apostólica con los jóvenes de Lanjarón, también desde el Seminario por medio de cartas. En una ocasión al terminar un acto de despedida de curso, sube al escenario y con entusiasmo se dirige al público: “Estos queridos jóvenes nuestros, dentro de poco tiempo dejarán el pueblo y se marcharán lejos; en la soledad de la garita, cuando estén de guardia, sacarán el retrato de su novia y de su madre que guardan con amor en sus carteras. Hacedlo, sí, y amadlas mucho, pero llevad también y besad la medalla de la Virgen, que es la mejor de las madres y que Ella os acompañe y proteja”.

Tuvo el acompañamiento espiritual del Padre Payán, jesuita con fama de santidad, que era el director espiritual del Seminario. El Siervo de Dios, decidido a una mayor entrega en el seguimiento de Cristo, quiso ser jesuita. A punto de marchar al noviciado de la Compañía de Jesús que estaba en Bélgica, ya en la estación de ferrocarril cedió a los ruegos insistentes de su padre de que terminara sus estudios, recibiera el presbiterado, diera a su familia la alegría de su primera misa y, después, dispusiera de su vida y ministerio donde él quisiera. Al fin, cede, pierde el billete y vuelve a casa. Fue una noche sin dormir, rezando y llorando. Dios llevaría su ansia de perfección por otro camino: el del martirio.

En el verano de 1936 pasaba en Lanjarón las vacaciones y estaban pasando unos días con él dos compañeros que después serían sacerdotes del presbiterio granadino: Juan Camacho e Ignacio Sánchez Ontiveros. El día 19 de julio fue detenido y llevado a la cárcel con otras personas entre ellas el Párroco, Antonio Barea. Allí sufrió toda clase de amenazas. El Siervo de Dios se dirigía a los carceleros: “¿Es que no recordáis lo que Sor Joaquina nos enseñaba cuando estábamos en el colegio? Yo sí lo recuerdo y quisiera que vosotros también lo tuvierais presente. Lo que yo os aseguro es que si nos matáis, nos abriréis a nosotros de par en par las puertas del cielo, mientras os las cerráis a vosotros mismos”.

A primera hora de la mañana del día 21, se sintieron disparos que indicaban cómo llegaban fuerzas por el oeste desde Granada. A toda prisa fueron sacados los presos camino de Órgiva. Antonio rezaba el rosario: “ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte… Reina de los mártires, ruega por nosotros”. Pero en el camino, todavía a la vista del pueblo, la mayoría de los presos aprovechó el desorden y se fugaron dejándose caer hacia el barranco. No lo hizo el Siervo de Dios ni el médico. Antonio se dirige a los guardianes: “matadme cuando queráis que yo muero por Jesucristo”. Una descarga de perdigones le destroza su rostro y su cabeza toda y cae al suelo inconsciente y bañado en su sangre. Pero no muere. Muy mal herido, es recogido y rápidamente trasladado a Granada. En el hospital de San Juan de Dios diagnosticaron lo irreversible de su situación, le hicieron una cura de urgencia y lo volvieron a Lanjarón para que muriera en su tierra. Se le administra la Unción de Enfermos y sobre la una muere a esta vida y nace para la eterna. Sus restos reposan en el cementerio de Lanjarón.

FUENTE: NOTICIAS DIÓCESIS DE GRANADA.