Catequesis
- “Curar el mundo”: 5. La solidaridad y la virtud de la fe.
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Después de tantos meses
retomamos nuestro encuentro cara a cara y no pantalla a pantalla. Cara a cara.
¡Esto es bonito! La pandemia actual ha
puesto de relieve nuestra interdependencia: todos estamos vinculados, los unos
con los otros, tanto en el bien como en el mal. Por eso, para salir mejores
de esta crisis, debemos hacerlo juntos. Juntos, no solos, juntos. Solos no,
¡porque no se puede! O se hace juntos o no se hace. Debemos hacerlo juntos,
todos, en la solidaridad. Hoy quisiera
subrayar esta palabra: solidaridad.
Como familia humana tenemos el origen común en Dios; vivimos en
una casa común, el planeta-jardín, la tierra en la que Dios nos ha puesto; y
tenemos un destino común en Cristo. Pero cuando olvidamos todo
esto, nuestra interdependencia se convierte en dependencia de unos hacia otros
— perdemos esta armonía de interdependencia en la solidaridad —, aumentando la
desigualdad y la marginación; se debilita el tejido social y se deteriora el
ambiente. Siempre es lo mismo que actuar.
Por tanto, el principio de
solidaridad es hoy más necesario que nunca, como ha enseñado Juan Pablo II (cfr. Enc. Sollicitudo rei socialis, 38-40). De una
forma interconectada, experimentamos qué significa vivir en la misma “aldea
global”. Es bonita esta expresión: el
gran mundo no es otra cosa que una aldea global, porque todo está
interconectado. Pero no siempre transformamos esta interdependencia en
solidaridad. Hay un largo camino entre la interdependencia y la solidaridad.
Los egoísmos — individuales, nacionales y de los grupos de poder — y las
rigideces ideológicas alimentan, al contrario, «estructuras de pecado» (ibid., 36).
«La palabra “solidaridad” está
un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que
algunos actos esporádicos de generosidad. ¡Es más! Supone crear una nueva
mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de
todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos» (Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 188). Esto significa
solidaridad. No es solo cuestión de ayudar a los otros —esto está bien hacerlo,
pero es más—: se trata de justicia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1938-1940).
La interdependencia, para ser solidario
y fructífero, necesita raíces fuertes en la humanidad y en la naturaleza creada
por Dios, necesita respeto por los rostros y la tierra.
La Biblia, desde el principio,
nos advierte. Pensemos en el pasaje de la Torre de Babel (cfr. Gen 11,
1-9) que describe lo que sucede cuando tratamos de llegar al cielo —nuestra
meta— ignorando el vínculo con la humanidad, con la creación y con el Creador.
Es una forma de hablar: esto sucede cada vez que uno quiere subir, subir, sin
tener en cuenta a los otros. ¡Yo solo! Pensemos en la torre. Construimos torres
y rascacielos, pero destruimos la comunidad. Unificamos edificios y lenguas,
pero mortificamos la riqueza cultural. Queremos ser amos de la Tierra, pero
arruinamos la biodiversidad y el equilibrio ecológico. Os conté en alguna otra
audiencia de esos pescadores de San Benedetto del Tronto que vinieron este año
y me dijeron: “Hemos sacado del mar 24 toneladas de basura, de las cuales la
mitad era plástico”. ¡Pensad! Estos tienen el espíritu de recoger los peces,
sí, pero también la basura y sacarla para limpiar el mar. Pero esta
[contaminación] es arruinar la tierra, no tener solidaridad con la tierra que
es un don y un equilibrio ecológico.
Recuerdo una historia medieval
que describe este “síndrome de Babel”, que es cuando no hay solidaridad. Esta
historia medieval dice que, durante la construcción de la torre, cuando un
hombre caía —eran esclavos— y moría nadie decía nada, como mucho:
“Pobrecillo, se ha equivocado y ha caído”. Sin embargo, si caía un ladrillo,
todos se lamentaban. ¡Y si alguno era culpable, era castigado! ¿Por qué? Porque
un ladrillo era caro de hacer, de preparar, de cocer. Se necesitaba tiempo y
trabajo para hacer un ladrillo. Un ladrillo valía más que la vida humana. Cada
uno de nosotros piense en qué sucede hoy. Lamentablemente también hoy puede
suceder algo parecido. Cae la cuota del mercado financiero —lo hemos visto en
los periódicos estos días— y la noticia está en todas las agencias. Caen miles
de personas por el hambre, la miseria y nadie habla de ello.
Diametralmente opuesto a Babel
es Pentecostés (cfr. Hch 2, 1-3), lo hemos escuchado al
principio de la audiencia. El Espíritu
Santo, descendiendo del alto como viento y fuego, inviste la comunidad cerrada
en el cenáculo, la infunde la fuerza de Dios, la impulsa a salir, a
anunciar a todos a Jesús Señor. El Espíritu crea la unidad en la
diversidad, crea la armonía. En la historia de la Torre de Babel no hay
armonía; había ese ir adelante para ganar. Allí, el hombre era un mero
instrumento, mera “fuerza-trabajo”, pero aquí, en Pentecostés, cada uno de
nosotros es un instrumento, pero un instrumento comunitario que participa con
todo su ser a la edificación de la comunidad. San Francisco de Asís lo sabía
bien, y animado por el Espíritu daba a todas las personas, es más, a las
criaturas, el nombre de hermano o hermana (cfr. LS, 11; cfr. San Buenaventura, Legenda
maior, VIII, 6: FF 1145). También el hermano lobo,
recordemos.
Con Pentecostés, Dios se hace
presente e inspira la fe de la comunidad unida en la diversidad y en la
solidaridad. Diversidad y solidaridad unidas en armonía, este es el camino. Una
diversidad solidaria posee los “anticuerpos” para que la singularidad de cada
uno — que es un don, único e irrepetible — no se enferme de individualismo, de
egoísmo. La diversidad solidaria posee también los anticuerpos para sanar
estructuras y procesos sociales que han degenerado en sistemas de injusticia,
en sistemas de opresión (cfr. Compendio de la doctrina social de la Iglesia,
192). Por tanto, la solidaridad hoy es el camino para recorrer hacia un mundo
post-pandemia, hacia la sanación de nuestras enfermedades interpersonales y
sociales. No hay otra. O vamos adelante con el camino de la solidaridad o las
cosas serán peores. Quiero repetirlo: de una crisis no se sale igual que antes.
La pandemia es una crisis. De una crisis se sale o mejores o peores. Tenemos
que elegir nosotros. Y la solidaridad es precisamente un camino para salir de
la crisis mejores, no con cambios superficiales, con una capa de pintura así y
todo está bien. No. ¡Mejores!
En medio de la crisis, una
solidaridad guiada por la fe nos permite traducir el amor de Dios en nuestra
cultura globalizada, no construyendo torres o muros —y cuántos muros se están
construyendo hoy— que dividen pero después caen, sino tejiendo comunidad y
apoyando procesos de crecimiento verdaderamente humano y solidario. Y
para esto ayuda la solidaridad. Hago una pregunta: ¿yo pienso en las
necesidades de los otros? Cada uno que responda en su corazón.
En medio de crisis y
tempestades, el Señor nos interpela y nos invita a despertar y activar esta
solidaridad capaz de dar solidez, apoyo y un sentido a estas horas en las que
todo parece naufragar. Que la creatividad del Espíritu Santo pueda animarnos a
generar nuevas formas de hospitalidad familiar, de fraternidad fecunda y de
solidaridad universal. Gracias.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles
de lengua española. He visto varias banderas españolas ahí, bienvenidos. Y
también latinoamericanas de esta parte, así que no se enojan. Pido al Señor que
nos conceda la gracia de una solidaridad guiada por la fe, para que el amor a
Dios nos mueva a generar nuevas formas de hospitalidad familiar, de fraternidad
fecunda y de acogida a los hermanos más frágiles, especialmente a los
descartados por nuestras sociedades globalizadas. Que Dios los bendiga.
Resumen leído por el
Santo Padre en español
Queridos hermanos y
hermanas:
La pandemia actual ha
evidenciado que todos, como miembros de una misma familia humana, estamos
conectados en el bien o en el mal, porque tenemos un mismo origen, compartimos
la misma casa común y un mismo destino en Cristo. Esta interdependencia nos
enseña que sólo siendo solidarios podremos salir adelante, pues de lo contrario
surgen desigualdad, egoísmos, injusticia y marginación.
La solidaridad es una cuestión
de justicia, un cambio de mentalidad que nos lleve a pensar en términos de
comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes
de parte de unos pocos. Nuestra interdependencia, para que sea solidaria y dé
frutos debe fundarse en el respeto a nuestros semejantes y a la creación.
Para no repetir el drama de la
Torre de Babel, que generó sólo ruptura y destrucción a todo nivel, el Señor
nos invita a radicarnos en el acontecimiento de Pentecostés. Es allí donde Dios
se hace presente con la fuerza de su Espíritu Santo, que inspira la fe de la
comunidad unida en la diversidad y la solidaridad, y la impulsa a sanar las
estructuras y los procesos sociales enfermos de injusticia y de opresión. La
solidaridad es, por tanto, el único camino posible hacia un mundo
post-pandemia, y el remedio para curar las enfermedades interpersonales y
sociales que afligen a nuestro mundo actual.
AUDIENCIA
GENERAL PAPA FRANCISCO
Patio de San Dámaso.
Miércoles, 2 de agosto de 2020
FUENTE: VATICAN_VA
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE “CURAR EL MUNDO”:
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 1. INTRODUCCION.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 2. FE Y DIGNIDAD HUMANA.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 5. LA SOLIDARIDAD Y LA VIRTUD DE LA FE.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 6 AMOR Y BIEN COMÚN.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 7 CUIDADO DE LA CASA COMÚN Y ACTITUD CONTEMPLATIVA.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 8. SUBSIDIARIEDAD Y VIRTUD DE LA ESPERANZA.
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