En su constante
discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias
no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo
largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo
mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no
prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos
miedo de revisarlas. Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que
pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma
fuerza educativa como cauces de vida. Santo Tomás de Aquino destacaba que los
preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios «son poquísimos». Citando a san Agustín, advertía que los
preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación
«para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una
esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre». Esta advertencia,
hecha varios siglos atrás, tiene una tremenda actualidad. Debería ser uno de
los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de
su predicación que permita realmente llegar a todos.
Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” (nº43)
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