Catequesis
- “Curar el mundo”: 7. Cuidado de la casa común y actitud contemplativa.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Para salir de una pandemia, es
necesario cuidarse y cuidarnos mutuamente. También debemos apoyar a quienes cuidan a los más
débiles, a los enfermos y a los ancianos. Existe la costumbre de dejar de lado
a los ancianos, de abandonarlos: está muy mal. Estas personas —bien definidas
por el término español “cuidadores”—, los que cuidan de los enfermos,
desempeñan un papel esencial en la sociedad actual, aunque a menudo no reciban
ni el reconocimiento ni la remuneración que merecen. El cuidado es una regla de
oro de nuestra humanidad y trae consigo salud y esperanza (cf. Enc. Laudato si’ [LS], 70).
Cuidar de quien está enfermo, de quien lo necesita, de quien ha sido dejado de
lado: es una riqueza humana y también cristiana.
Este cuidado abraza
también a nuestra casa común: la tierra y cada una de sus criaturas. Todas las formas de vida están
interconectadas (cf. ibíd., 137-138), y nuestra salud
depende de la de los ecosistemas que Dios ha creado y que nos ha encargado
cuidar (cf. Gn 2, 15). Abusar de ellos, en cambio, es un grave
pecado que daña, que perjudica y hace enfermar (cf. LS, 8; 66). El mejor antídoto contra este abuso de
nuestra casa común es la contemplación (cf. ibíd., 85; 214). ¿Pero cómo? ¿No hay una vacuna al
respecto, para el cuidado de la casa común, para no dejarla de lado? ¿Cuál es el
antídoto para la enfermedad de no cuidar la casa común? Es la contemplación.
«Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es
extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso» (ibíd.,215). Incluso en objeto de “usar
y tirar”. Sin embargo, nuestro hogar común, la creación, no es un mero
“recurso”. Las criaturas tienen un valor en sí y "reflejan, cada una a su
manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios" (Catecismo de la Iglesia Católica, 339).
Pero ese valor y ese rayo de luz divina hay que descubrirlo y, para hacerlo,
necesitamos silencio, necesitamos escuchar, necesitamos contemplar. También la
contemplación cura el alma.
Sin contemplación es
fácil caer en un antropocentrismo desviado y soberbio, el “yo” en el centro de
todo, que sobredimensiona nuestro papel de seres humanos y nos posiciona como
dominadores absolutos de todas las criaturas. Una interpretación distorsionada de los textos
bíblicos sobre la creación ha contribuido a esta visión equivocada, que lleva a
explotar la tierra hasta el punto de asfixiarla. Explotar la creación: ese es
el pecado. Creemos que estamos en el centro, pretendiendo que ocupamos el lugar
de Dios; y así arruinamos la armonía del diseño de Dios. Nos convertimos en
depredadores, olvidando nuestra vocación de custodios de la vida. Naturalmente,
podemos y debemos trabajar la tierra para vivir y desarrollarnos. Pero el
trabajo no es sinónimo de explotación, y siempre va acompañado de cuidados:
arar y proteger, trabajar y cuidar... Esta es nuestra misión (cf. Gn 2,15).
No podemos esperar seguir creciendo a nivel material, sin cuidar la casa común
que nos acoge. Nuestros hermanos y hermanas más pobres y nuestra madre tierra
gimen por el daño y la injusticia que hemos causado y reclaman otro rumbo.
Reclaman de nosotros una conversión, un cambio de ruta: cuidar también de la
tierra, de la creación.
Es importante, pues,
recuperar la dimensión contemplativa, es decir mirar la tierra y la creación
como un don, no como algo que explotar para sacar beneficios. Cuando contemplamos, descubrimos en
los demás y en la naturaleza algo mucho más grande que su utilidad. He aquí la
clave del problema: contemplar es ir más allá de la utilidad de una cosa.
Contemplar la belleza no significa explotarla: contemplar es gratuidad.
Descubrimos el valor intrínseco de las cosas que les ha dado Dios. Como muchos
maestros espirituales han enseñado, el cielo, la tierra, el mar, cada criatura
posee esta capacidad icónica, esta capacidad mística para llevarnos de vuelta
al Creador y a la comunión con la creación. Por ejemplo, San Ignacio de Loyola,
al final de sus Ejercicios Espirituales, nos invita a la “Contemplación para
alcanzar amor”, es decir, a considerar cómo Dios mira a sus criaturas y a regocijarse
con ellas; a descubrir la presencia de Dios en sus criaturas y, con libertad y
gracia, a amarlas y cuidarlas.
La
contemplación, que nos lleva a una actitud de cuidado, no es mirar a la
naturaleza desde el exterior, como si no estuviéramos inmersos en ella. Pero
nosotros estamos dentro de la naturaleza, somos parte de la naturaleza. Se hace
más bien desde dentro, reconociéndonos como parte de la creación, haciéndonos
protagonistas y no meros espectadores de una realidad amorfa que solo serviría
para explotaría. El que contempla de esta manera siente asombro no sólo por lo
que ve, sino también porque se siente parte integral de esta belleza; y también
se siente llamado a guardarla, a protegerla. Y hay algo que no debemos olvidar:
quien no sabe contemplar la naturaleza y la creación, no sabe contemplar a las
personas con toda su riqueza. Y quien vive para explotar la naturaleza, termina
explotando a las personas y tratándolas como esclavos. Esta es una ley
universal: si no sabes contemplar la naturaleza, te será muy difícil contemplar
a las personas, la belleza de las personas, a tu hermano, a tu hermana.
El que sabe contemplar,
se pondrá más fácilmente manos a la obra para cambiar lo que produce
degradación y daño a la salud. Se comprometerá a educar y a promover nuevos
hábitos de producción y consumo, a contribuir a un nuevo modelo de crecimiento
económico que garantice el respeto de la casa común y el respeto de las
personas. El
contemplativo en acción tiende a convertirse en custodio del medio ambiente:
¡qué hermoso es esto! Cada uno de nosotros debe ser custodio del ambiente, de
la pureza del ambiente, tratando de conjugar los saberes ancestrales de las
culturas milenarias con los nuevos conocimientos técnicos, para que nuestro
estilo de vida sea sostenible.
En
fin, contemplar y cuidar:
ambas actitudes muestran el camino para corregir y reequilibrar nuestra
relación como seres humanos con la creación. Muchas veces, nuestra relación con
la creación parece ser una relación entre enemigos: destruir la creación para
mi ventaja; explotar la creación para mi ventaja. No olvidemos que se paga
caro; no olvidemos el dicho español: “Dios perdona siempre; nosotros perdonamos
a veces; la naturaleza no perdona nunca”. Hoy leía en el periódico acerca de
los dos grandes glaciares de la Antártida, cerca del Mar de Amundsen: están a
punto de caer. Será terrible, porque el nivel del mar subirá y esto acarreará
muchas, muchas dificultades y muchos males. ¿Y por qué? Por el
sobrecalentamiento, por no cuidar del medio ambiente, por no cuidar de la casa
común. En cambio, si tenemos esta relación —me permito usar la palabra—
“fraternal”, en sentido figurado, con la creación, nos convertimos en custodios
de la casa común, en custodios de la vida y en custodios de la esperanza,
custodiaremos el patrimonio que Dios nos ha confiado para que las generaciones
futuras puedan disfrutarlo. Y alguno podría decir: “Pero, yo me las arreglo
así”. Pero el problema no es cómo te las arreglas hoy —esto lo decía un teólogo
alemán, protestante, muy bueno: Bonhoeffer— el problema no es cómo te las
arreglas hoy; el problema es: ¿cuál será la herencia, la vida de la futura
generación? Pensemos en los hijos, en los nietos: ¿qué les dejaremos si
explotamos la creación? Custodiemos este camino para que podamos convertirnos
en “custodios" de la casa común, custodios de la vida y de la esperanza.
Custodiemos el
patrimonio que Dios nos ha confiado para que las futuras generaciones puedan
disfrutarlo. Pienso
de manera especial en los pueblos indígenas, con los que todos tenemos una
deuda de gratitud, incluso de penitencia, para reparar el daño que les hemos
causado. Pero también pienso en aquellos movimientos, asociaciones y grupos
populares, que se esfuerzan por proteger su territorio con sus valores
naturales y culturales. Sin embargo, no siempre son apreciados e incluso, a
veces, se les obstaculiza porque no producen dinero, cuando, en realidad,
contribuyen a una revolución pacífica que podríamos llamar la “revolución del
cuidado”. Contemplar para cuidar, contemplar para custodiar, custodiarnos
nosotros, a la creación, a nuestros hijos, a nuestros nietos, y custodiar el
futuro. Contemplar para curar y para custodiar y para dejar una herencia a la
futura generación.
Ahora
bien, no hay que delegar en algunos lo
que es la tarea de todo ser humano. Cada uno de nosotros puede y debe
convertirse en un “custodio de la casa común”, capaz de alabar a Dios por sus
criaturas, de contemplarlas y protegerlas.
Saludos:
Saludo
cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor Jesús que nos
conceda ser contemplativos, para alabarlo por su obra creadora, que nos enseñe
a ser respetuosos con nuestra casa común y a cuidarla con amor, para bien de
todas las culturas y las generaciones futuras. Que Dios los bendiga.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Para
salir de la pandemia es necesario que sigamos la regla de oro de nuestro ser
“hombres y mujeres”, que es “cuidar” y cuidarnos mutuamente entre nosotros,
apoyar a los “cuidadores” de los más débiles, de los enfermos y de los
ancianos, y cuidar asimismo nuestra casa común, recordando que la tierra y
todas las creaturas pertenecen al Señor que las creó y que nos las encomendó
para que las conservemos y las protejamos.
Nosotros
también somos parte de la creación, no somos sus dominadores absolutos, con la
pretensión de querer ocupar el lugar de Dios, pensando que tenemos derecho a
depredarla, explotarla y destruirla. En cambio, la misión que Él nos ha
confiado es que seamos los custodios de esta casa común que nos acoge, y
aprendamos a respetarla y a evitar que la sigan maltratando y arruinando.
Todo
ha salido de las manos del Creador, que ha dejado su huella en cada creatura.
El mejor antídoto para cuidar y proteger nuestra casa común de esos abusos es
la contemplación. El mismo Señor nos invita a admirar maravillados y en
silencio su obra, para poder reconocer en cada creatura el reflejo de su
sabiduría y su bondad. Ser contemplativos nos lleva a ser responsables, con
estilos de vida sostenibles que respeten y protejan la naturaleza, de la que
también nosotros formamos parte.
Catequesis
- “Curar el mundo”: 7. Cuidado de la casa común y actitud contemplativa.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Para salir de una pandemia, es
necesario cuidarse y cuidarnos mutuamente. También debemos apoyar a quienes cuidan a los más
débiles, a los enfermos y a los ancianos. Existe la costumbre de dejar de lado
a los ancianos, de abandonarlos: está muy mal. Estas personas —bien definidas
por el término español “cuidadores”—, los que cuidan de los enfermos,
desempeñan un papel esencial en la sociedad actual, aunque a menudo no reciban
ni el reconocimiento ni la remuneración que merecen. El cuidado es una regla de
oro de nuestra humanidad y trae consigo salud y esperanza (cf. Enc. Laudato si’ [LS], 70).
Cuidar de quien está enfermo, de quien lo necesita, de quien ha sido dejado de
lado: es una riqueza humana y también cristiana.
Este cuidado abraza
también a nuestra casa común: la tierra y cada una de sus criaturas. Todas las formas de vida están
interconectadas (cf. ibíd., 137-138), y nuestra salud
depende de la de los ecosistemas que Dios ha creado y que nos ha encargado
cuidar (cf. Gn 2, 15). Abusar de ellos, en cambio, es un grave
pecado que daña, que perjudica y hace enfermar (cf. LS, 8; 66). El mejor antídoto contra este abuso de
nuestra casa común es la contemplación (cf. ibíd., 85; 214). ¿Pero cómo? ¿No hay una vacuna al
respecto, para el cuidado de la casa común, para no dejarla de lado? ¿Cuál es el
antídoto para la enfermedad de no cuidar la casa común? Es la contemplación.
«Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es
extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso» (ibíd.,215). Incluso en objeto de “usar
y tirar”. Sin embargo, nuestro hogar común, la creación, no es un mero
“recurso”. Las criaturas tienen un valor en sí y "reflejan, cada una a su
manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios" (Catecismo de la Iglesia Católica, 339).
Pero ese valor y ese rayo de luz divina hay que descubrirlo y, para hacerlo,
necesitamos silencio, necesitamos escuchar, necesitamos contemplar. También la
contemplación cura el alma.
Sin contemplación es
fácil caer en un antropocentrismo desviado y soberbio, el “yo” en el centro de
todo, que sobredimensiona nuestro papel de seres humanos y nos posiciona como
dominadores absolutos de todas las criaturas. Una interpretación distorsionada de los textos
bíblicos sobre la creación ha contribuido a esta visión equivocada, que lleva a
explotar la tierra hasta el punto de asfixiarla. Explotar la creación: ese es
el pecado. Creemos que estamos en el centro, pretendiendo que ocupamos el lugar
de Dios; y así arruinamos la armonía del diseño de Dios. Nos convertimos en
depredadores, olvidando nuestra vocación de custodios de la vida. Naturalmente,
podemos y debemos trabajar la tierra para vivir y desarrollarnos. Pero el
trabajo no es sinónimo de explotación, y siempre va acompañado de cuidados:
arar y proteger, trabajar y cuidar... Esta es nuestra misión (cf. Gn 2,15).
No podemos esperar seguir creciendo a nivel material, sin cuidar la casa común
que nos acoge. Nuestros hermanos y hermanas más pobres y nuestra madre tierra
gimen por el daño y la injusticia que hemos causado y reclaman otro rumbo.
Reclaman de nosotros una conversión, un cambio de ruta: cuidar también de la
tierra, de la creación.
Es importante, pues,
recuperar la dimensión contemplativa, es decir mirar la tierra y la creación
como un don, no como algo que explotar para sacar beneficios. Cuando contemplamos, descubrimos en
los demás y en la naturaleza algo mucho más grande que su utilidad. He aquí la
clave del problema: contemplar es ir más allá de la utilidad de una cosa.
Contemplar la belleza no significa explotarla: contemplar es gratuidad.
Descubrimos el valor intrínseco de las cosas que les ha dado Dios. Como muchos
maestros espirituales han enseñado, el cielo, la tierra, el mar, cada criatura
posee esta capacidad icónica, esta capacidad mística para llevarnos de vuelta
al Creador y a la comunión con la creación. Por ejemplo, San Ignacio de Loyola,
al final de sus Ejercicios Espirituales, nos invita a la “Contemplación para
alcanzar amor”, es decir, a considerar cómo Dios mira a sus criaturas y a regocijarse
con ellas; a descubrir la presencia de Dios en sus criaturas y, con libertad y
gracia, a amarlas y cuidarlas.
La
contemplación, que nos lleva a una actitud de cuidado, no es mirar a la
naturaleza desde el exterior, como si no estuviéramos inmersos en ella. Pero
nosotros estamos dentro de la naturaleza, somos parte de la naturaleza. Se hace
más bien desde dentro, reconociéndonos como parte de la creación, haciéndonos
protagonistas y no meros espectadores de una realidad amorfa que solo serviría
para explotaría. El que contempla de esta manera siente asombro no sólo por lo
que ve, sino también porque se siente parte integral de esta belleza; y también
se siente llamado a guardarla, a protegerla. Y hay algo que no debemos olvidar:
quien no sabe contemplar la naturaleza y la creación, no sabe contemplar a las
personas con toda su riqueza. Y quien vive para explotar la naturaleza, termina
explotando a las personas y tratándolas como esclavos. Esta es una ley
universal: si no sabes contemplar la naturaleza, te será muy difícil contemplar
a las personas, la belleza de las personas, a tu hermano, a tu hermana.
El que sabe contemplar,
se pondrá más fácilmente manos a la obra para cambiar lo que produce
degradación y daño a la salud. Se comprometerá a educar y a promover nuevos
hábitos de producción y consumo, a contribuir a un nuevo modelo de crecimiento
económico que garantice el respeto de la casa común y el respeto de las
personas. El
contemplativo en acción tiende a convertirse en custodio del medio ambiente:
¡qué hermoso es esto! Cada uno de nosotros debe ser custodio del ambiente, de
la pureza del ambiente, tratando de conjugar los saberes ancestrales de las
culturas milenarias con los nuevos conocimientos técnicos, para que nuestro
estilo de vida sea sostenible.
En
fin, contemplar y cuidar:
ambas actitudes muestran el camino para corregir y reequilibrar nuestra
relación como seres humanos con la creación. Muchas veces, nuestra relación con
la creación parece ser una relación entre enemigos: destruir la creación para
mi ventaja; explotar la creación para mi ventaja. No olvidemos que se paga
caro; no olvidemos el dicho español: “Dios perdona siempre; nosotros perdonamos
a veces; la naturaleza no perdona nunca”. Hoy leía en el periódico acerca de
los dos grandes glaciares de la Antártida, cerca del Mar de Amundsen: están a
punto de caer. Será terrible, porque el nivel del mar subirá y esto acarreará
muchas, muchas dificultades y muchos males. ¿Y por qué? Por el
sobrecalentamiento, por no cuidar del medio ambiente, por no cuidar de la casa
común. En cambio, si tenemos esta relación —me permito usar la palabra—
“fraternal”, en sentido figurado, con la creación, nos convertimos en custodios
de la casa común, en custodios de la vida y en custodios de la esperanza,
custodiaremos el patrimonio que Dios nos ha confiado para que las generaciones
futuras puedan disfrutarlo. Y alguno podría decir: “Pero, yo me las arreglo
así”. Pero el problema no es cómo te las arreglas hoy —esto lo decía un teólogo
alemán, protestante, muy bueno: Bonhoeffer— el problema no es cómo te las
arreglas hoy; el problema es: ¿cuál será la herencia, la vida de la futura
generación? Pensemos en los hijos, en los nietos: ¿qué les dejaremos si
explotamos la creación? Custodiemos este camino para que podamos convertirnos
en “custodios" de la casa común, custodios de la vida y de la esperanza.
Custodiemos el
patrimonio que Dios nos ha confiado para que las futuras generaciones puedan
disfrutarlo. Pienso
de manera especial en los pueblos indígenas, con los que todos tenemos una
deuda de gratitud, incluso de penitencia, para reparar el daño que les hemos
causado. Pero también pienso en aquellos movimientos, asociaciones y grupos
populares, que se esfuerzan por proteger su territorio con sus valores
naturales y culturales. Sin embargo, no siempre son apreciados e incluso, a
veces, se les obstaculiza porque no producen dinero, cuando, en realidad,
contribuyen a una revolución pacífica que podríamos llamar la “revolución del
cuidado”. Contemplar para cuidar, contemplar para custodiar, custodiarnos
nosotros, a la creación, a nuestros hijos, a nuestros nietos, y custodiar el
futuro. Contemplar para curar y para custodiar y para dejar una herencia a la
futura generación.
Ahora
bien, no hay que delegar en algunos lo
que es la tarea de todo ser humano. Cada uno de nosotros puede y debe
convertirse en un “custodio de la casa común”, capaz de alabar a Dios por sus
criaturas, de contemplarlas y protegerlas.
Saludos:
Saludo
cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor Jesús que nos
conceda ser contemplativos, para alabarlo por su obra creadora, que nos enseñe
a ser respetuosos con nuestra casa común y a cuidarla con amor, para bien de
todas las culturas y las generaciones futuras. Que Dios los bendiga.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Para
salir de la pandemia es necesario que sigamos la regla de oro de nuestro ser
“hombres y mujeres”, que es “cuidar” y cuidarnos mutuamente entre nosotros,
apoyar a los “cuidadores” de los más débiles, de los enfermos y de los
ancianos, y cuidar asimismo nuestra casa común, recordando que la tierra y
todas las creaturas pertenecen al Señor que las creó y que nos las encomendó
para que las conservemos y las protejamos.
Nosotros
también somos parte de la creación, no somos sus dominadores absolutos, con la
pretensión de querer ocupar el lugar de Dios, pensando que tenemos derecho a
depredarla, explotarla y destruirla. En cambio, la misión que Él nos ha
confiado es que seamos los custodios de esta casa común que nos acoge, y
aprendamos a respetarla y a evitar que la sigan maltratando y arruinando.
Todo
ha salido de las manos del Creador, que ha dejado su huella en cada creatura.
El mejor antídoto para cuidar y proteger nuestra casa común de esos abusos es
la contemplación. El mismo Señor nos invita a admirar maravillados y en
silencio su obra, para poder reconocer en cada creatura el reflejo de su
sabiduría y su bondad. Ser contemplativos nos lleva a ser responsables, con
estilos de vida sostenibles que respeten y protejan la naturaleza, de la que
también nosotros formamos parte.
AUDIENCIA
GENERAL PAPA FRANCISCO
Patio de San -Dámaso
Miércoles, 16 de septiembre de 2020
FUENTE: VATICAN_VA
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE “CURAR EL MUNDO”:
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 1. INTRODUCCION.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 2. FE Y DIGNIDAD HUMANA.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 5. LA SOLIDARIDAD Y LA VIRTUD DE LA FE.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 6 AMOR Y BIEN COMÚN.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 7 CUIDADO DE LA CASA COMÚN Y ACTITUD CONTEMPLATIVA.
CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO “CURAR EL MUNDO”: 8. SUBSIDIARIEDAD Y VIRTUD DE LA ESPERANZA.
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