«Siendo
libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda» (1
Co 9, 19).
La Palabra
de vida de este mes está sacada de la Primera carta de Pablo a los cristianos
de Corinto. Él se encuentra en Éfeso, y a través de estas palabras suyas trata
de proporcionar una serie de respuestas a los problemas surgidos en la
comunidad griega de Corinto, ciudad cosmopolita y gran centro comercial, famosa
por el templo de Afrodita, pero también por su proverbial corrupción.
Gracias a
la predicación del Apóstol, unos años atrás los destinatarios de la carta se
habían convertido a la fe cristiana desde el paganismo. Una de las
controversias que dividían a la comunidad se refería al hecho de poder comer la
carne sacrificada a los ídolos en los ritos paganos.
Subrayando
la libertad que tenemos en Cristo, Pablo presenta un amplio análisis sobre cómo
comportarse ante ciertas opciones, y se detiene en particular en el concepto de
libertad.
«Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de
todos para ganar a los más que pueda»
Puesto que
los cristianos saben que «que el ídolo no es nada en el mundo y no hay más que
un único Dios» (8, 4), resulta indiferente comer o no comer la carne
sacrificada a los ídolos. El problema surge cuando un cristiano se encuentra en
presencia de alguien que aún no posee esta conciencia ni el conocimiento de la
fe, de modo que, con su actitud, puede escandalizar a una conciencia débil.
Cuando
están en juego el conocimiento y el amor, Pablo no tiene dudas: el discípulo
debe elegir el amor incluso renunciando a su libertad, tal como hizo Cristo,
que libremente se hizo esclavo por amor.
Es
fundamental atender al hermano débil, a quien tiene una conciencia frágil y
poco conocimiento de las cosas, con el fin de «ganar» en el sentido de hacer
que llegue al mayor número de personas, la vida buena y bella del Evangelio.
«Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de
todos para ganar a los más que pueda»
Como
escribe Chiara Lubich, «si estamos incorporados a Cristo, si somos Él, tener
divisiones o pensamientos contrapuestos es dividir a Cristo. [...] Si [...]
entre los primeros cristianos hubiese peligro de romper la concordia, se
aconsejaba ceder en las propias ideas con tal de mantener la caridad. [...] Lo
mismo sucede hoy: aun estando a veces convencidos de que es mejor un modo
determinado de pensar, el Señor nos sugiere que a veces es mejor ceder en
nuestras ideas con tal de salvar la caridad con todos, pues es mejor lo menos
perfecto con acuerdo que lo más perfecto en desacuerdo. Y este plegarse con tal
de no romper es una de las características -quizá dolorosas, pero también más
eficaces y bendecidas por Dios- que mantienen la unidad según el pensamiento
más auténtico de Cristo y que, por consiguiente, saben apreciar su valor»[1].
«Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de
todos para ganar a los más que pueda»
La
experiencia del cardenal vietnamita Francois-Xavier Nguyen Van Thuan -que
transcurrió 13 años en prisión, nueve de ellos en aislamiento total- testimonia
que cuando el amor es verdadero y desinteresado suscita como respuesta más
amor. Durante su encarcelamiento fue entregado a cinco guardias, pero los jefes
decidieron sustituirlos cada dos semanas por otro grupo porque estos eran
«contaminados» por el obispo. Al final decidieron dejar siempre a los mismos,
pues de otro modo «contaminaría» a todos los policías de la cárcel. Él mismo
cuenta: «Al principio, los guardias no hablaban conmigo. Se limitaban a
responder sí o no. [...] Una noche me vino un pensamiento: "Francisco, tú
todavía eres muy rico; tienes el amor de Cristo en el corazón; ámalos como
Jesús te ha amado”: Al día siguiente empecé a quererlos más aún, a amar a Jesús
en ellos, sonriendo, dirigiéndoles palabras amables. [...] Poco a poco nos
hicimos amigos»[2]
. Con la ayuda de sus carceleros, fabricó en prisión la cruz pectoral que
llevaría hasta su muerte, símbolo de la amistad que había nacido entre ellos:
dos trozos de madera con una cadenita de metal.
LETIZIA
MAGRI
C. LUBICH, El arte de amar. Ciudad
Nueva, Madrid 2006, 20122, pp. 130·131.
F.-X. NGUYEN VANTHUAN, Testigos
de esperanza, Ciudad Nueva, Madrid 2000, p. 81