«Nada es imposible para Dios» (Lc 1, 37).
En
el relato de la Anunciación, el ángel Gabriel visita a María de Nazaret para
darle a conocer los planes de Dios sobre ella: concebirá y dará a luz un hijo,
Jesús, que «será grande y será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1, 32). Este
episodio sigue la estela de otros eventos del Antiguo Testamento que llevaron a
mujeres estériles o muy ancianas a nacimientos prodigiosos, cuyos hijos habrían
de desarrollar una tarea importante en la historia de la salvación. Aquí,
aunque María quiere adherirse con plena libertad a la misión de convertirse en
la madre del Mesías, se pregunta cómo podrá suceder, siendo ella virgen.
Gabriel le garantiza que no será obra de hombre: «El Espíritu Santo vendrá
sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35). Y añade:
«Nada es imposible para
Dios»
Esta
certeza, que significa que ninguna declaración o promesa de Dios quedará
incumplida -pues no hay nada imposible para ÉI-, se puede formular también de
este modo: nada es imposible con Dios. De hecho el matiz del texto griego -con,
o cerca de o junto a- ilumina su estar cerca del hombre. Es al ser humano o a
los seres humanos, cuando están junto a Dios y libremente se adhieren a Él, a
los que nada les es imposible.
«Nada es imposible para
Dios»
¿Cómo
poner en práctica esta palabra de vida? Ante todo, creyendo con gran confianza
que Dios puede actuar incluso dentro y más allá de nuestras limitaciones y
debilidades, así como en las condiciones más oscuras de la vida.
Esa
fue la experiencia de Dietrich Bonhoeffer, que, durante la reclusión que lo
llevaría al suplicio, escribe: «Debemos sumergirnos una y otra vez en el vivir,
hablar, actuar, sufrir y morir de Jesús para reconocer lo que Dios promete y
cumple. Es cierto [...] que para nosotros ya no hay nada imposible, porque nada
hay imposible para Dios; [...] es cierto que no debemos pretender nada y que
sin embargo podemos pedirlo todo; es cierto que en el sufrimiento se oculta
nuestra alegría y en la muerte nuestra vida ... A todo esto Dios dijo sí y amén
en Cristo. Este sí y este amén son el terreno firme en el que nos mantenemos»[1].
«Nada es imposible para
Dios»
Cuando
tratamos de superar la aparente «imposibilidad» de nuestra insuficiencia para
alcanzar la «posibilidad» de una vida coherente, cumple un papel determinante
la dimensión comunitaria, que se desarrolla allí donde los discípulos viven
entre ellos el mandamiento nuevo de Jesús y así se dejan habitar, cada uno y
todos juntos, por el poder de Cristo resucitado.
Escribía
Chiara Lubich en 1948 a un grupo de jóvenes religiosos: «¡Y adelante! No con
nuestra fuerza, miserable y débil, sino con la omnipotencia de la Unidad. He
constatado, palpado, que Dios entre nosotros realiza lo imposible: ¡el milagro!
Si permanecemos fieles a nuestra divisa [...] el mundo verá la Unidad y, con
ella, la plenitud del Reino de Dios»[2].
Hace años, cuando estaba en África, muchas veces me encontraba con jóvenes que querían vivir como cristianos y me hablaban de las muchas dificultades que encontraban cada día en su entorno para permanecer fieles a los compromisos de la fe y a las enseñanzas del Evangelio. Hablábamos de ello durante horas, y al final siempre llegaban a la misma conclusión: «Solos es imposible, pero juntos podemos». Lo garantiza el propio Jesús cuando promete: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre (en mi amor), ahí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Y con él todo es posible.
Augusto
Parody Reyes y el equipo de la Palabra de Vida
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