Quinto domingo de Cuaresma
- Ez 37, 12-14. Pondré mi espíritu en
vosotros y viviréis.
- Sal 129. R. Del Señor viene la
misericordia, la redención copiosa.
- Rom 8, 8-11. El Espíritu del que resucitó
a Jesús de entre los muertos habita en vosotros.
- Jn 11, 1-45. Yo soy la
resurrección y la vida.
En
aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor,
tu amigo está enfermo.»
Jesús,
al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para
la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús
amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo,
se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo
entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando
Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de
que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y
dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi
hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús
le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta
respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús
le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya
muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees
esto?»
Ella
le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que
tenía que venir al mundo.»
Jesús
sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le
contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús
se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero
algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido
que muriera éste?»
Jesús,
sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice
Jesús: «Quitad la losa.»
Marta,
la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro
días.»
Jesús
le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces
quitaron la losa.
Jesús,
levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has
escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me
rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y
dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El
muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un
sudario.
Jesús
les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y
muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho
Jesús, creyeron en él.
MEDITACION PAPA FRANCISCO:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy,
quinto domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta la resurrección de Lázaro
(cfr. Jn 11, 1-45). Es el último de los milagros de Jesús narrados
antes de la Pascua: la resurrección de su amigo Lázaro. Lázaro es un querido
amigo de Jesús. El Señor, que sabe que su amigo está a punto de morir, se pone
en camino, pero llega a casa de Lázaro cuatro días después de que haya sido
sepultado, cuando ya se ha perdido toda esperanza. Sin embargo, su presencia
enciende un poco de confianza en el corazón de las hermanas, Marta y María
(cfr. v. 22-27). Ellas, en medio del dolor, se aferran a esa luz, a este
pequeña esperanza. Y Jesús las invita a tener fe, y pide que abran el sepulcro.
Luego reza al Padre, y grita a Lázaro: «¡Sal fuera!» (v. 43). Éste vuelve a
vivir y sale. Este es el milagro, tal cual, sencillo.
El
mensaje es claro: Jesús da la vida incluso cuando parece que ya no
hay esperanza. Sucede, a veces, que uno se siente sin esperanza —a todos nos ha
pasado esto—, o que encuentra personas que han dejado de esperar, amargadas
porque han vivido malas experiencias, el corazón herido no puede esperar.
A causa de una pérdida dolorosa, de una enfermedad, de un cruel
desengaño, de una injusticia o una traición sufrida, de un grave error
cometido… han dejado de esperar. En ocasiones, oímos a alguien que dice: “Ya no
hay nada que hacer”, y cierra la puerta a la esperanza. Son momentos en los que
la vida se asemeja a un sepulcro cerrado: todo es oscuridad, en torno se ve
solamente dolor y desesperación. El milagro de hoy nos dice que no es así, que
el final no es este, que en esos momentos no estamos solos, al contrario, que
precisamente en esos momentos Él se hace más cercano que nunca para darnos
de nuevo la vida. Jesús llora: dice el Evangelio que Jesús, ante el
sepulcro de Lázaro se echó a llorar, y hoy Jesús llora con nosotros, como lloró
por Lázaro: el Evangelio repite dos veces que se conmovió (cfr. v. 33-38), y
subraya que «se echó a llorar» (cfr. v. 35). Y, al mismo tiempo, Jesús nos
invita a no dejar de creer y esperar, a no dejarnos abatir por los sentimientos
negativos, que nos roban el llanto. Se acerca a nuestros sepulcros y nos dice,
como entonces: «¡Quitad la piedra!» (v. 39). En esos momentos tenemos como un
piedra dentro y el único capaz de quitarla es Jesús, con su palabra: «¡Quitad
la piedra!».
Jesús nos
dice esto también a nosotros. Quitad la piedra: no escondáis el dolor, los
errores, los fracasos, dentro de vosotros, en una habitación oscura y
solitaria, cerrada. Quitad la piedra: sacad todo lo que hay dentro. “Me da
vergüenza”, decimos. Pero el Señor dice: ponedlo ante mí con confianza, yo no
me escandalizo; ponedlo ante mi sin temor, porque yo estoy con vosotros, os amo
y deseo que volváis a vivir. Y, como a Lázaro, repite a cada uno de
nosotros: ¡Sal fuera! ¡Levántate, reemprende el camino, reencuentra
la confianza! Cuantas veces en la vida nos hemos visto así, en la situación de
no tener fuerzas para volver a levantarnos. Y Jesús: “¡Ve, adelante! Yo estoy
contigo”. Te tomo de la mano, dice Jesús, como cuando de pequeño aprendías a
dar los primeros pasos. Querido hermana, querida hermana, quítate las vendas
que te atan (cfr. v. 45), no cedas, por favor, al pesimismo que deprime, no
cedas al temor que aísla, no cedas al desánimo por el recuerdo de malas
experiencias, no cedas al miedo que paraliza. Jesús nos dice: “¡Yo te quiero
libre y te quiero vivo, no te abandono, estoy contigo! Todo está oscuro, pero
yo estoy contigo. No te dejes aprisionar por el dolor, no dejes que muera la
esperanza. Hermano, hermana ¡vuelve a vivir!”. — “¿Cómo lo hago?” — “Tómame de
la mano”, y Él nos toma de la mano. Deja que te saque, Él es capaz de hacerlo.
En esos malos momentos por los que todos pasamos.
Queridos
hermanos y hermanas, este pasaje del capítulo 11 del Evangelio de Juan, que nos
hace mucho bien leer, es un himno a la vida, y se proclama cuando la Pascua
está cerca. Quizá también nosotros llevamos ahora en el corazón algún peso o
algún sufrimiento que parece aplastarnos; alguna cosa mala, algún viejo pecado
que no logramos sacar a la luz, algún error de juventud, ¡quién sabe!
Estas cosas malas deben salir. Y Jesús dice: “¡Sal fuera!”. Es el momento de
quitar la piedra y de salir al encuentro de Jesús que está cerca. ¿Somos
capaces de abrirle el corazón y confiarle nuestras preocupaciones? ¿Lo hacemos?
¿Somos capaces de abrir el sepulcro de los problemas y mirar más allá del
umbral, hacia su luz? ¿O tenemos miedo? Y, a nuestra vez, como pequeños espejos
del amor de Dios, ¿logramos iluminar los ambientes en los que vivimos con
palabras y gestos de vida? ¿Testimoniamos la esperanza y la alegría de Jesús? Todos
nosotros, pecadores. Y también quisiera decir una palabra a los confesores:
queridos hermanos, no olvidéis que también vosotros sois pecadores, y estáis en
el confesionario no para torturar, para perdonar y para perdonar todo,
como el Señor perdona todo. Que María, Madre de la esperanza, renueve en
nosotros la alegría de no sentirnos solos y la llamada a llevar luz a la
oscuridad que nos rodea.
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, domingo 26 de marzo de
2023