jueves, 30 de enero de 2020

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS BIENAVENTURANZAS.


Catequesis sobre las bienaventuranzas: 1. Introducción
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy comenzamos una serie de catequesis sobre las bienaventuranzas en el evangelio de Mateo (5,1-11). Este texto abre el “Sermón de la Montaña” que ha iluminado la vida de los creyentes y también de muchos no creyentes. Es difícil no ser tocado por estas palabras de Jesús, y es justo el deseo de entenderlas y de acogerlas cada vez más plenamente. Las bienaventuranzas contienen la “carta de identidad” del cristiano ―es nuestro carnet de identidad―, porque dibujan el rostro de Jesús, su forma de vida.
Esta vez enmarcamos en conjunto estas palabras de Jesús; en la próxima catequesis comentaremos las bienaventuranzas individuales, una a una.
En primer lugar, es importante cómo se produjo la proclamación de este mensaje: Jesús, viendo a la multitud que le seguía, sube al suave monte que rodea el lago de Galilea, se sienta y, dirigiéndose a sus discípulos, anuncia las bienaventuranzas. El mensaje, pues, se dirige a los discípulos, pero en el horizonte están las multitudes, es decir, toda la humanidad. Es un mensaje para toda la humanidad.
Además, “el monte” recuerda al Sinaí, donde Dios le dio a Moisés los mandamientos. Jesús empieza a enseñar una nueva ley: ser pobre, ser manso, ser misericordioso... Estos “nuevos mandamientos” son mucho más que normas. De hecho, Jesús no impone nada, pero revela el camino a la felicidad ―su camino― repitiendo ocho veces la palabra “bienaventurados”·.
Cada bienaventuranza está compuesta de tres partes. Primero está siempre la palabra “bienaventurados”; luego viene la situación en la que se encuentran los bienaventurados: la pobreza de espíritu, la aflicción, el hambre y la sed de justicia, y así sucesivamente; finalmente está el motivo de la bienaventuranza, introducido por la conjunción “porque”: “Bienaventurados sean estos porque, bienaventurados sean aquellos porque...”. Así son las ocho bienaventuranzas y estaría bien aprenderlas de memoria para repetirlas, para tener en la mente y en el corazón esta ley que Jesús nos dio.
Prestemos atención a este hecho: la razón de la dicha no es la situación actual, sino la nueva condición que los bienaventurados reciben como regalo de Dios: “porque de ellos es el reino de los cielos”, “porque serán consolados”, “porque heredarán la tierra”, y así sucesivamente.
En el tercer elemento, que es precisamente la razón de la felicidad, Jesús utiliza a menudo un futuro pasivo: “serán consolados”, “heredarán la tierra”, “serán saciados”, “serán perdonados”, “serán llamados hijos de Dios”.
¿Pero qué significa la palabra “bienaventurado”? ¿Por qué cada una de las ocho bienaventuranzas comienza con la palabra bienaventurado? La palabra original no indica a alguien que tiene el estómago lleno o que se divierte, sino una persona que está en una condición de gracia, que progresa en la gracia de Dios y que progresa por el camino de Dios: la paciencia, la pobreza, el servicio a los demás, el consuelo… Los que progresan en estas cosas son felices y serán bienaventurados.
Dios, para entregarse a nosotros, elige a menudo caminos impensables, tal vez los de nuestros límites, los de nuestras lágrimas, los de nuestras derrotas. Es la alegría pascual, de la que hablan nuestros hermanos orientales, la que tiene los estigmas pero está viva, ha atravesado la muerte y ha experimentado la potencia de Dios. Las bienaventuranzas te llevan a la alegría, siempre; son el camino para alcanzar la alegría. Nos hará bien tomar hoy el Evangelio de Mateo, capítulo cinco, versículos de 1 a 11, y leer las bienaventuranzas ―quizás más de una vez, durante la semana― para entender este camino tan hermoso, tan seguro de la felicidad que el Señor nos propone.
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 29 de enero de 2020


lunes, 27 de enero de 2020

FRAY AMBROSIO DE LOMBEZ Y LA SANTIDAD




“La santidad tiene muchas formas, como la gracia que es su germen. Demos pues nuestro fruto, el que nos es propio, y démoslo a su tiempo, y no miremos los de los demás sino para admirarlos.”
Fr. Ambrosio de Lombez

HOMILIA DEL SANTO PADRE EN LA PRIMERA JORNADA DE LA PALABRA DE DIOS.

Santa misa celebrada por el Santo Padre Francisco con ocasión de la primera Jornada de la Palabra de Dios, 26.01.2020

Hoy, tercer domingo del tiempo ordinario, a las 10 horas, el Santo Padre Francisco ha celebrado la santa misa en la Basílica Vaticana con ocasión de la primera Jornada de la Palabra de Dios.
Publicamos a continuación la homilía que el Papa Francisco pronunció durante la celebración eucarística, después de la proclamación del Evangelio:

Homilía del Santo Padre

«Jesús comenzó a predicar» (Mt 4,17). Así, el evangelista Mateo introdujo el ministerio de Jesús: Él, que es la Palabra de Dios, vino a hablarnos con sus palabras y con su vida. En este primer domingo de la Palabra de Dios vamos a los orígenes de su predicación, a las fuentes de la Palabra de vida. Hoy nos ayuda el Evangelio (Mt 4, 12-23), que nos dice cómodónde y a quién Jesús comenzó a predicar.

1. ¿Cómo comenzó? Con una frase muy simple: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (v. 17). Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice que el reino de los cielos está cerca. ¿Qué significa? Por reino de los cielos se entiende el reino de Dios, es decir su forma de reinar, de estar ante nosotros. Ahora, Jesús nos dice que el reino de los cielos está cerca, que Dios está cerca. Aquí está la novedad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el que habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras, canceló las distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro. Y esta cercanía de Dios con su pueblo es una costumbre suya, desde el principio, incluso desde el Antiguo Testamento. Le dijo al pueblo: “Piensa: ¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como yo lo estoy contigo?” (cf. Dt 4,7). Y esta cercanía se hizo carne en Jesús.
Es un mensaje de alegría: Dios vino a visitarnos en persona, haciéndose hombre. No tomó nuestra condición humana por un sentido de responsabilidad, no, sino por amor. Por amor asumió nuestra humanidad, porque se asume lo que se ama. Y Dios asumió nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos esa salvación que nosotros solos no podemos darnos. Él desea estar con nosotros, darnos la belleza de vivir, la paz del corazón, la alegría de ser perdonados y de sentirnos amados.
Entonces entendemos la invitación directa de Jesús: “Convertíos”, es decir, “cambia tu vida”. Cambia tu vida porque ha comenzado una nueva forma de vivir: ha terminado el tiempo de vivir para ti mismo; ha comenzado el tiempo de vivir con Dios y para Dios, con los demás y para los demás, con amor y por amor. Jesús también te repite hoy: “¡Ánimo, estoy cerca de ti, hazme espacio y tu vida cambiará!”. Jesús llama a la puerta. Es por eso que el Señor te da su Palabra, para que puedas aceptarla como la carta de amor que escribió para ti, para hacerte sentir que está a tu lado. Su Palabra nos consuela y nos anima. Al mismo tiempo, provoca la conversión, nos sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo. Porque su Palabra tiene este poder: cambia la vida, hace pasar de la oscuridad a la luz. Esta es la fuerza de su Palabra.

2. Si vemos dónde Jesús comenzó a predicar, descubrimos que comenzó precisamente en las regiones que entonces se consideraban “oscuras”. La primera lectura y el Evangelio, de hecho, nos hablan de aquellos que estaban «en tierra y sombras de muerte»: son los habitantes del «territorio de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles» (Mt 4,15-16; cf. Is 8,23-9,1). Galilea de los gentiles: la región donde Jesús inició a predicar se llamaba así porque estaba habitada por diferentes personas y era una verdadera mezcla de pueblos, idiomas y culturas. De hecho, estaba la vía del mar, que representaba una encrucijada. Allí vivían pescadores, comerciantes y extranjeros: ciertamente no era el lugar donde se encontraba la pureza religiosa del pueblo elegido. Sin embargo, Jesús comenzó desde allí: no desde el atrio del templo en Jerusalén, sino desde el lado opuesto del país, desde la Galilea de los gentiles, desde un lugar fronterizo. Comenzó desde una periferia.
De esto podemos sacar un mensaje: la Palabra que salva no va en busca de lugares preservados, esterilizados y seguros. Viene en nuestras complejidades, en nuestra oscuridad. Hoy, como entonces, Dios desea visitar aquellos lugares donde creemos que no llega. Cuántas veces preferimos cerrar la puerta, ocultando nuestras confusiones, nuestras opacidades y dobleces. Las sellamos dentro de nosotros mientras vamos al Señor con algunas oraciones formales, teniendo cuidado de que su verdad no nos sacuda por dentro. Y esta es una hipocresía escondida. Pero Jesús —dice el Evangelio hoy— «recorría toda Galilea […], proclamando el Evangelio del reino y curando toda enfermedad» (v. 23). Atravesó toda aquella región multifacética y compleja. Del mismo modo, no tiene miedo de explorar nuestros corazones, nuestros lugares más ásperos y difíciles. Él sabe que sólo su perdón nos cura, sólo su presencia nos transforma, sólo su Palabra nos renueva. A Él, que ha recorrido la vía del mar, abramos nuestros caminos más tortuosos —aquellos que tenemos dentro y que no deseamos ver, o escondemos—; dejemos que su Palabra entre en nosotros, que es «viva y eficaz, tajante […] y juzga los deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,12).

3. Finalmente, ¿a quién comenzó Jesús a hablar? El Evangelio dice que «paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos […] que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”» (Mt 4,18-19). Los primeros destinatarios de la llamada fueron pescadores; no personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades, ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino personas comunes y corrientes que trabajaban.
Evidenciamos lo que Jesús les dijo: os haré pescadores de hombres. Habla a los pescadores y usa un lenguaje comprensible para ellos. Los atrae a partir de su propia vida. Los llama donde están y como son, para involucrarlos en su misma misión. «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (v. 20). ¿Por qué inmediatamente? Sencillamente porque se sintieron atraídos. No fueron rápidos y dispuestos porque habían recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el amor. Los buenos compromisos no son suficientes para seguir a Jesús, sino que es necesario escuchar su llamada todos los días. Sólo Él, que nos conoce y nos ama hasta el final, nos hace salir al mar de la vida. Como lo hizo con aquellos discípulos que lo escucharon.
Por eso necesitamos su Palabra: en medio de tantas palabras diarias, necesitamos escuchar esa Palabra que no nos habla de cosas, sino nos habla de vida.

Queridos hermanos y hermanas: Hagamos espacio dentro de nosotros a la Palabra de Dios. Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo o en el bolso, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra oscuridad y que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida.

FUENTE: WEB VATICAN.VA

lunes, 20 de enero de 2020

SANTO CURA DE ARS Y LA SANTIDAD



“Los santos son como multitud de pequeños espejos en los que Jesucristo se contempla.”
Santo Cura de Ars

lunes, 13 de enero de 2020

SANTA TERESA DE CALCULTA Y EL PROGRESO EN LA SANTIDAD.



“Nuestro progreso en la santidad depende de Dios y de nosotros mismos, de la gracia de Dios y de nuestra voluntad de ser santos. Nos hace tomar en serio el compromiso vital de llegar a la santidad. «Quiero ser santo» significa: Quiero desligarme de todo lo que no es Dios, quiero despojar mi corazón de todas las cosas creadas, quiero vivir en la pobreza y en el desprendimiento, quiero renunciar a mi voluntad, a mis inclinaciones, a mis caprichos y gustos, y hacerme el servidor dócil de la voluntad de Dios.”
Madre Teresa de Calcuta

lunes, 6 de enero de 2020

LA VIDA CAMINO DE SANTIDAD: EL CAMINO ES JESÚS.


“El encuentro con Jesús nos transforma”.


La experiencia de Dios no nos bloquea, sino que nos libera; no nos aprisiona, sino que nos devuelve al camino, nos devuelve a los lugares habituales de nuestra existencia. Los lugares son y serán los mismos, pero nosotros, después del encuentro con Jesús, no somos los mismos que antes. El encuentro con Jesús nos cambia, nos transforma. El evangelista Mateo subraya que los Reyes Magos regresaron «por otro camino» (v. 12). La advertencia del ángel los lleva a cambiar sus caminos para no encontrarse con Herodes y sus tramas de poder.
Cada experiencia de encuentro con Jesús nos lleva a tomar caminos diferentes, porque de Él proviene una fuerza buena que sana el corazón y nos aparta del mal.
Papa Francisco - Ángelus 06.01.2020

jueves, 2 de enero de 2020

PALABRA DE VIDA DE ENERO DE 2020.


«Nos mostraron una humanidad poco común» (Hch 28, 2).
Doscientos setenta y seis náufragos llegan a las costas de una isla del Mediterráneo después de dos semanas a la deriva. Están empapados, extenuados, aterrorizados; han sentido su impotencia ante las fuerzas de la naturaleza y han visto la muerte cara a cara. Entre ellos hay un prisionero camino de Roma para someterse al juicio del emperador.
No es una crónica de las noticias de nuestros días, sino el relato de una experiencia del apóstol Pablo, que es llevado a Roma a coronar su misión de evangelizador mediante el testimonio del martirio.
A pesar de su condición de preso y ayudado por una fe inquebrantable en la Providencia, Pablo ha conseguido sostener a sus compañeros de desventura hasta que atracan en una playa de Malta.



Allí los habitantes van a su encuentro, los reciben en torno a un gran fuego para reconfortarse y luego se desviven por ellos. Al cabo de unos tres meses, al final del invierno, les dan lo necesario para reemprender el viaje seguros.
«Nos mostraron una humanidad poco común».
Pablo y los demás náufragos experimentan la humanidad cálida y concreta de una población que aún no ha sido alcanzada por la luz del Evangelio. No es una acogida apresura e impersonal, sino capaz de ponerse al servicio del huésped sin prejuicios culturales, religiosos ni sociales. Para ello es indispensable la implicación personal y de toda la comunidad.
La capacidad de acoger al otro forma parte del ADN de cualquier persona como criatura que lleva impresa en sí la imagen del Padre misericordioso, aun cuando la fe cristiana no se haya encendido aún o esté debilitada. Es una ley grabada en el corazón humano y que la Palabra de Dios ilumina y refuerza, desde Abraham hasta la sorprendente revelación de Jesús: «Era forastero y me acogisteis».
El Señor mismo nos ofrece la fuerza de su gracia para que nuestra frágil voluntad llegue a la plenitud del amor cristiano.
Con esta experiencia, Pablo nos enseña también a confiar en la intervención providencial de Dios, a reconocer y apreciar el bien recibido a través del amor concreto de quienes se cruzan en nuestro camino.
«Nos mostraron una humanidad poco común».
Este versículo del libro de los Hechos de los Apóstoles ha sido propuesto por cristianos de distintas Iglesias de la isla de Malta como lema para la Semana de oración por la unidad de los cristianos de 2020.



Estas comunidades apoyan conjuntamente numerosas iniciativas a favor de pobres y migrantes: reparto de comida, ropa y juguetes para los niños y clases de inglés para favorecer la inserción social. Su deseo es reforzar la capacidad de acogida, pero también alimentar la comunión entre cristianos pertenecientes a Iglesias distintas, para testimoniar la misma fe.
Y nosotros ¿cómo testimoniamos ante los hermanos el amor de Dios?, ¿cómo contribuimos a formar familias unidas, ciudades solidarias, comunidades sociales verdaderamente humanas? Esto es lo que Chiara Lubich nos sugiere:
«Jesús nos demostró que amar significa acoger al otro tal como es, del modo en que Él nos acogió a cada uno de nosotros. Acoger al otro, con sus gustos, sus ideas, sus defectos, su diversidad. [...] Hacerle sitio dentro de nosotros, desalojando de nuestro corazón toda prevención, juicio e instinto de rechazo. [...] Nunca damos mayor gloria a Dios que cuando nos esforzamos en aceptar a nuestro prójimo, porque entonces sentamos las bases de la comunión fraterna, y no hay nada que dé tanta alegría a Dios como la unidad verdadera entre las personas. La unidad atrae la presencia de Jesús entre nosotros, y su presencia lo transforma todo. Acerquémonos, pues, a cada prójimo con este deseo de acogerlo con todo el corazón y de establecer antes o después el amor recíproco con él».
LETIZIA MAGRI

Se puede acceder a los materiales para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en este ENLACE