Carta Pastoral del arzobispo de Granada,
Mons. José María Gil Tamayo, con motivo de la beatificación de Conchita
Barrecheguren, que se celebra el 6 de mayo en la S.I Catedral.
CARTA
PASTORAL CON MOTIVO
DE SU BEATIFICACIÓN
EL 6 DE MAYO DE 2023
Queridos hermanos de la archidiócesis de Granada:
En primer lugar, les reitero mi deseo de
una feliz y provechosa Pascua de Resurrección en este mi primer año entre
vosotros y en que vamos a celebrar un acontecimiento especial para la
archidiócesis de Granada: la beatificación de la joven granadina la venerable
sierva de Dios María de la Concepción Barrecheguren, conocida y llamada
popularmente como Conchita.
La santidad se pone así de nuevo en un
primer plano de nuestra vida diocesana como antes ocurrió en los últimos años
con otros cristianos granadinos elevados a los altares, como son nuestros
Mártires del siglo XX, Fray Leopoldo de Alpandeire y la Madre María Emilia
Riquelme. Ellos se unen a nuestros santos venerados durante siglos y gloria de
la Iglesia universal: san Cecilio, san Gregorio de Elvira, san Pedro Pascual,
san Juan de Dios, san Juan de la Cruz y san Juan de Ávila, y nos recuerdan algo
esencial en nuestra vida cristiana y que con frecuencia olvidamos en nuestro
mundo secularizado: que todos estamos llamados a la santidad en el seguimiento
de Cristo, pues formamos parte de la Iglesia a la que confesamos santa.
La venerable Conchita se unirá así a
nuestros santos elevados al honor de los altares y se convertirá así para todos
los cristianos en un modelo en quien fijarse y en intercesora a los que
encomendarse en el camino de la fe. La Iglesia nunca ha dejado de invitar a sus
hijos a ser santos. Ya en la Escritura se recoge explícitamente la exhortación
de parte de Dios: «Sed santos, porque yo soy Santo» (1 Pe 1, 16; Lv 19, 2; 20,
26; cf. Mt 5, 48). San Pablo exhorta a los tesalonicenses en su primera carta a
llevar una vida santa en la esperanza de la segunda venida de Cristo
(4,1-5,28). En este contexto escribe: "Porque ésta es la voluntad de Dios:
vuestra santificación" (4,3). En el himno con el que comienza la carta a
los Efesios, además de saludar a los cristianos como “santos”, exclama:
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en
Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió
en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e
intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos” (1, 1.3-5). Lo mismo
encontramos en otros pasajes del Nuevo Testamento.
Esta llamada o vocación a la santidad la
recordó con fuerza el Concilio Vaticano II, diciendo: «Todos los fieles
cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan
poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su
camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo
Padre» (LG 11). Más recientemente, el año 2018, el Papa Francisco, con cuya
autoridad será proclamada Conchita beata, redactó uno de los más hermosos
textos de su pontificado: la Exhortación Apostólica Gaudete et exultate,
precisamente con el mismo fin: “para que toda la Iglesia se dedique a promover
el deseo de la santidad” (GE 177). Es sobre todo el mencionado Concilio Vaticano
II, que en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium le dedica
íntegramente el capítulo V, el que ha impulsado y dado fuerza en la Iglesia de
nuestro tiempo a la llamada o vocación universal a la santidad al señalar que
“es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o
condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección
de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano, incluso
en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las
fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que,
siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la
voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al
servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes
frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida
de tantos santos” (LG 40). Ahora bien, no siempre esta invitación es
correctamente comprendida y asumida en consecuencia por los cristianos, y con
frecuencia, por desgracia, está ausente de la predicación y de la enseñanza
catequética, por esto considero que es una oportunidad magnífica para nosotros,
que formamos parte de esta Iglesia bendita de Granada, mirar el ejemplo o
testimonio cercano de nuestra nueva beata para sentirnos movidos a tomarnos en
serio la santidad, en definitiva, el seguimiento de Cristo.
Con esta beatificación, la Santa Iglesia
propone a Conchita como modelo de vida cristiana. Una ejemplaridad, que tiene
principalmente estos tres rasgos: su vida
familiar, que genera un espacio de crecimiento humano y cristiano donde
brotan los frutos del Evangelio. Su juventud,
vivida desde la fe en Jesucristo y que le lleva a descubrir su vocación como
identificación con la voluntad de Dios. Su enfermedad, que
le ayuda a interpretar la fragilidad de la vida humana y a ofrecerla a Dios
junto con el Señor Jesús en la Cruz y la Eucaristía.
Al mismo tiempo, la beatificación hace
posible que recemos juntos a Conchita, para pedir su intercesión. Que ella haga
llegar al Señor nuestras necesidades y las de tantos enfermos que confían en su
ayuda. Que su ejemplo nos permita decir como ella: “Mi deseo, amar más a Jesús; mi fortaleza, la
Eucaristía” (Meditaciones
de Conchita, 8).
EL FRUTO DE LA SANTIDAD
La santidad es un don de Dios, que se
corresponde con una necesidad humana, que no se conforma con la mediocridad
(cf. Gaudete et
exsultate, 1). En efecto, los seres humanos, y solo ellos, desde su
nacimiento, viven un proceso que les hace buscar su realización y abrirse a la
posibilidad del más allá. Los cristianos, además, y bajo la acción del Espíritu
Santo recibido en el Bautismo y la Confirmación, descubren que la santidad
consiste en:
Seguir siempre adelante en el
camino de Cristo, como lo hicieron aquellos testigos que pueden recordarse.
Personas que no eran perfectas, pero que supieron sobreponerse a las
dificultades y proseguir (cf. GE, 3). El Papa Francisco alude a esta “santidad
de la puerta de al lado” (GE,7). Resulta fácil constatar esa santidad en
Conchita Barrecheguren. He ahí su originalidad y su propuesta de santidad para
nuestro tiempo: vivir el día a día de la fe, en el estado laical y en medio de
sus propias tareas y en las comunes de sus contemporáneos.
Ofrecerse,
porque no se vive solo y no se puede prescindir ni de los demás ni de Dios.
Entonces, cabe hacer de la propia vida una donación al Señor, en quien se ha
puesto la confianza. Conchita supo disponer de su vida ante Dios, para tomar
decisiones y aceptar las renuncias que inevitablemente conllevan. Después de ir
a visitar los recuerdos de santa Teresita del Niño Jesús afirmará: “En Lisieux
me ofrecí a Dios, para que hiciera de mí todo lo que Él quisiera. ¡Mira cómo me
ha cogido la palabra!” (Diario
espiritual de Conchita, 34).
Sacar lo mejor de uno mismo. De
este modo, los santos son belleza de la Iglesia (cf. GE, 9). Se trata de un
empeño personal que permite dejar salir de sí mismo aquella maravilla que hay
en el propio interior. Conchita realizó ese esfuerzo, a pesar de las
dificultades y de su enfermedad: “He de amar a Jesús sobre todas las cosas, no
teniendo en el mundo otra satisfacción que la de agradarle y darle gusto. Mi
amor será un Dios crucificado” (Meditaciones, 8).
UNA LLAMADA PERSONAL
Se trata de una
llamada personal, que se recibe en el adentro de la
santa Iglesia. Ella es el lugar donde habita el Espíritu Santo del Señor
Resucitado. Se trata de una experiencia que vive la comunidad cristiana en la
oración y que comunica de modo especial en la celebración de los sacramentos.
Esta santidad es la que impulsa a la práctica de la caridad en favor de los
pobres, los enfermos y los pecadores. La beatificación de Conchita, por tanto,
es un signo de la santidad de toda nuestra Iglesia diocesana de Granada, que a
lo largo de los siglos generó muchos frutos de santidad y que en este momento
también los sigue promoviendo. ¡Tenemos tanta gente buena y santa “de la puerta
de al lado” en nuestra diócesis!
Conchita es una
mujer de fe, que sabe recorrer el camino de su vida con presteza y al paso
de Dios, sin adormecerse y sin dejar la vida pasar, sino viviéndola con
intensidad. Sus pocos años y su juventud tienen mucha calidad que se deriva,
especialmente, de haber descubierto la iniciativa y voluntad de Dios.
Identificarse con esa iniciativa divina sólo es posible por amor a Jesucristo,
pues únicamente el amor puede unir voluntades. Con razón, escribió Conchita
fruto de su profunda vida interior: “Aquí me tienes, Señor, atraída por tu amor
y dolores, y dispuesta a servirte durante mi vida entera. Dime lo que quieres
de mí, que puesto nada me has negado, tampoco yo te lo negaré” (Via Crucis de Conchita, Estación XI).
UNA JOVEN SANTA
La persona de Conchita Barrecheguren, con
sus 21 años, es una referencia de vida cristiana y santa adecuada especialmente
para los jóvenes de hoy. De ella y de su juventud, se puede destacar su
capacidad para vivir con los pies en la tierra, sin eludir la realidad de su
momento histórico y abierta al deseo del Cielo. Es mujer
de su tiempo, sin añoranzas desfasadas de un ayer que no vivió; sin
conformismo resignado con un presente que busca imponerse; y distanciándose,
hábilmente y con libertad asombrosa, de supuestos avances que le parecen
distracciones de aquello que había descubierto como esencial para su vida.
En sus pocos años fue capaz de madurar con
el auxilio del Espíritu Santo como persona y cristiana. Ella se siente
responsable de su proceso de crecimiento y se preocupa de evolucionar para
llegar a ser adulta, afrontar su enfermedad, superar sus miedos y responder de
sí misma. Sabe ser valiente, impulsiva, ardorosa y, al mismo tiempo, dulce,
paciente y equilibrada. Su madurez juvenil también es precocidad
espiritual que se evidencia en sus escritos y que, ni entonces ni
ahora, son propios de jóvenes de veinte años. Con motivo de su cumpleaños,
escribe con humildad: “Hace 17 años que voy caminando rápidamente por la vida.
Y en este transcurso de tiempo, ¿qué he hecho yo para ganar la vida eterna? He
vivido como si hubiera sido criada para la tierra, he buscado siempre mis
comodidades y caprichos. Me he olvidado muchas veces del fin para el que fui
criada. Mis acciones, ¿las hacía todas puramente para Dios? ¿Era Dios el único
fin de mis deseos? ¿Me he conformado siempre con su voluntad?” (Diario espiritual, 80).
Conchita es, sobre todo, una
joven de fe. Llamó la atención como una simple cristiana, que desde dentro
de las realidades seculares resulta portadora y presencia eficaz del Evangelio.
Sabe vivir cotidianamente centrada en la Cruz y en la Eucaristía. Hoy, cuando
surgen dificultades para vivir la fe, Conchita hace una oferta de fe decidida,
confiada y segura. Toda su vida diaria y pública es testimonio coherente con su
vida cristiana Si algo tiene su fe de “veinteañera” es firmeza, estabilidad y
permanencia. ¡Qué gran ejemplo el de Conchita para nuestros jóvenes granadinos!
A ella los encomiendo, así como los frutos espirituales de la próxima Jornada
Mundial de la Juventud en la que muchos de ellos participarán este verano en
Lisboa.
Conchita se siente parte
de la Iglesia, que se inicia en su propia familia, verdadera Iglesia
doméstica. Siempre agradecerá cuántas cosas le debe a su familia. Hay en ella
una doble ejemplaridad actualmente necesaria: su pertenencia a una familia
cristiana, lugar de búsqueda y colaboración con la voluntad de Dios, y su fe
juvenil, recibida, cultivada y compartida en familia. Esta familia creyente,
también es el ámbito adecuado para la aparición y cuidado de la vocación
religiosa y sacerdotal. En consecuencia, en su familia brotará la vocación de
su padre que al quedar viudo se haría sacerdote y misionero Redentorista: el
venerable P. Francisco Barrecheguren.
Precisamente a la Congregación del
Santísimo Redentor, a la que tan vinculada ha estado espiritualmente Conchita y
que ha llevado su proceso de beatificación, quiero agradecer en nombre de la
archidiócesis de Granada su trabajo así como su labor pastoral tan querida
entre nosotros. Nuestra gratitud también al enviado papal para la beatificación
el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los
Santos.
VOCACIÓN DE CONCHITA
Se trata de esa llamada de Dios, en la que
cada uno se construye como persona y creyente. Desde la fe, supone aceptar la
voluntad e iniciativa de Dios para cada uno. En Conchita causa admiración su
opción por Jesucristo. Ella misma dice: “Él es mi vida, mi tesoro, mi amor. Con
él todo lo puedo, pues su gracia me conforta. ¿Qué voy a temer, si poseo en el
alma a mi Señor Jesucristo?” (Meditación
del Jueves Santo). Ella se realiza así: es de
Jesús y así firma desde pequeña: de
Jesús. En ser de Jesús se
empeñó con una admirable perseverancia.
Conchita descubre que el Señor la quiere en
la vida ordinaria de su casa, su familia, su juventud y, finalmente, en una
enfermedad, que interpreta como llamada y vocación a identificarse con
Jesucristo crucificado: “Dios me quiere enferma. A cada uno le señala su camino
en este mundo, y el mío es éste. Estoy en la edad en que Dios da las
vocaciones, y la mía es sufrir” (Diario
espiritual, 53).
UNA OPORTUNIDAD
Cada etapa de la vida es una oportunidad.
También estos momentos que vivimos lo son. Como signo providencial la Iglesia
nos ha regalado la beatificación de Conchita. En ella se cumplen las palabras
del Apóstol San Pablo: “lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo
poderoso” (1 Cor 1, 27b).
En el Decreto que reconoce la heroicidad de
las virtudes cristianas de Conchita, se han recogido las siguientes palabras de
santa Teresita de Lisieux: “Quiso crear grandes Santos (…) pero también creó
pequeños. (…) La perfección consiste en cumplir su voluntad y en ser lo que Él
quiere” (Historia de un alma,
1).
¡Optemos pues por la santidad y
propongámosla con valentía y claridad como camino hacedero en nuestra acción
pastoral! Tenemos para ello los medios de siempre, de los que se han servido en
la Iglesia nuestros santos acudiendo a la ayuda divina en los sacramentos, en
la escucha de la Palabra de Dios y la oración, en la vivencia de la caridad y
de la comunión eclesial. Nada necesita más nuestro mundo y la Iglesia que
santos, los que han seguido a Cristo en sus circunstancias de vida concreta.
Pero eso sí: santos alegres que contagien el Evangelio. Santos alegres y de
buen humor porque “un santo triste es un triste santo”. Los santos han sido
además los grandes benefactores de la humanidad. Nada puede hacernos más
felices que vivir como Dios nos pide, por eso como señala el Papa, «cuando
sientas la tentación de enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado
y dile: “Señor, yo soy un pobrecillo, pero Tú puedes realizar el milagro de
hacerme un poco mejor”» (GE 15). En definitiva, para Francisco, la santidad no
es otra cosa que -como ha sintetizado él mismo- la vivencia de las
Bienaventuranzas y la caridad (cf. GE
65-94; Alocución en el Encuentro con los jóvenes argentinos en la Catedral de
Río de Janeiro, 25/7/2013).
SANTA MARÍA, REINA DE TODOS LOS
SANTOS
A la par que damos especialmente gracias de
todo corazón al Papa Francisco por decretar la beatificación de Conchita, deseo
terminar esta carta tomando prestado y haciendo mío el final de su mencionada
exhortación Gaudete et
exultate mirando a santa María, reina de todos los santos e
invocando al Espíritu Santo que obra en nosotros la santidad: “Quiero que María
corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de
Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que
conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre
los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos
acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus
brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos
santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos
esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra
vez: «Dios te salve, María...». Espero que estas páginas sean útiles para que
toda la Iglesia se dedique a promover el deseo de la santidad. Pidamos que el
Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la
mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así
compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar” (GE 176-177).
Que la nueva beata Conchita Barrecheguren y
todos los santos granadinos intercedan por nosotros. Con mi afecto y bendición.
✠ José
María Gil Tamayo.
Arzobispo
de Granada
2 de mayo de 2023
FUENTE NOTICIAS DIOCESIS DE GRANADA.