viernes, 28 de febrero de 2020

AUDIENCIA GENERAL 26 DE FEBRERO DE 202. MIÉRCOLES DE CENIZA.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, miércoles de Ceniza, empezamos el camino cuaresmal, camino de cuarenta días hacia la Pascua, hacia el corazón del año litúrgico y de la fe. Es un camino que sigue al de Jesús, que a los inicios de su ministerio se retiró durante cuarenta días a rezar y a ayunar, tentado por el diablo, en el desierto. Precisamente del significado espiritual del desierto quisiera hablaros hoy. De lo que significa espiritualmente el desierto para todos nosotros, aunque vivamos en la ciudad, qué significa el desierto.
Imaginemos que estamos en un desierto. La primera sensación sería la de encontrarnos rodeados por un gran silencio: nada de ruido a parte del viento y de nuestra respiración. El desierto es el lugar de desconexión del estruendo que nos rodea. Es la ausencia de palabras para hacer espacio a otra Palabra, la Palabra de Dios, que como una brisa ligera nos acaricia el corazón (cf. 1 Reyes 19,12). El desierto es el lugar de la Palabra, con mayúsculas. En la Biblia, de hecho, el Señor ama hablarnos en el desierto. El en desierto entrega a Moisés las “diez palabras”, los diez mandamientos. Y cuando el pueblo se aleja de Él, conviriéndose en una esposa infiel, Dios dice: «la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Ella responderá allí como en los días de su juventud (Oseas 2, 16-17). En el desierto se escucha la Palabra de Dios, que es como un sonido ligero. El Libro de los Reyes dice que la Palabra de Dios es como un hilo de silencio sonoro. En el desierto se encuentra la intimidad con Dios, el amor del Señor. Jesús amaba retirarse cada día a lugares desiertos a rezar (cf. Lucas 5, 16). Nos enseñó cómo buscar al Padre, que nos habla en el silencio. Y no es fácil hacer silencio en el corazón, porque nosotros tratamos siempre de hablar un poco, de estar con los demás.
La Cuaresma es el tiempo propicio para hacer espacio a la Palabra de Dios. Es el tiempo para apagar la televisión y abrir la Biblia. Cuando era niño, no había televisión, pero existía la costumbre de no escuchar la radio. La Cuaresma es desierto, es el tiempo para renunciar, para desconectar del teléfono móvil y conectarnos al Evangelio. Es el tiempo para renunciar a palabras inútiles, charlatanerías, rumores, cotilleos y hablar y dar de “tú” al Señor. Es el tiempo para dedicarse a una sana ecología del corazón, a hacer limpieza ahí. Vivimos en un ambiente contaminado por demasiada violencia verbal, por tantas palabras ofensivas y nocivas, que la red amplifica. Hoy se insulta como quien dice “buenos días”. Estamos inundados de palabras vacías, de publicidad, de mensajes solapados. Nos hemos acostumbrado a oir de todo a todos y corremos el riesgo de deslizarnos en una mundanidad que nos atrofie el corazón y no hay bypass para sanar eso, sino solo el silencio. Nos cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la conciencia, la voz del bien. Jesús, llamándonos en el desierto, nos invita a prestar escucha a lo que cuenta, a lo importante, a lo esencial. Al diablo que lo tentaba, le respondió: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4, 4). Como el pan, más que el pan nos hace falta la Palabra de Dios, necesitamos hablar con Dios: necesitamos rezar. Porque solo frente a Dios salen a la luz las inclinaciones del corazón y caen las dobleces del alma. He aquí el desierto, lugar de vida, no de muerte, porque dialogar en silencio con el Señor nos da vida.
Tratemos de nuevo de pensar en el desierto. El desierto es el lugar de lo esencial. Miremos nuestras vidas: ¡cuántas cosas inútiles nos rodean! Perseguimos mil cosas que parecen necesarias y en realidad no lo son. ¡Qué bien nos haría liberarnos de tantas realidades superfluas, para redescubrir lo que de verdad importa, para encontrar los rostros de quienes están a nuestro lado! También en esto Jesús nos da su ejemplo, ayunando. Ayunar es saber renunciar a las cosas vanas, a lo superfluo, para ir a lo esencial. Ayunar no es solamente adelgazar, ayunar es ir precisamente a lo esencial, es buscar la belleza de una vida más sencilla.
El desierto, finalmente, es el lugar de la soledad. También hoy, cerca de nosotros, hay tantos desiertos. Son las personas solas y abandonadas. Cuantos pobres y ancianos están cerca de nosotros y viven en silencio, sin clamor, marginados y descartados. Hablar de ellos no aumenta las audiencias. Pero el desierto nos lleva a ellos, a cuantos, forzados a callar, piden en silencio nuestra ayuda. Tantas miradas silenciosas que piden nuestra ayuda. El camino en el desierto cuaresmal es un camino de caridad hacia quien es más débil.
Oración, ayuno, obras de misericordia: he aquí el camino en el desierto cuaresmal.
Queridos hermanos y hermanas, con la voz del profeta Isaías, Dios hizo esta promesa: «Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: pongo en el desierto un camino» (Isaías 43, 19). En el desierto se abre el camino que nos lleva de la muerte a la vida. Entremos en el desierto con Jesús, saldremos saboreando la Pascua, la potencia del amor de Dios que nos renueva la vida. Sucederá a nosotros como a esos desiertos que en primavera florecen, haciendo germinar de repente “de la nada” gemas y plantas. Ánimo, entremos en este desierto de la Cuaresma. Sigamos a Jesús en el desierto: con Él nuestros desiertos florecerán.



Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos ayude a entrar en el desierto cuaresmal, que lo sepamos recorrer a través de la oración, el ayuno y las obras de misericordia, para que podamos gustar la Pascua, la fuerza del amor de Dios que hace florecer los desiertos de nuestra vida. Que el Señor los bendiga.

AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Plaza de San Pedro
Miércoles, 26 de febrero de 2020
FUENTE: VATICAN_VA

miércoles, 19 de febrero de 2020

3. CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS BIENAVENTURANZAS: FELICES LOS MANSOS.


“Felices los mansos, porque ellos heredarán la tierra”
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy abordamos la bienaventuranza que dice: «Felices los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5,4). Cuando decimos que una persona es “mansa” nos referimos a que es dócil, suave, afable, a que no es violenta ni colérica. La mansedumbre se manifiesta sobre todo en los momentos de conflicto, cuando estamos “bajo presión”, cuando somos atacados, ofendidos, agredidos. Nuestro modelo es Jesús, que vivió cada momento, especialmente su Pasión, con docilidad y mansedumbre.
Esta bienaventuranza afirma también que los mansos “heredarán la tierra”. No la poseen ni la conquistan, la heredan. Esta tierra es una promesa y un don para el Pueblo de Dios. Esta “tierra” es el Cielo, hacia donde caminamos como discípulos de Cristo, promoviendo la paz, la fraternidad, la confianza y la esperanza.
También podemos considerar lo contrario de vivir esta bienaventuranza y preguntarnos acerca del pecado de la ira. La ira es lo contrario de la mansedumbre. En un momento de cólera, de ira, se puede destruir todo lo que se ha construido; cuando se pierde el control, se olvida lo realmente importante, y esto puede arruinar la relación con un hermano, muchas veces sin remedio. En cambio, la mansedumbre conquista los corazones, salva las amistades, hace posible que se sanen y reconstruyan los lazos que nos unen con los demás.



Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos ayude a ser mansos y humildes de corazón, y a reconocer los momentos en que perdemos la calma para que, con la gracia del Señor, podamos volver a encontrar y a construir la paz. Que Dios los bendiga.

AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Aula Pablo VI
Miércoles, 19 de febrero de 2020

miércoles, 12 de febrero de 2020

26 DE FEBRERO DE 2022, CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN DE 16 MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN GRANADA.



“Tu Gracia vale más que la vida”


La ceremonia de beatificación, propuesta en un principio para el 23 de marzo de 2020, ha sido pospuesta con motivo de la pandemia del Covid19, hasta nuevo aviso. 


La Diócesis de Granada acogerá el 23 de mayo de 2020, en la S.I Catedral, la ceremonia de beatificación de 16 mártires del siglo XX en Granada, que murieron perdonando a sus verdugos. Precisamente, el lema de estas beatificaciones afirman esa vida entregada por amor a Dios, por encima de su propia vida, perdonando: “Tu Gracia vale más que la vida”.

Los próximos nuevos beatos granadinos son sacerdotes en su mayoría, así como un seminarista y un laico, víctimas de la persecución religiosa en España en los años 1936-1939. Los nuevos beatos forman parte de la Causa de beatificación Cayetano Giménez Martínez y 15 compañeros mártires y son los siguientes:

  1. Cayetano Giménez Martín, párroco de la Encarnación y arcipreste de Loja
  2. José Becerra Sánchez, presbítero
  3. José Jiménez Reyes, coadjuntor de Santa Catalina y Encargado de Riofrío
  4. Pedro Ruiz de Valdivia, arcipreste de Alhama de Granada
  5. Francisco Morales Valenzuela, nacido y martirizado en Alhama de Granada
  6. José Frías Ruiz, coadjutor de Alhama de Granada.
  7. Manuel Vázquez Alfalla, mártir de Motril
  8. Ramón Cervilla Luis, mártir de Almuñécar
  9. Lorenzo Palomino Villaescusa, mártir de Salobreña
  10. José Rescalvo Ruiz, mártir de Cádiar
  11. Manuel Vilches Montalvo, mártir de Iznalloz
  12. José María Polo Rejón, mártir de Arenas del Rey
  13. Juan Bazaga Palacios, mártir de La Herradura
  14. Miguel Romero Rojas, sacerdote y mártir de Coín
  15. Antonio Caba Pozo, seminarista
  16. José Muñoz Calvo, laico, presidente de Acción Católica de Alhama de Granada.


El pasado 29 de noviembre la Santa Sede comunicó la promulgación del Decreto que anunciará esta próxima beatificación. La apertura del proceso diocesano para estudiar la causa de beatificación se abrió el 1 de julio de 1999 y concluyó en su fase diocesana el 28 de septiembre de ese año.


ENTRADAS RELACIONADAS:


2. CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS BIENAVENTURANZAS: BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN.


“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”
En nuestra reflexión sobre las bienaventuranzas, hoy consideramos la segunda: «Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados», que nos indica una actitud fundamental en la espiritualidad cristiana: el dolor interior que nos abre a una relación nueva con el Señor y con el prójimo.
Según las Sagradas Escrituras, este llanto tiene dos aspectos. El primero es la aflicción causada por la muerte o el sufrimiento de alguien a quien amamos. El segundo es un llanto por el dolor de nuestros pecados, provocado por haber ofendido a Dios y al prójimo.
El primer significado se refiere al luto, que siempre es amargo, doloroso, y que paradójicamente puede ayudarnos a tomar conciencia de la vida, del valor sagrado e insustituible de toda persona y de la brevedad del tiempo. El segundo sentido indica el llanto por el mal que hemos ocasionado, por el mal que yo hice, por el bien que no hice y por la deslealtad a la relación con Dios y con los demás; es un llanto por no haber correspondido al amor incondicional del Señor hacia nosotros, por no haber correspondido al bien que no quisimos hacer, por no haber querido a los demás. El dolor por haber ofendido y herido a quien amamos es lo que llamamos el sentido del pecado, que es don Dios y obra del Espíritu Santo.

Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica —chilenos, peruanos, mexicanos, argentinos—. Pidamos al Señor que nos conceda el don de las lágrimas por nuestra falta de amor a Dios y al prójimo, y que por su compasión y misericordia nos permita amar a nuestros hermanos y dejar que entren en nuestro corazón. Que Dios los bendiga.
AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Aula Pablo VI
Miércoles, 12 de febrero de 2020

lunes, 10 de febrero de 2020

SAN JUAN PABLO II Y LA SANTIDAD.




“La santidad consiste, en vivir con convicción la realidad del amor de Dios, a pesar de las dificultades de la historia y de la propia vida. El Sermón de la Montaña es la única escuela para ser santos.”
Juan Pablo II

miércoles, 5 de febrero de 2020

1. CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS BIENAVENTURANZAS: DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU.


“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis comenzamos con la primera de las Bienaventuranzas: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». San Mateo no se conforma con decir pobre, dando al término un sentido puramente económico o material, sino dice “pobre en el espíritu”, es decir, pobre en lo más íntimo y profundo, allí donde todos debemos reconocernos incompletos y vulnerables, por mucho que nos esforcemos.
Paradójicamente es ahí donde está nuestra felicidad, nuestra bienaventuranza, pues negar esta realidad nos lleva por caminos de oscuridad, a odiar y odiarnos a causa de nuestros límites, a tratar de ocultarlos, a buscar con desesperación ser alguien, ser más todavía. Ser pobres nos libera del orgullo, del exigirnos ser autosuficientes y nos da derecho a pedir ayuda, a pedir perdón; tan difícil pedir perdón. Nos abre el camino del reino de los cielos. 
En la humildad, en la oración, encontramos este camino. Nos ponemos delante de Dios y le pedimos que venga en nuestro auxilio, que no tarde en socorrernos, que manifieste su potencia, en el perdón y la misericordia. Es ahí donde Jesús ha manifestado la fuerza de Dios, no en el poder humano, en tener o aparentar, sino en el testimonio de un amor que es capaz de dar la vida y la verdadera libertad.

Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos dé la fuerza de reconocernos pobres, de aceptar nuestros límites, de sabernos necesitados de otro. Sólo así seremos capaces de acoger el amor que el Señor derrama en nuestros corazones y sentir la dicha de testimoniarlo ante el mundo. Que el Señor los bendiga. Gracias.
AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Aula Pablo VI
Miércoles, 5 de febrero de 2020
FUENTE: VATICAN_VA

lunes, 3 de febrero de 2020

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS Y LA SANTIDAD



"La santidad no consiste en tal o cual práctica, sino en una disposición del corazón (del alma) que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra nada y confiados hasta la audacia en la bondad del Padre."

Santa Teresita del niño Jesús

sábado, 1 de febrero de 2020

PALABRA DE VIDA DE FEBRERO DE 2020.


«Gritó el padre del muchacho: "¡Creo, ayuda a mi poca fe!"» 
(Mc 9, 24)
Jesús va camino de Jerusalén acompañado de sus discípulos. Ya ha empezado a prepararlos para el momento decisivo: el rechazo de las autoridades religiosas, la condena a muerte por parte de los romanos y la crucifixión, a la que seguirá la resurrección.
Es un tema duro de entender para Pedro y los demás que lo han seguido, pero el Evangelio de Marcos nos acompaña en este descubrimiento progresivo de la misión de Jesús: llevar a cabo la salvación definitiva de la humanidad mediante la fragilidad del sufrimiento.
Durante el recorrido, Jesús se cruza con muchas personas y se muestra cercano a las necesidades de cada uno. Aquí lo vemos acoger el grito de ayuda de un padre que le pide que cure a su hijo pequeño, con graves dificultades, probablemente epiléptico.
Para que el milagro se realice, Jesús también le pide una cosa a este padre: que tenga fe.
«Gritó el padre del muchacho: "¡Creo, ayuda a mi poca fe!"».
La respuesta del padre, pronunciada en voz alta ante la multitud reunida en torno a Jesús, es aparentemente contradictoria. Este hombre, como con frecuencia nos ocurre también a nosotros, experimenta la fragilidad de su fe, su incapacidad de volver a depositar su plena confianza en el amor de Dios y en su proyecto de felicidad para cada uno de sus hijos.
Por otra parte, Dios da confianza al ser humano y no obra nada sin la aportación de este, sin su libre adhesión. Nos pide nuestra parte, aunque sea pequeña: reconocer su voz en la conciencia, fiarnos de Él y ponernos a amar también nosotros.
«Gritó el padre del muchacho: "¡Creo, ayuda a mi poca fe!"».
Gran parte de la cultura en que estamos inmersos exalta la agresividad en todas sus formas como un arma eficaz para alcanzar el éxito.
El Evangelio nos presenta más bien una paradoja: reconocer nuestra debilidad, límites y debilidades como punto de partida para entrar en relación con Dios y participar con Él en la mayor de las conquistas: la fraternidad universal.
Jesús nos enseña con toda su vida la lógica del servicio, a elegir el último lugar: es la postura óptima para transformar la aparente derrota en una victoria no egoísta y efímera, sino compartida y duradera.
«Gritó el padre del muchacho: "¡Creo, ayuda a mi poca fe!"».
La fe es un regalo que podemos y debemos pedir con perseverancia para colaborar con Dios a abrir vías de esperanza para muchos.
Chiara Lubich escribió: «Creer es sentirse mirados y amados por Dios, es saber que cada oración nuestra, cada palabra, cada paso, cada acontecimiento triste, gozoso o indiferente, cada enfermedad, todo, todo, todo [...] es mirado por Dios. Y si Dios es Amor, confiar completamente en Él no es más que su consecuencia lógica. Así, podemos tener esa confianza que nos lleva a hablar con Él a menudo, a exponerle nuestras cosas, propósitos y proyectos. Cada uno de nosotros puede abandonarse a su amor con la seguridad de ser comprendido, consolado, ayudado. [...] Podemos pedirle: "Señor, haz que permanezca siempre en tu amor. Haz que ni un solo instante viva sin sentir, sin percibir, sin saber por la fe -o también por experiencia- que me amas, que nos amas". Y luego, a amar. A fuerza de amar nuestra fe se hará adamantina, muy sólida. No solo creeremos en el amor de Dios, sino que lo sentiremos de manera tangible en nuestro ánimo y veremos "milagros" a nuestro alrededor».
LETIZIA MAGRI