Hoy,
miércoles de Ceniza, empezamos el camino cuaresmal, camino de cuarenta días
hacia la Pascua, hacia el corazón del año litúrgico y de la fe. Es un camino
que sigue al de Jesús, que a los inicios de su ministerio se retiró durante
cuarenta días a rezar y a ayunar, tentado por el diablo, en el desierto.
Precisamente del significado espiritual del desierto quisiera
hablaros hoy. De lo que significa espiritualmente el desierto para todos
nosotros, aunque vivamos en la ciudad, qué significa el desierto.
Imaginemos
que estamos en un desierto. La primera sensación sería la de encontrarnos
rodeados por un gran silencio: nada de ruido a parte del viento y de nuestra
respiración. El desierto es el lugar de desconexión del estruendo que nos
rodea. Es la ausencia de palabras para hacer espacio a otra Palabra, la Palabra
de Dios, que como una brisa ligera nos acaricia el corazón (cf. 1 Reyes 19,12).
El desierto es el lugar de la Palabra, con mayúsculas. En la
Biblia, de hecho, el Señor ama hablarnos en el desierto. El en desierto entrega
a Moisés las “diez palabras”, los diez mandamientos. Y cuando el pueblo se
aleja de Él, conviriéndose en una esposa infiel, Dios dice: «la llevaré al
desierto y hablaré a su corazón. Ella responderá allí como en los días de su
juventud (Oseas 2, 16-17). En el desierto se escucha la Palabra de
Dios, que es como un sonido ligero. El Libro de los Reyes dice que la Palabra
de Dios es como un hilo de silencio sonoro. En el desierto se encuentra la
intimidad con Dios, el amor del Señor. Jesús amaba retirarse cada día a lugares
desiertos a rezar (cf. Lucas 5, 16). Nos enseñó cómo buscar al
Padre, que nos habla en el silencio. Y no es fácil hacer silencio en el
corazón, porque nosotros tratamos siempre de hablar un poco, de estar con los
demás.
La Cuaresma
es el tiempo propicio para hacer espacio a la Palabra de Dios. Es el tiempo
para apagar la televisión y abrir la Biblia. Cuando era niño, no había
televisión, pero existía la costumbre de no escuchar la radio. La Cuaresma es
desierto, es el tiempo para renunciar, para desconectar del teléfono móvil y
conectarnos al Evangelio. Es el tiempo para renunciar a palabras inútiles,
charlatanerías, rumores, cotilleos y hablar y dar de “tú” al Señor. Es el
tiempo para dedicarse a una sana ecología del corazón, a hacer
limpieza ahí. Vivimos en un ambiente contaminado por demasiada violencia
verbal, por tantas palabras ofensivas y nocivas, que la red amplifica. Hoy se
insulta como quien dice “buenos días”. Estamos inundados de palabras vacías, de
publicidad, de mensajes solapados. Nos hemos acostumbrado a oir de todo a todos
y corremos el riesgo de deslizarnos en una mundanidad que nos atrofie el
corazón y no hay bypass para sanar eso, sino solo el silencio.
Nos cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la conciencia,
la voz del bien. Jesús, llamándonos en el desierto, nos invita a prestar
escucha a lo que cuenta, a lo importante, a lo esencial. Al diablo que lo
tentaba, le respondió: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios» (Mateo 4, 4). Como el pan, más que el pan
nos hace falta la Palabra de Dios, necesitamos hablar con Dios:
necesitamos rezar. Porque solo frente a Dios salen a la luz las
inclinaciones del corazón y caen las dobleces del alma. He aquí el desierto,
lugar de vida, no de muerte, porque dialogar en silencio con el Señor nos da
vida.
Tratemos de
nuevo de pensar en el desierto. El desierto es el lugar de lo esencial.
Miremos nuestras vidas: ¡cuántas cosas inútiles nos rodean! Perseguimos mil
cosas que parecen necesarias y en realidad no lo son. ¡Qué bien nos haría
liberarnos de tantas realidades superfluas, para redescubrir lo que de verdad
importa, para encontrar los rostros de quienes están a nuestro lado! También en
esto Jesús nos da su ejemplo, ayunando. Ayunar es saber
renunciar a las cosas vanas, a lo superfluo, para ir a lo esencial. Ayunar no
es solamente adelgazar, ayunar es ir precisamente a lo esencial, es buscar la
belleza de una vida más sencilla.
El desierto,
finalmente, es el lugar de la soledad. También hoy, cerca de nosotros, hay
tantos desiertos. Son las personas solas y abandonadas. Cuantos pobres y
ancianos están cerca de nosotros y viven en silencio, sin clamor, marginados y
descartados. Hablar de ellos no aumenta las audiencias. Pero el desierto nos
lleva a ellos, a cuantos, forzados a callar, piden en silencio nuestra ayuda.
Tantas miradas silenciosas que piden nuestra ayuda. El camino en el desierto
cuaresmal es un camino de caridad hacia quien es más débil.
Oración, ayuno,
obras de misericordia: he aquí el camino en el desierto cuaresmal.
Queridos
hermanos y hermanas, con la voz del profeta Isaías, Dios hizo esta promesa:
«Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: pongo en el desierto un camino» (Isaías 43,
19). En el desierto se abre el camino que nos lleva de la muerte a la vida.
Entremos en el desierto con Jesús, saldremos saboreando la Pascua, la potencia
del amor de Dios que nos renueva la vida. Sucederá a nosotros como a esos
desiertos que en primavera florecen, haciendo germinar de repente “de la nada”
gemas y plantas. Ánimo, entremos en este desierto de la Cuaresma. Sigamos a
Jesús en el desierto: con Él nuestros desiertos florecerán.
Saludos:
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de
Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos ayude a entrar en el desierto
cuaresmal, que lo sepamos recorrer a través de la oración, el ayuno y las obras
de misericordia, para que podamos gustar la Pascua, la fuerza del amor de Dios
que hace florecer los desiertos de nuestra vida. Que el Señor los bendiga.
AUDIENCIA
GENERAL PAPA FRANCISCO
Plaza de San Pedro
Miércoles, 26 de febrero de
2020
FUENTE: VATICAN_VA
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