miércoles, 29 de abril de 2020

8. CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS BIENAVENTURANZAS: BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR LA JUSTICIA..


Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia.
Catequesis sobre las bienaventuranzas: 9. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy concluimos las catequesis dedicadas a las bienaventuranzas, y lo hacemos con la última de ellas que proclama la alegría que viene de la persecución a causa de la justicia. Esta bienaventuranza culmina un camino, que es el que conduce de una vida según este mundo a la de Dios, de una vida guiada por el egoísmo a la del Espíritu.
El mundo con sus ídolos y con sus estructuras de pecado no puede permitir un estilo de vida según el Espíritu de la verdad, por lo que rechaza la enseñanza del Evangelio, tachándola como un problema que se debe desechar y arrinconar. Esto muestra que la persecución lleva a la liberación interior, que rompe con las ataduras del mundo, produciendo una gran alegría, porque se ha encontrado un verdadero tesoro mucho mayor al que puede ofrecer el mundo. Por eso, tenemos que recordar a tantos cristianos, hermanos nuestros, que sufren persecución en diferentes partes del mundo. Ellos necesitan nuestra oración y experimentar nuestra cercanía.
La bienaventuranza que hoy meditamos no debe leerse en clave victimista. De hecho, no todo desprecio de los hombres es sinónimo de persecución. Jesús nos dice que somos «sal de la tierra», y llama nuestra atención ante el peligro de “perder el sabor”, porque no serviría más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente. El cristiano está llamado a vivir el espíritu de las bienaventuranzas y que toda su vida haga gustar a los demás el buen sabor de Cristo y del Evangelio.



Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Los animo a seguir la senda de las bienaventuranzas, haciéndolas vida con quienes tienen cerca y sufren, de modo particular en estos momentos de adversidad y dificultad. El Señor les concederá experimentar, en medio de las circunstancias que les toca vivir, una gran alegría y paz interior. Que Dios los bendiga.
AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 29 de abril de 2020
FUENTE: VATICAN_VA


martes, 21 de abril de 2020

SE POSPONE HASTA NUEVO AVISO LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN DE 16 MÁRTIRES GRANADINOS


Estaba prevista para el 23 de mayo en la S.I Catedral y se postergan debido a la pandemia global.
José Jiménez Reyes, coadjutor de Santa Catalina y Encargado de Riofrío.

La ceremonia de beatificación de 16 mártires granadinos de principios del siglo XX, previstas para el 23 de mayo en nuestra diócesis, se postergan hasta nuevo aviso, dada la situación de pandemia global y crisis sanitaria.
En la ceremonia, que iba a tener lugar el 23 de mayo en la S.I Catedral, se beatificarán en una nueva fecha, aún por concretar, a 16 mártires granadinos de la persecución religiosa en España en los años 1936-1939, de los cuales 14 son sacerdotes, uno seminarista y un laico vinculado a Acción Católica.
La apertura del proceso diocesano para estudiar la causa de beatificación se abrió el 1 de julio de 1999 y concluyó en su fase diocesana el 28 de septiembre de ese año. La Santa Sede comunicó el pasado 29 de noviembre la promulgación del Decreto que anunciaba la próxima beatificación.



FUENTE: NOTICIAS ARCHIDIÓCESIS DE GRANADA

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domingo, 19 de abril de 2020

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO EN EL DOMINGO DE LA MISERICORDIA.


El domingo pasado celebramos la resurrección del Maestro, y hoy asistimos a la resurrección del discípulo. Había transcurrido una semana, una semana que los discípulos, aun habiendo visto al Resucitado, vivieron con temor, con «las puertas cerradas» (Jn 20,26), y ni siquiera lograron convencer de la resurrección a Tomás, el único ausente. ¿Qué hizo Jesús ante esa incredulidad temerosa? Regresó, se puso en el mismo lugar, «en medio» de los discípulos, y repitió el mismo saludo: «Paz a vosotros» (Jn 20,19.26). Volvió a empezar desde el principio. La resurrección del discípulo comenzó en ese momento, en esa misericordia fiel y paciente, en ese descubrimiento de que Dios no se cansa de tendernos la mano para levantarnos de nuestras caídas. Él quiere que lo veamos así, no como un patrón con quien tenemos que ajustar cuentas, sino como nuestro Papá, que nos levanta siempre. En la vida avanzamos a tientas, como un niño que empieza a caminar, pero se cae; da pocos pasos y vuelve a caerse; cae y se cae una y otra vez, y el papá lo levanta de nuevo. La mano que siempre nos levanta es la misericordia. Dios sabe que sin misericordia nos quedamos tirados en el suelo, que para caminar necesitamos que vuelvan a ponernos en pie.
Y tú puedes objetar: “¡Pero yo sigo siempre cayendo!”. El Señor lo sabe y siempre está dispuesto a levantarnos. Él no quiere que pensemos continuamente en nuestras caídas, sino que lo miremos a Él, que en nuestras caídas ve a hijos a los que tiene que levantar y en nuestras miserias ve a hijos a los que tiene que amar con misericordia. Hoy, en esta iglesia que se ha convertido en santuario de la misericordia en Roma, en el Domingo que veinte años atrás san Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia, acojamos con confianza este mensaje. Jesús le dijo a santa Faustina: «Yo soy el amor y la misericordia misma; no existe miseria que pueda medirse con mi misericordia» (Diario, 14 septiembre 1937). En otra ocasión, la santa le dijo a Jesús, con satisfacción, que le había ofrecido toda su vida, todo lo que tenía. Pero la respuesta de Jesús la desconcertó: «Hija mía, no me has ofrecido lo que es realmente tuyo». ¿Qué cosa había retenido para sí aquella santa religiosa? Jesús le dijo amablemente: «Hija, dame tu miseria» (10 octubre 1937). También nosotros podemos preguntarnos: “¿Le he entregado mi miseria al Señor? ¿Le he mostrado mis caídas para que me levante?”. ¿O hay algo que todavía me guardo dentro? Un pecado, un remordimiento del pasado, una herida en mi interior, un rencor hacia alguien, una idea sobre una persona determinada... El Señor espera que le presentemos nuestras miserias, para hacernos descubrir su misericordia.
Volvamos a los discípulos. Habían abandonado al Señor durante la Pasión y se sentían culpables. Pero Jesús, cuando fue a encontrarse con ellos, no les dio largos sermones. Sabía que estaban heridos por dentro, y les mostró sus propias llagas. Tomás pudo tocarlas y descubrió lo que Jesús había sufrido por él, que lo había abandonado. En esas heridas tocó con sus propias manos la cercanía amorosa de Dios. Tomás, que había llegado tarde, cuando abrazó la misericordia superó a los otros discípulos; no creyó sólo en su resurrección, sino también en el amor infinito de Dios. E hizo la confesión de fe más sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Así se realiza la resurrección del discípulo, cuando su humanidad frágil y herida entra en la de Jesús. Allí se disipan las dudas, allí Dios se convierte en mi Dios, allí volvemos a aceptarnos a nosotros mismos y a amar la propia vida.
Queridos hermanos y hermanas: En la prueba que estamos atravesando, también nosotros, como Tomás, con nuestros temores y nuestras dudas, nos reconocemos frágiles. Necesitamos al Señor, que ve en nosotros, más allá de nuestra fragilidad, una belleza perdurable. Con Él descubrimos que somos valiosos en nuestra debilidad, nos damos cuenta de que somos como cristales hermosísimos, frágiles y preciosos al mismo tiempo. Y si, como el cristal, somos transparentes ante Él, su luz, la luz de la misericordia brilla en nosotros y, por medio nuestro, en el mundo. Ese es el motivo para alegrarse, como nos dijo la Carta de Pedro, «alegraos de ello, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas» (1 P 1,6).
En esta fiesta de la Divina Misericordia el anuncio más hermoso se da a través del discípulo que llegó más tarde. Sólo él faltaba, Tomás, pero el Señor lo esperó. La misericordia no abandona a quien se queda atrás. Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, se insinúa justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás. El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí. Se parte de esa idea y se sigue hasta llegar a seleccionar a las personas, descartar a los pobres e inmolar en el altar del progreso al que se queda atrás. Pero esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos. Que lo que está pasando nos sacuda por dentro. Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad. Aprendamos de la primera comunidad cristiana, que se describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Había recibido misericordia y vivía con misericordia: «Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,44-45). No es ideología, es cristianismo.
En esa comunidad, después de la resurrección de Jesús, sólo uno se había quedado atrás y los otros lo esperaron. Actualmente parece lo contrario: una pequeña parte de la humanidad avanzó, mientras la mayoría se quedó atrás. Y cada uno podría decir: “Son problemas complejos, no me toca a mí ocuparme de los necesitados, son otros los que tienen que hacerse cargo”. Santa Faustina, después de haberse encontrado con Jesús, escribió: «En un alma que sufre debemos ver a Jesús crucificado y no un parásito y una carga… [Señor], nos ofreces la oportunidad de ejercitarnos en las obras de misericordia y nosotros nos ejercitamos en los juicios» (Diario, 6 septiembre 1937). Pero un día, ella misma le presentó sus quejas a Jesús, porque: ser misericordiosos implica pasar por ingenuos. Le dijo: «Señor, a menudo abusan de mi bondad», y Jesús le respondió: «No importa, hija mía, no te fijes en eso, tú sé siempre misericordiosa con todos» (24 diciembre 1937). Con todos, no pensemos sólo en nuestros intereses, en intereses particulares. Aprovechemos esta prueba como una oportunidad para preparar el mañana de todos, sin descartar a ninguno: de todos. Porque sin una visión de conjunto nadie tendrá futuro.
Hoy, el amor desarmado y desarmante de Jesús resucita el corazón del discípulo. Que también nosotros, como el apóstol Tomás, acojamos la misericordia, salvación del mundo, y seamos misericordiosos con el que es más débil. Sólo así reconstruiremos un mundo nuevo.

HOMILIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO. SANTA MISA DE LA DIVINA MISERICORDIA.
Iglesia de Santo Spirito in Sassia
II Domingo de Pascua, 12 de abril de 2020
FUENTE: VATICAN_VA

jueves, 16 de abril de 2020

LA VIDA CAMINO DE SANTIDAD: EL AMOR NOS HARA VOLAR.


“Donar con generosidad”
La imagen de WALTER KOSTNER
GB y WW nos enseñan a amar se aprende amando

[…] Tratemos de ser los primeros en amar a cada persona que encontramos, al que llamamos por teléfono, escribimos, o con el que vivimos. Y sea el nuestro, un amor concreto, que sabe entender, prevenir, que es paciente, confiado, perseverante, generoso. Nos percataremos que nuestra vida espiritual hará un salto de calidad, sin contar la alegría que llenará nuestro corazón. 

FUENTE: Centro Chiara Lubich - Commento alla Parola di Vita di Agosto 1990 - Chiara Lubich.

miércoles, 15 de abril de 2020

7. CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS BIENAVENTURANZAS: BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ.


Bienaventurados los que trabajan por la paz.
Catequesis sobre las bienaventuranzas: 8. Bienaventurados los que trabajan por la paz.
La catequesis de hoy está dedicada a la bienaventuranza que dice: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Para comprenderla, tenemos que conocer qué significa la palabra “paz”.
El término bíblico shalom quiere decir abundancia, bienestar, en una vida conducida bajo la verdad y la justicia, que se cumplen en la espera del Mesías, Príncipe de la paz. Sin embargo, hay otro sentido de paz que es más subjetivo y que está muy difundido en nuestra sociedad, es el de la tranquilidad y equilibrio personal, que en ocasiones no corresponde a un crecimiento interior.
De hecho, la paz del Señor es diferente a la que da el mundo, con sus guerras y sus múltiples tratados de paz rotos. La paz que viene del Señor es la que “hace de dos pueblos uno solo”; es la paz que aniquila la enemistad y que reconcilia con la sangre de su cruz.
Los que trabajan por la paz son llamados hijos de Dios porque actúan de forma activa y artesanal, colaborando en la obra de la creación. Asumen el arte de la paz y la ejercen, sabiendo que no hay reconciliación sin donación de la propia vida y que la paz no es fruto de las propias capacidades, sino que es la manifestación de la gracia de Cristo, que nos ha hecho hijos de Dios.


Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Los animo a colaborar con Dios en la tarea de construir la paz, en cada momento y en cada lugar, comenzando por aquellas situaciones que viven ustedes y con las personas que tienen alrededor; de manera particular, en estos momentos que estamos viviendo a causa de la pandemia, para que, con un gesto concreto de bien, puedan llevar la ternura, la alegría y la paz de Cristo Resucitado.
Feliz pascua de Resurrección. Y que Dios los bendiga.
AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 15 de abril de 2020
FUENTE: VATICAN_VA


domingo, 12 de abril de 2020

MENSAJE URBI ET ORBI DEL SANTO PADRE FRANCISCO. PASCUA 2020.

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua!
Hoy resuena en todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”.
Esta Buena Noticia se ha encendido como una llama nueva en la noche, en la noche de un mundo que enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado por la pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba. En esta noche resuena la voz de la Iglesia: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!» (Secuencia pascual).
Es otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.
El Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada.
Hoy pienso sobre todo en los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós. Que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas. Que conceda su consolación y las gracias necesarias a quienes se encuentran en condiciones de particular vulnerabilidad, como también a quienes trabajan en los centros de salud, o viven en los cuarteles y en las cárceles. Para muchos es una Pascua de soledad, vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está provocando la pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas económicos.
Esta enfermedad no sólo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación. En muchos países no ha sido posible acercarse a ellos, pero el Señor no nos dejó solos. Permaneciendo unidos en la oración, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano (cf. Sal 138,5), repitiéndonos con fuerza: No temas, «he resucitado y aún estoy contigo» (Antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua, Misal Romano).
Que Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros, que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud. A ellos, como también a quienes trabajan asiduamente para garantizar los servicios esenciales necesarios para la convivencia civil, a las fuerzas del orden y a los militares, que en muchos países han contribuido a mitigar las dificultades y sufrimientos de la población, se dirige nuestro recuerdo afectuoso y nuestra gratitud.
En estas semanas, la vida de millones de personas cambió repentinamente. Para muchos, permanecer en casa ha sido una ocasión para reflexionar, para detener el frenético ritmo de vida, para estar con los seres queridos y disfrutar de su compañía. Pero también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás consecuencias que la crisis actual trae consigo. Animo a quienes tienen responsabilidades políticas a trabajar activamente en favor del bien común de los ciudadanos, proporcionando los medios e instrumentos necesarios para permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades cotidianas.
Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan solos. Procuremos que no les falten los bienes de primera necesidad, más difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como tampoco los medicamentos y, sobre todo, la posibilidad de una adecuada asistencia sanitaria. Considerando las circunstancias, se relajen además las sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a los propios ciudadanos una ayuda adecuada, y se afronten —por parte de todos los Países— las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres.
Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas. Entre las numerosas zonas afectadas por el coronavirus, pienso especialmente en Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, este continente pudo resurgir gracias a un auténtico espíritu de solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado. Es muy urgente, sobre todo en las circunstancias actuales, que esas rivalidades no recobren fuerza, sino que todos se reconozcan parte de una única familia y se sostengan mutuamente. Hoy, la Unión Europea se encuentra frente a un desafío histórico, del que dependerá no sólo su futuro, sino el del mundo entero. Que no pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras. Es la única alternativa al egoísmo de los intereses particulares y a la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones.
Este no es tiempo de la división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsabilidades en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un alto el fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo. No es este el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas. Que sea en cambio el tiempo para poner fin a la larga guerra que ha ensangrentado a la amada Siria, al conflicto en Yemen y a las tensiones en Irak, como también en el Líbano. Que este sea el tiempo en el que los israelíes y los palestinos reanuden el diálogo, y que encuentren una solución estable y duradera que les permita a ambos vivir en paz. Que acaben los sufrimientos de la población que vive en las regiones orientales de Ucrania. Que se terminen los ataques terroristas perpetrados contra tantas personas inocentes en varios países de África. 
Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas. Que el Señor de la vida se muestre cercano a las poblaciones de Asia y África que están atravesando graves crisis humanitarias, como en la Región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. Que reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y refugiados —muchos de ellos son niños—, que viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía. Y no quiero olvidar de la isla de Lesbos. Que permita alcanzar soluciones prácticas e inmediatas en Venezuela, orientadas a facilitar la ayuda internacional a la población que sufre a causa de la grave coyuntura política, socioeconómica y sanitaria.
Queridos hermanos y hermanas:
Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida. Que Él, que ya venció la muerte abriéndonos el camino de la salvación eterna, disipe las tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso.
Con estas reflexiones, os deseo a todos una feliz Pascua.
MENSAJE URBI ET ORBI DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PASCUA 2020
Basílica Vaticana
Domingo, 12 de abril de 2020

FUENTE: VATICAN_VA

lunes, 6 de abril de 2020

LA VIDA CAMINO DE SANTIDAD: VIVIR PARA LOS DEMÁS.


“Desear el bien del hermano”
La imagen de WALTER KOSTNER
GB y WW nos enseñan a aliviar el peso de los demás

El amor que nos mueve al perdón, también nos lleva a amar el bien, el crecimiento del hermano, a amar al otro como a si mismo, por tanto, a ayudarlo cuando cae o se equivoca. Jesús también indica un recorrido para saber cómo corregir al hermano (cf. Mt 18, 15-17). Sobre todo, quiere que la corrección nazca de la caridad, por esto invita "a sacar la pajita del ojo del hermano después de haber sacado la viga del propio ojo" (cf. Mt 7, 4). 
FUENTE: Unità e carismi - L’ammonizione fraterna come «momento della verità» - Amedeo Ferrari - 2 aprile 2012

sábado, 4 de abril de 2020

SEMANA SANTA 2020 GRANADA.


El cartel, obra de Jorge Marín es un homenaje de la Tertulia de Pregoneros de Semana Santa “El Atril” a todo el personal sanitario.

Se puede leer el articulo completo AQUI

jueves, 2 de abril de 2020

LA VIDA CAMINO DE SANTIDAD: VIVIR CON GENEROSIDAD.


 “Ser generosos con todos” 

La imagen de WALTER KOSTNER
GB y WW nos enseñan a ser generosos


[...] El amor nos dará ojos nuevos para intuir lo que los demás necesitan y atenderlos con creatividad y generosidad. Y como fruto, se compartirán los dones, porque el amor llama al amor. La alegría se multiplicará porque «mayor felicidad hay en dar que en recibir» [...]

FUENTE: Città Nuova - Dare per essere amore - 25.9.2006 - Chiara Lubich

miércoles, 1 de abril de 2020

6. CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS BIENAVENTURANZAS: DICHOSOS LO QUE TIENEN EL CORAZÓN PURO.

“Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios”
Catequesis sobre las bienaventuranzas: 7. Bienaventurados los que tienen el corazón puro
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis reflexionamos sobre la bienaventuranza que dice: «Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Esta bienaventuranza nos promete la visión de Dios y tiene como condición la pureza de corazón. ¿Qué quiere decir tener el corazón “puro”? Significa conservar en nuestro interior lo que es digno de una relación con el Señor verdadera, y llevar una vida integra, lineal y sencilla en su Presencia.
Tener un corazón puro es un camino de purificación interior. Hay que reconocer que, con frecuencia, nuestro peor enemigo está escondido dentro de nosotros mismos, y necesitamos convertirnos al Señor. Este proceso implica reconocer la influencia del mal que hay en nosotros, y dejarse conducir con docilidad por el Espíritu Santo; es un camino de maduración, supone renuncia, sinceridad y valentía.
Cuando descubrimos nuestra sed de bien y la misericordia de Dios que nos sostiene, comienza un camino de liberación que dura toda la vida y nos prepara al encuentro con el Señor. Se trata de un trabajo serio y, sobre todo, de una obra que Dios hace en nosotros a través de las pruebas y las purificaciones de la vida, y que nos lleva, si lo aceptamos, a experimentar una gran alegría y una paz verdadera.


Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Pidamos al Señor que nos conceda pureza y sencillez de corazón para descubrir su Providencia en los sucesos de la vida cotidiana. Y tengamos presentes, en estos momentos de prueba y oscuridad, a todos nuestros hermanos y hermanas que sufren, y a quienes los ayudan y acompañan con amor y generosidad. Que Dios los bendiga.

AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 1 de abril de 2020

PALABRA DE VIDA DE ABRIL DE 2020.


«Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20, 29).
El Evangelio de Juan describe los encuentros de los apóstoles, de María de Magdala y de otros discípulos con Jesús Resucitado. Este se aparece varias veces con los signos de la crucifixión para volverles a abrir el corazón a la alegría y a la esperanza. En una de estas ocasiones el apóstol Tomás está ausente. Los otros, que han visto al Señor, le cuentan esta maravillosa experiencia, quizá queriendo transmitirle su misma alegría. Pero Tomás no es capaz de aceptar este testimonio indirecto; quiere ver y tocar a Jesús en persona.
Lo cual ocurre días más tarde: Jesús se presenta de nuevo a un grupo de discípulos, y entre ellos esta vez sí que está Tomás, quien proclama su fe, su total adhesión al Resucitado: «¡Señor mío y Dios mío!». Y Jesús le responde:
«Dichosos los que no han visto y han creído»,
Este Evangelio fue escrito después de que los testigos oculares de la vida, muerte y resurrección de Jesús ya hubiesen desaparecido. Era inevitable que el mensaje evangélico se encomendase a las generaciones sucesivas, que su transmisión se fundase en el testimonio de quienes habían recibido el anuncio. Aquí comienza el tiempo de la Iglesia, pueblo de Dios que sigue anunciando el mensaje de Jesús transmitiendo fielmente su Palabra y viviéndola con coherencia.
También nosotros hemos conocido a Jesús, el Evangelio y la fe cristiana a través de la palabra y el testimonio de otros, y hemos creído. Por eso somos «dichosos».
«Dichosos los que no han visto y han creído»,
Para vivir esta Palabra, recordemos esta invitación de Chiara Lubich: «Él quiere grabar, en ti y en todos los hombres que no vivieron en torno a Él, la convicción de que posees la misma dignidad que los apóstoles. Jesús quiere decirte que no estás en desventaja con respecto a los que lo vieron, pues tienes fe, y esta es el nuevo modo de "ver" -por así decir- a Jesús. Con ella puedes acercarte a Él, comprenderlo en profundidad, encontrarlo en lo más hondo de tu corazón. Con la fe puedes descubrirlo entre dos o más hermanos unidos en su nombre, o en la Iglesia, que es su prolongación. [...] Además estas palabras de Jesús son una llamada a reavivar tu fe, a no esperar apoyos o signos para avanzar en la vida espiritual, a no dudar de la presencia de Cristo en tu vida y en la historia, aunque pueda parecerte que Él está lejos. [...] Quiere que creas en su amor, aunque te encuentres en situaciones difíciles o te amenacen circunstancias que parecen imposibles».
Anne es una joven australiana nacida con una discapacidad grave. Cuenta: «En la adolescencia me preguntaba por qué no había muerto pronto, de lo mucho que me pesaba mi discapacidad. Mis padres, que viven la Palabra de vida, siempre me respondían lo mismo: "Anne, Dios te ama inmensamente y tiene un plan especial para ti': Me ayudaron a no bloquearme ante las limitaciones físicas sino a "tomar la iniciativa de amar" a los demás, como hizo Dios con nosotros. He visto que muchas situaciones a mi alrededor han cambiado y muchas personas han comenzado a su vez a abrirse más, y no solo conmigo. De mi padre recibí un mensaje personal que debía abrir tras su muerte, en el que había escrito una sola frase: "Mi noche no tiene oscuridad': Esta es mi experiencia diaria: cada vez que elijo amar y servir a quien tengo al lado, las tinieblas desaparecen y soy capaz de sentir el amor que Dios me tiene».
LETIZIA MAGRI