San Lucas (14,1.7-14):
En
sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y
ellos lo estaban espiando.
Notando
que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola:
«Cuando
te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan
convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al
otro, y te diga:
“Cédele
el puesto a este”.
Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés,
cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga
el que te convidó, te diga:
“Amigo,
sube más arriba”.
Entonces
quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al
que lo había invitado:
«Cuando
des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la
resurrección de los justos».
*
* * * *
La imagen es de FANO, tomada de la red |
Meditación del Papa Francisco
Esta es
la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y
no hay humildad sin humillación.
Al
recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la condición de
siervo. En efecto, humildad quiere decir también servicio, significa dejar
espacio a Dios negándose a uno mismo, despojándose, como dice la Escritura.
Esta – este vaciarse – es la humillación más grande.
Hay otra
vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece
el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la otra vía.
El
maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto.
Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él, sólo con su gracia, con su ayuda,
también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad,
no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias
de la vida.
En esto,
nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en
silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los
demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, un
sin techo...
Pensemos
también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son
discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne.
Y
pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los
mártires de hoy – hay tantos – no reniegan de Jesús y soportan con dignidad
insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar en verdad de una
nube de testigos: los mártires de hoy
(Homilía en la Plaza de San Pedro, 29 de marzo de 2015)
FUENTE: PÍLDORAS DE FE
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