Dio a luz
entre rejas. Emilia Fernández Rodríguez tuvo a su hija sobre una estera de
esparto, en la cárcel de las Gachas Colorás.
La dejaron morir, entre rejas, tras el parto por no desvelar quién le
enseñó a rezar el rosario.
La joven es alta, esbelta y de piel morena.
Lleva el cabello negro recogido en un moño bien peinado y calza unas
alpargatas. Sus ojos son grandes y negros. Las manos, carne agrietada de
fabricar canastos. Cuando el 21 de junio de 1938, cayendo la tarde, llega en un
camión a la cárcel de las Gachas Colorás en Almería, tiene 24 años y una
niña creciendo dentro de la falda. Los primeros días ni siquiera hablará. Se
acurrucará en una esquina, llorando. Su nombre es Emilia. No sabe leer ni
escribir. Ni puede imaginar que, casi 80 años después, lo que le ocurra en esa
cárcel hará historia. Emilia la Canastera, criada en las grutas de
Tíjola, es la primera mujer de
etnia gitana en todo el mundo a la que la Iglesia católica convertirá en mártir.
La desconocida historia de Emilia Fernández
Rodríguez se esconde en la lista de 115 nombres que la diócesis de Almería
lleva desde los años 90 promoviendo como candidatos a la beatificación por
sufrir la persecución religiosa durante la Guerra Civil española. "Los
mártires de Almería", los llaman. Son 95 sacerdotes y 20 laicos, todos
asesinados o dejados morir entre 1936 y 1939. Esta semana, el Papa Francisco
les ha dado su visto bueno y sólo queda que la propia diócesis organice una
ceremonia. Detrás hay más de 20.000 páginas de investigación, con
declaraciones de testigos y otras pruebas presentadas ante el Vaticano.
Un equipo de historiadores y expertos
canónicos impulsado en Italia por la Pastoral Gitana de Milán y en España, en
estos últimos años, por el delegado episcopal para las Causas de los Santos,
José Juan Alarcón Ruiz, han realizado las pesquisas sobre Emilia. Los expertos
han podido reconstruir sus últimos siete meses de vida en aquella cárcel,
aunque no han dado con ninguna fotografía suya. De la gitana sólo existe una
recreación, un cuadro a óleo que un pintor andaluz llamado J. Rubio donó a la
diócesis. Muestra a Emilia en su celda, con la niña que alumbró sobre el suelo
helador antes de morir enferma, y agarrando el rosario que le costó
la vida.
Su tragedia empieza de recién casada. Emilia,
segunda de tres hermanos, ha nacido en 1914 y se ha criado en las casas-gruta
que los gitanos pueblan en la parte alta de Tíjola, a unos cien kilómetros
de Almería ciudad. Cuando a los cuatro años la gripe se lleva por delante
a medio centenar de niños del pueblo, Emilia sobrevive. Cuando a la familia le
falta el pan, también. Sus padres le han enseñado el oficio: desde niña fabrica
cestos de mimbre que después vende en el mercado de los sábados de Tíjola
y en otros pueblos cercanos.
Emilia "la Canastera", Martir. Foto de la Red |
Emilia se casa cuando la guerra ya ha
estallado también en la provincia de Almería, que desde la sublevación de
Franco hasta el final de la contienda será territorio republicano. En
Tíjola se cierra la iglesia. El ayuntamiento decreta un bando para expulsar a
los gitanos. Van y vienen camiones con víveres, con combatientes, con heridos,
con muertos. Como en toda España, en el pueblo se instala el miedo. Pero en
febrero o marzo de 1938, suena el cante flamenco y el taconeo gitano en las
cuevas. Emilia se casa con Juan Cortés, pariente suyo y un año menor, por
el rito gitano. Pero la alegría les dura poco. Pronto los milicianos
republicanos entran en el poblado en busca de hombres e interpelan a Juan. Él,
como Emilia, observa la guerra como algo ajeno. No quiere ir al frente. Y ella
hará lo posible por no separarse de su marido. Está embarazada.
Así que urden un plan, como Romeo y Julieta.
Aunque en vez de una pócima para que la enamorada parezca muerta durante un
tiempo, Emilia prepara un líquido azulado con cardenillo -la
pátina venenosa que se forma sobre superficies cobrizas como la Estatua de la
Libertad y que servía para sulfatar los campos- y le echa al enamorado unas
gotas en los ojos. La trampa funciona: durante un tiempo, Juan queda ciego.
Pero los milicianos regresan, comprueban que el joven ve perfectamente y
se llevan a la pareja. Él ingresa en el Ingenio, una antigua azucarera
mutada en cárcel. A ella, por ayudarlo, la trasladan a las Gachas Colorás.
Llamaban así a esta cárcel de mujeres porque
en la zona hubo una taberna cuyo plato más frecuente era esta pasta de cereales
con caldo de pimentón. Pero no fueron gachas colorás lo que Emilia
comió en la cárcel. Su compañera de prisión María de los Ángeles Roda Díaz ha
dejado testimonio de cómo transcurrían los días entre aquellas paredes: por las
mañanas recibían "agua sucia"(café) y un pedazo de pan; al mediodía,
"lentejas con gusanos, habas cocidas con sus cáscaras y una torta de arroz
cocido"; de cena, pan y agua.
"Allí dentro todas nosotras estábamos
más bien delgadas y desnutridas, pues el alimento que nos daban era apenas
suficiente para vivir. A la gitana le daban la misma ración que a las
demás, sin tener en consideración que llevaba un hijo en el seno. Algunas
de nosotras en las comidas le pasábamos algo de los víveres que nos traían las
familias. Lo mejor que nos llegaba de casa era para ella".
Atardecer en
la cárcel de mujeres
En aquel cuadrilátero de 60 metros por
60, dos plantas y hombres armados hasta en el patio, Emilia se entera de
que un juez la ha condenado a seis años entre rejas. Allí conviven por entonces
unas 40 reclusas que, al atardecer, lloran, cantan y rezan. Emilia, que no
habla con nadie y que, cuando habla, suelta expresiones en caló incomprensibles
para sus compañeras, empieza a abrirse con una chica de su misma edad que
se compadece de ella, Dolores del Olmo Serrano. Tras algunas tardes, la gitana
pide a Lola que le enseñe a rezar y a hacerse correctamente la señal de la
cruz. Emilia -"una persona muy buena, humilde y religiosa", una mujer
"fascinante", cuenta Ángeles- aprende el padrenuestro, el
avemaría y el Gloria, aunque no acierta a memorizar las letanías en latín
y sólo repite "Ora pro nobis"(ruega por nosotros).
Los días pasan con la niña creciendo en su
vientre, hasta que la suerte de Emilia se tuerce del todo. La directora de la
cárcel, Pilar Salmerón Martínez, se entera de que la joven gitana ha
aprendido a rezar el rosario y llama a Emilia para que delate a su
catequista. A cambio le ofrece varias recompensas: la alimentará mejor,
intercederá por su libertad, intentará sacar a Juan de prisión. Pero Emilia
decide callar. Nunca delató a Lola. Su castigo: una celda de aislamiento.
Aquí empieza el martirio que reconoce la Iglesia.
De la red |
El invierno llega en aquella celda solitaria
y la salud de la joven se resiente. Emilia pide al gobernador civil que la
liberen por su embarazo y su delicado estado; no recibe respuesta. El 13 de
enero, a las dos de la madrugada, en la estera de esparto sobre la que
duerme, la Canastera da a luz con la sola ayuda de varias reclusas
que logran entrar en aquel agujero. El milagro es una niña, que Lola bautiza
esa tarde como Ángeles. Por la noche, madre e hija son trasladadas al hospital.
Las graves hemorragias de Emilia no impiden que cuatro días después ambas
regresen a la misma celda. Y Emilia empeora. El 25 de enero, una
carroza de caballos lleva su cuerpo casi sin vida al hospital. La hermosa
gitana se está muriendo. Aquella mañana, a las nueve y media, respiró por
última vez. El certificado médico señala una infección fruto del parto,
añadida a un cuadro de bronconeumonía.
"La Iglesia no considera mártir sólo a
aquel que fue asesinado por vivir su fe, sino a quien, como Emilia, fue
castigada dejándola morir", subraya José Juan Alarcón.
El religioso sonríe estos días: está viendo
cumplido un sueño que empezó en 1995, cuando arrancó el proceso de
canonización de los "mártires de Almería". Con ellos ya serán
por encima de un millar los españoles beatificados por su persecución y muerte
durante la Guerra Civil. Hay más iniciativas en marcha, desde que Juan Pablo II
abriera el camino que cerró Pablo VI para no interferir en la Transición. La
Iglesia española calcula hasta 7.000 mártires...
¿Y qué fue de Emilia? Su sepultura figura en
el libro de ingresos del cementerio municipal de Almería. Sus restos
fueron arrojados a una fosa común, sin nombre. ¿Y Juan? Salió libre cuando
las tropas nacionales llegaron a Almería. Se volvió a casar, con la hermana
pequeña de la Canastera, Isabel. Ambos han muerto y no constan hijos.
¿Y aquella niña que vino al mundo en una
celda? "No hemos encontrado nada", dice Alarcón. Se sabe que figura
como acogida en "los establecimientos benéficos de la Diputación
almeriense". Se sospecha que fue dada en adopción, quizá a una
familia republicana. Pero nunca se supo más de su paradero. Probablemente le
dieran otro nombre, distinto al de Ángeles Cortés Fernández. Aquella niña
debería tener hoy 77 años y, si vive, lo más seguro es que desconozca que este
martes el Papa estampó su firma bajo el nombre de su verdadera madre, la
primera calé mártir.
FUENTE: EL MUNDO
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