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La propuesta es vivir en un nivel superior, pero
no con menor intensidad: «La vida se
acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De
hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la
orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás». Cuando la
Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que
indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «
Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a
los otros. Eso es en definitiva la misión ».5 Por
consiguiente, un evangelizador no
debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el
fervor, « la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay
que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con
angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través
de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a
través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han
recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo »
Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio”
(n.º 10)
Papa Francisco.
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