Huércal de Almería, 18 de enero
de 1875 – Tahal, 13 de septiembre de 1936
Tras estudiar en el Seminario Conciliar de
san Indalecio de Almería y ser ordenado presbítero el cinco de junio de 1909,
entregó su ministerio en su Parroquia natal como humilde y virtuoso Coadjutor.
Son muchos y abundantes los huercalenses que
rememoran la profunda y sencilla santidad del Siervo de Dios. De origen muy
humilde, tuvo que hacerse cargo de la familia de su hermana al enfermar su
cuñado. Aunque a él mismo poco le faltaba para pedir limosna, se quitaba
literalmente el pan de la boca para entregárselo a los pobres. Fiel cumplidor
de sus deberes presbiterales, siempre obedeció obedientemente a sus párrocos.
Hombre de oración, su ejemplo y autenticidad predicaban más que sus discretos
sermones.
Así decían de él: «Era un hombre
profundamente religioso. Jamás le oí a nadie hablar mal de él; antes al
contrario todos le trataban con la veneración de un santo. Era un hombre de fe,
que manifestaba cada día su pobreza y se mantenía fiel a su vocación sacerdotal
en todos sus detalles. Era un hombre que rezaba ante el Sagrario y la Purísima.
Pasaba largos ratos en el confesionario, y se le veía visitar a los enfermos y
ancianos.»
Su humildad no fue óbice para que, al
iniciarse la Persecución Religiosa, el tímido Coadjutor mostrara una gran
fortaleza y contagiara de valor al párroco también hostigado. Detenido en su
propia casa en la noche del diez de septiembre de 1936, trataron de hacerle
blasfemar mediante tortura. Aunque le dispararon a los pies, conminó a sus
verdugos a la conversión y los perdonó de todo corazón.
Trasladado a Almería, sufrió martirio con el
Siervo de Dios don José Álvarez Benavides de la Torre. A sus sesenta y un años,
el humilde y tímido Coadjutor de Húercal recibió la excelsa gloria del
martirio.
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