miércoles, 25 de enero de 2017

MARTIRES DE ALMERIA (7). SIERVO DE DIOS D. DON JOAQUÍN GISBERT AGUILERA

La Calahorra, 14 de abril de 1903 – Tahal, 13 de septiembre de 1936

Tanto la vida como el ministerio del Siervo de Dios transcurren en la Diócesis de Guadix, pues por aquella época aquellas tierras estaban bajo la jurisdicción de los Prelados accitanos. Hijo de un sencillo jornalero, con gran esfuerzo pudo cursas sus estudios en el Seminario de san Torcuato de Guadix.
Ordenado presbítero el veinticuatro de mayo de 1926, le encargaron las Parroquias de Matián, Doña María y Escúllar; ocupándose posteriormente también de Ocaña. Presbítero humilde y sencillo, vivía con dos de sus hermanas en un ambiente gozosamente austero. Recordado por su carácter bueno y sensible, se ocupaba con gran fidelidad de sus deberes pastorales. Siempre rodeado de niños, no dudaba en jugar con ellos al fútbol o al frontón.
Sus familiares recordaban que: «Unos cuantos días antes de su detención su padre le sirvió de tentación. Llevado del amor a su hijo y viendo el cariz que iban tomando las cosas, le dijo: “Joaquín, quítate la sotana, sal a la plaza y diles: Muchachos, soy comunista de los vuestros”. Él, bajando la cabeza, respondió: “Padre, yo no puedo hacer eso”.» Tras celebrarla la Santa Misa, fue detenido pacíficamente mientras hablaba con su madre en el huerto y trasladado a Almería. Su familia trato de rescatarlo mediante la entrega de dinero. Los milicianos parecían favorables pero, al conocer su identidad sacerdotal, dijeron: «”No hay nada que hacer, sí es cura nada”.»

Con la misma edad que la tradición asigna al Salvador en la hora de su crucifixión, treinta y tres años, compartió prisión y martirio con el Siervo de Dios don José Álvarez Benavides de la Torre. El presbítero don José Serrano Rodríguez, que lo sucedió en la Parroquia, conservaba así su memoria: «Él no tenía enemigos y convivía con el pueblo, comía con las gentes gachas y migas, incluso pasaba hambre con los más pobres. Por eso fue auténticamente mártir de Cristo y de la Iglesia, ya que no había motivación alguna humana, ni social, ni política para que persona alguna tuviera odio o quisiera vengarse de él. Fue una muerte verdaderamente sufrida como discípulo de Cristo, que no podía ser de otra manera, porque era un hombre de Dios, sacerdote auténtico.»

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