lunes, 21 de febrero de 2022

Trece TV, VA Televisión y Radio María: emisión en directo de la beatificación de 16 mártires granadinos

 El sábado 26 de febrero, a las 11 horas en televisión, radio e internet.


La ceremonia de beatificación de 16 mártires granadinos de la persecución religiosa en España en los años 30 del siglo XX podrá seguirse en directo por televisión, radio e internet.

Trece TV emitirá esta ceremonia, cuya señal será también facilitada a la televisión diocesana por internet Virgen de las Angustias Televisión (VA Televisión), en www.vatelevision.com. Asimismo, Radio María emitirá esta ceremonia de beatificación de los próximos nuevos beatos granadinos.

La ceremonia tendrá lugar a las 11 horas, desde la S.I Catedral. Previamente, también podrán conectarse en internet en vatelevision.com, desde las 10 horas, para la emisión previa a la ceremonia de beatificación. 

Las semblanzas y distintos contenidos de los nuevos beatos pueden encontrarse en www.archidiocesisgranada.es y en santosybeatos.archidiocesisgranada.es

Además, podrá verse también en directo en la televisión de Granada por internet la Eucaristía de acción de gracias, el domingo 27 de febrero, a las 12:30 horas. 

FUENTE:NOTICIAS ARCHIDIOCEIS DE GRANADA

miércoles, 16 de febrero de 2022

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 12: “SAN JOSE, PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL”.

 Catequesis sobre san José 12. San José, Patrono de la Iglesia universal

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Concluimos hoy el ciclo de catequesis sobre la figura de San José. Estas catequesis son complementarias a la Carta apostólica Patris corde, escrita con ocasión de los 150 años de la proclamación de San José como Patrón de la Iglesia Católica, por parte del beato Pío IX. ¿Pero qué significa este título? ¿Qué quiere decir que San José es “patrón de la Iglesia”? Sobre esto quisiera reflexionar hoy con vosotros.

También en este caso son los Evangelios los que nos dan la clave de lectura más correcta. De hecho, al final de cada historia que ve a José como protagonista, el Evangelio anota que él toma consigo al Niño y a su madre y hace lo que Dios le ha ordenado (cfr.  Mt 1,24; 2,14.21). Resalta así el hecho de que José tiene la tarea de proteger a Jesús y a María. Él es su principal custodio: «De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe» [1] (Cart. ap. Patris corde, 5), y este tesoro es custodiado por san José.

En el plan de la salvación no se puede separar el Hijo de la Madre, de aquella que avanzó «en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), como nos recuerda el Concilio Vaticano II.

Jesús, María y José son en un cierto sentido el núcleo primordial de la Iglesia. Jesús es Hombre y Dios, María, la primera discípula, es la Madre; y José, el custodio. Y también nosotros «debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia» (Patris corde, 5). Y aquí hay una huella muy hermosa de la vocación cristiana: custodiar. Custodiar la vida, custodiar el desarrollo humano, custodiar la mente humana, custodiar el corazón humano, custodiar el trabajo humano. El cristiano es —podemos decir— como san José: debe custodiar. Ser cristiano no es solo recibir la fe, confesar la fe, sino custodiar la vida, la propia vida, la vida de los otros, la vida de la Iglesia. El Hijo del Altísimo vino al mundo en una condición de gran debilidad: Jesús nació así, débil, débil. Quiso tener necesidad de ser defendido, protegido, cuidado. Dios se ha fiado de José, como hizo María, que en él ha encontrado el esposo que la ha amado y respetado y siempre ha cuidado de ella y del Niño. En este sentido, «san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (ibid.).

Este Niño es Aquel que dirá: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Por tanto, toda persona que tiene hambre y sed, todo extranjero, todo migrante, toda persona sin ropa, todo enfermo, todo preso es el “Niño” que José custodia. Y nosotros somos invitados a custodiar a esta gente, estos hermanos y hermanas nuestros, como lo ha hecho José. Por esto, él es invocado como protector de todos los necesitados, de los exiliados, de los afligidos, y también de los moribundos —hablamos de ello el pasado miércoles—. Y también nosotros debemos aprender de José a “custodiar” estos bienes: amar al Niño y a su madre; amar los Sacramentos y al pueblo de Dios; amar a los pobres y nuestra parroquia. Cada una de estas realidades es siempre el Niño y su madre (cfr. Patris corde, 5). Nosotros debemos custodiar, porque con esto custodiamos a Jesús, como lo ha hecho José.

Hoy es común, es de todos los días criticar a la Iglesia, subrayar las incoherencias —hay muchas—, subrayar los pecados, que en realidad son nuestras incoherencias, nuestros pecados, porque desde siempre la Iglesia es un pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios. Preguntémonos si, en el fondo del corazón, nosotros amamos a la Iglesia así como es. Pueblo de Dios en camino, con muchos límites, pero con muchas ganas de servir y amar a Dios. De hecho, solo el amor nos hace capaces de decir plenamente la verdad, de forma no parcial; de decir lo que está mal, pero también de reconocer todo el bien y la santidad que están presentes en la Iglesia, a partir precisamente de Jesús y de María. Amar la Iglesia, custodiar la Iglesia y caminar con la Iglesia. Pero la Iglesia no es ese grupito que está cerca del sacerdote y manda a todos, no. La Iglesia somos todos, todos. En camino. Custodiar el uno del otro, custodiarnos mutuamente. Es una bonita pregunta, esta: yo, cuando tengo un problema con alguien, ¿trato de custodiarlo o lo condeno enseguida, hablo mal de él, lo destruyo? ¡Debemos custodiar, siempre custodiar!

 Queridos hermanos y hermanas, os animo a pedir la intercesión de san José precisamente en los momentos más difíciles de vuestras vidas y de vuestras comunidades. Allí donde nuestros errores se convierten en escándalo, pidamos a san José la valentía de enfrentar la verdad, de pedir perdón y empezar de nuevo humildemente. Allí donde la persecución impide que el Evangelio sea anunciado, pidamos a san José la fuerza y la paciencia de saber soportar abusos y sufrimientos por amor al Evangelio. Allí donde los medios materiales y humanos escasean y nos hacen experimentar la pobreza, sobre todo cuando estamos llamados a servir a los últimos, los indefensos, los huérfanos, los enfermos, los descartados de la sociedad, recemos a san José para que haya para nosotros Providencia. ¡Cuántos santos se han dirigido a él! ¡Cuántas personas en la historia de la Iglesia han encontrado en él un patrón, un custodio, un padre!

Imitemos su ejemplo y por esto, todos juntos, rezamos hoy; rezamos a san José con la oración que puse en la conclusión de la Carta Patris corde, encomendándole nuestras intenciones y, de forma especial, la Iglesia que sufre y que está en la prueba. Y ahora, vosotros tenéis en mano en diferentes idiomas, creo que cuatro, la oración, y creo que estará también en la pantalla, así juntos, cada uno en su idioma, puede rezar a san José.

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.


AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Aula Pablo VI
Miércoles, 16 de febrero de 2022
FUENTE: VATICAN_VA

CATEQUESIS PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE:

 CARTA APOSTOLICA “PATRIS CORDE” DEL SANTO PADRE FRANCISCO.  150 ANIVERSARIO DE LA DECLARACION DE SAN JOSE COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL.


CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 1: “SAN JOSE Y EL AMBIENTE EN EL QUE VIVIÓ”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 2: “SAN JOSE EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 3: “JOSÉ, HOMBRE JUSTO Y ESPOSO DE MARIA”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 4: “SAN JOSE, HOMBRE DEL SILENCIO”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 5: “SAN JOSE, EMIGRANTE PERSEGUIDO Y VALIENTE”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 6: “SAN JOSE, EL PADRE PUTATIVO DE JESUS”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 7: “SAN JOSE EL CARPINTERO”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 8: “SAN JOSE PADRE EN LA TERNURA”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 9: “SAN JOSE, HOMBRE QUE “SUEÑA”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 10: “SAN JOSE Y LA COMUNION DE LOS SANTOS”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 10: “SAN JOSE Y LA COMUNION DE LOS SANTOS”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 11: “SAN JOSE, PATRONO DE LA BUENA MUERTE”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 12: “SAN JOSE, PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL”.

viernes, 11 de febrero de 2022

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 11: “SAN JOSE, PATRONO DE LA BUENA MUERTE”.

 Catequesis sobre san José 11. San Jose, Patrono de la buena muerte

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la pasada catequesis, estimulados una vez más por la figura de san José, reflexionamos sobre el significado de la comunión de los santos. Y precisamente a partir de ella, hoy quisiera profundizar en la devoción especial que el pueblo cristiano siempre ha tenido por san José como patrono de la buena muerte. Una devoción nacida del pensamiento de que José murió con la presencia de la Virgen María y de Jesús, antes de que ellos dejaran la casa de Nazaret. No hay datos históricos, pero como no se ve más a José en la vida pública, se cree que murió ahí en Nazaret, con su familia. Y para acompañarlo en la muerte estaban Jesús y María.

El Papa Benedicto XV, hace un siglo, escribía que «a través de José nosotros vamos directamente a María, y, a través de María, al origen de toda santidad, que es Jesús». Tanto José como María nos ayudan a ir a Jesús. Y animando las prácticas devotas en honor de san José, aconsejaba una en particular, y decía así: «Siendo merecidamente considerado como el más eficaz protector de los moribundos, habiendo muerto con la presencia de Jesús y María, será cuidado de los sagrados Pastores inculcar y fomentar [...] aquellas piadosas asociaciones que se han establecido para suplicar a José en favor de los moribundos, como las “de la Buena Muerte”, del “Tránsito de San José” y “por los Agonizantes”» (Motu proprio Bonum sane, 25 de julio de 1920): eran las asociaciones de la época.

Queridos hermanos y hermanas, quizá alguno piensa que este lenguaje y este tema sean solo un legado de pasado, pero en realidad nuestra relación con la muerte no se refiere nunca al pasado, está siempre presente. El Papa Benedicto decía, hace algunos días, hablando de sí mismo que “está delante de la puerta oscura de la muerte”. Es hermoso dar las gracias al Papa Benedicto que a los 95 años tiene la lucidez de decir esto: “Yo estoy delante de la oscuridad de la muerte, a la puerta oscura de la muerte”. ¡Nos ha dado un buen consejo! La llamada cultura del “bienestar” trata de eliminar la realidad de la muerte, pero la pandemia del coronavirus la ha vuelto a poner en evidencia de forma dramática. Ha sido terrible: la muerte estaba por todos lados, y muchos hermanos y hermanas han perdido a personas queridas sin poder estar cerca de ellas, y esto ha vuelto la muerte todavía más dura de aceptar y de elaborar. Me decía una enfermera que una abuela con el covid que estaba muriendo le dijo: “Yo quisiera saludar a mis seres queridos, antes de irme”. Y la enfermera, valiente, tomó el teléfono móvil y la conectó. La ternura de esa despedida…

A pesar de esto, se trata por todos los medios de alejar el pensamiento de nuestra finitud, engañándonos así para quitarle su poder a la muerte y ahuyentar el miedo. Pero la fe cristiana no es una forma de exorcizar el miedo a la muerte, sino que nos ayuda a afrontarla. Antes o después todos nos iremos por esa puerta.

La verdadera luz que ilumina el misterio de la muerte viene de la resurrección de Cristo. He ahí la luz. Y escribe san Pablo: «Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe» (1 Cor 15,12-14). Hay una certeza: Cristo ha resucitado, Cristo ha resucitado, Cristo está vivo entre nosotros. Y esta es la luz que nos espera detrás de esa puerta oscura de la muerte.

Queridos hermanos y hermanas, solo por la fe en la resurrección nosotros podemos asomarnos al abismo de la muerte sin que el miedo nos abrume. No solo eso: podemos dar a la muerte un rol positivo. De hecho, pensar en la muerte, iluminada por el misterio de Cristo, ayuda a mirar con ojos nuevos toda la vida. ¡Nunca he visto, detrás de un coche fúnebre, un camión de mudanzas! Detrás de un coche fúnebre: no lo he visto nunca. Nos iremos solos, sin nada en los bolsillos del sudario: nada. Porque el sudario no tiene bolsillos. Esa soledad de la muerte: es verdad, no he visto nunca detrás de un coche fúnebre un camión de mudanzas. No tiene sentido acumular si un día moriremos. Lo que debemos acumular es la caridad, es la capacidad de compartir, la capacidad de no permanecer indiferentes ante las necesidades de los otros. O, ¿qué sentido tiene pelearse con un hermano o con una hermana, con un amigo, con un familiar, o con un hermano o hermana en la fe si después un día moriremos? ¿De qué sirve enfadarse, enfadarse con los otros? Delante de la muerte muchas cuestiones se redimensionan. Está bien morir reconciliados, ¡sin dejar rencores ni remordimientos! Yo quisiera decir una verdad: todos nosotros estamos en camino hacia esa puerta, todos.

El Evangelio nos dice que la muerte llega como un ladrón, así dice Jesús: llega como un ladrón, y por mucho que nosotros intentemos querer tener bajo control su llegada, quizá programando nuestra propia muerte, permanece un evento al que tenemos que hacer frente y delante del cual también tomar decisiones.

Dos consideraciones para nosotros cristianos permanecen de pie. La primera: no podemos evitar la muerte, y precisamente por esto, después de haber hecho todo lo que humanamente es posible para cuidar a la persona enferma, resulta inmoral el encarnizamiento terapéutico (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2278). Esa frase del pueblo fiel de Dios, de la gente sencilla: “Déjalo morir en paz”, “ayúdalo a morir en paz”: ¡cuánta sabiduría! La segunda consideración tiene que ver con la calidad de la muerte misma, la calidad del dolor, del sufrimiento. De hecho, debemos estar agradecidos por toda la ayuda que la medicina se está esforzando por dar, para que a través de los llamados “cuidados paliativos”, toda persona que se prepara para vivir el último tramo del camino de su vida, pueda hacerlo de la forma más humana posible. Pero debemos estar atentos a no confundir esta ayuda con derivas inaceptables que llevan a matar. Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar cualquier forma de suicidio. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y los enfermos, nunca sean descartados. La vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, no suministrada. Y este principio ético concierne a todos, no solo a los cristianos o a los creyentes. Yo quisiera subrayar aquí un problema social, pero real. Ese “planificar” —no sé si es la palabra adecuada—, o acelerar la muerte de los ancianos. Muchas veces se ve en una cierta clase social que a los ancianos, porque no tienen medios, se les dan menos medicinas respecto a las que necesitarían, y esto es deshumano: esto no es ayudarles, esto es empujarles más rápido hacia la muerte. Y esto no es humano ni cristiano. Los ancianos deben ser cuidados como un tesoro de la humanidad: son nuestra sabiduría. Incluso si no hablan, y si están sin sentido, son el símbolo de la sabiduría humana. Son aquellos que han hecho el camino antes que nosotros y nos han dejado muchas cosas bonitas, muchos recuerdos, mucha sabiduría. Por favor, no aislar a los ancianos, no acelerar la muerte de los ancianos. Acariciar a un anciano tiene la misma esperanza que acariciar a un niño, porque el inicio y el final de la vida son siempre un misterio, un misterio que debe ser respetado, acompañado, cuidado, amado.

Que san José pueda ayudarnos a vivir el misterio de la muerte de la mejor forma posible. Para un cristiano la buena muerte es una experiencia de la misericordia de Dios, que se hace cercana a nosotros también en ese último momento de nuestra vida. También en la oración del Ave María, nosotros rezamos pidiendo a la Virgen que esté cerca de nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Precisamente por esto quisiera concluir esta catequesis rezando todos juntos a la Virgen por los agonizantes, por aquellos que están viviendo este momento de paso por esta puerta oscura, y por los familiares que están viviendo un luto. Recemos juntos:

Dios te salve María…

 

AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Aula Pablo VI
Miércoles, 9 de febrero de 2022
FUENTE: VATICAN_VA

CATEQUESIS PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE:

 CARTA APOSTOLICA “PATRIS CORDE” DEL SANTO PADRE FRANCISCO.  150 ANIVERSARIO DE LA DECLARACION DE SAN JOSE COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL.


CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 1: “SAN JOSE Y EL AMBIENTE EN EL QUE VIVIÓ”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 2: “SAN JOSE EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 3: “JOSÉ, HOMBRE JUSTO Y ESPOSO DE MARIA”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 4: “SAN JOSE, HOMBRE DEL SILENCIO”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 5: “SAN JOSE, EMIGRANTE PERSEGUIDO Y VALIENTE”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 6: “SAN JOSE, EL PADRE PUTATIVO DE JESUS”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 7: “SAN JOSE EL CARPINTERO”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 8: “SAN JOSE PADRE EN LA TERNURA”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 9: “SAN JOSE, HOMBRE QUE “SUEÑA”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 10: “SAN JOSE Y LA COMUNION DE LOS SANTOS”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 10: “SAN JOSE Y LA COMUNION DE LOS SANTOS”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 11: “SAN JOSE, PATRONO DE LA BUENA MUERTE”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 12: “SAN JOSE, PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL”.

sábado, 5 de febrero de 2022

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 10: “SAN JOSE Y LA COMUNION DE LOS SANTOS”.

 Catequesis sobre san José 10. San José y la comunión de los santos

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estas semanas hemos podido profundizar en la figura de San José dejándonos guiar por las pocas, pero importantes noticias que dan los Evangelios, y también por los aspectos de su personalidad que la Iglesia a lo largo de los siglos ha podido evidenciar a través de la oración y la devoción. A partir precisamente de este “sentir común” que en la historia de la Iglesia ha acompañado la figura de san José, hoy quisiera detenerme sobre un importante artículo de fe que puede enriquecer nuestra vida cristiana y puede también enfocar de la mejor forma nuestra relación con los santos y con nuestros seres queridos difuntos: hablo de la comunión de los santos.

Muchas veces decimos, en el Credo, “creo en la comunión de los santos”. Pero si se pregunta qué es la comunión de los santos, yo recuerdo que de niño respondía enseguida: “Ah, los santos hacen la comunión”. Es una cosa que… no entendemos qué decimos. ¿Qué es la comunión de los santos? No es que los Santos hagan la comunión, no es esto: es otra cosa.

A veces también el cristianismo puede caer en formas de devoción que parecen reflejar una mentalidad más pagana que cristiana. La diferencia fundamental está en el hecho de que nuestra oración y nuestra devoción del pueblo fiel no se basa, en esos casos, en la confianza en un ser humano, o en una imagen o en un objeto, incluso cuando sabemos que son sagrados. Nos recuerda el profeta Jeremías: «Maldito sea aquel que fía en hombre […]. Bendito sea aquel que fía en Yahveh» (17,5-7). Incluso cuando nos encomendamos plenamente a la intercesión de un santo, o más aún de la Virgen María, nuestra confianza tiene valor solamente en relación con Cristo. Como si el camino hacia este santo o la Virgen no terminara ahí: no. Va ahí, pero en relación con Cristo. Cristo es el vínculo que nos une a Él y entre nosotros que tiene un nombre específico: esta unión que nos une a todos, entre nosotros y nosotros con Cristo, es la “comunión de los santos”. No son los santos los que realizan los milagros, ¡no! “Este santo es muy milagroso…”: no, detente: los santos no realizan milagros, sino solamente la gracia de Dios que actúa a través de ellos. Los milagros han sido hechos por Dios, por la gracia de Dios que actúa a través de una persona santa, una persona justa. Esto es necesario tenerlo claro. Hay gente que dice: “Yo no creo en Dios, pero creo en este santo”. No, está equivocado. El santo es un intercesor, uno que reza por nosotros y nosotros le rezamos, y reza por nosotros y el Señor nos da la gracia: el Señor actúa a través del Santo.

¿Qué es la “comunión de los santos”? El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «La comunión de los santos es precisamente la Iglesia» (n. 946). ¡Pero mira qué bonita definición! “La comunión de los santos es precisamente la Iglesia”. ¿Qué significa esto? ¿Qué la Iglesia está reservada a los perfectos? No. Significa que es la comunidad de los pecadores salvados. La Iglesia es la comunidad de los pecadores salvados. Es bonita esta definición. Nadie puede excluirse de la Iglesia, todos somos pecadores salvados. Nuestra santidad es el fruto del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo, el cual nos santifica amándonos en nuestra miseria y salvándonos de ella. Siempre gracias a Él nosotros formamos un solo cuerpo, dice san Pablo, en el que Jesús es la cabeza y nosotros los miembros (cf. 1 Cor 12,12). Esta imagen del cuerpo de Cristo y la imagen del cuerpo nos hace entender enseguida qué significa estar unidos los unos a los otros en comunión: «Si sufre un miembro —escribe San Pablo— todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte de su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1 Cor 12,26-27). Esto dice Pablo: todos somos un cuerpo, todos unidos por la fe, por el bautismo, todos en comunión: unidos en comunión con Jesucristo. Y esta es la comunión de los santos.

Queridos hermanos y queridas hermanas, la alegría y el dolor que tocan mi vida concierne a todos, así como la alegría y el dolor que tocan la vida del hermano y de la hermana junto a nosotros me concierne a mí. Yo no puedo ser indiferente a los otros, porque todos somos parte de un cuerpo, en comunión. En este sentido, también el pecado de una única persona concierne siempre a todos, y el amor de cada persona concierne a todos. En virtud de la comunión de los santos, de esta unión, cada miembro de la Iglesia está unido a mí de forma profunda —pero no digo a mí porque soy el Papa— estamos unidos recíprocamente y de forma profunda, y esta unión es tan fuerte que no puede romperse ni siquiera por la muerte. De hecho, la comunión de los santos no concierne solo a los hermanos y las hermanas que están junto a mí en este momento histórico, sino que concierne también a los que han concluido su peregrinación terrena y han cruzado el umbral de la muerte. También ellos están en comunión con nosotros. Pensemos, queridos hermanos y hermanas: en Cristo nadie puede nunca separarnos verdaderamente de aquellos que amamos porque la unión es una unión existencial, una unión fuerte que está en nuestra misma naturaleza; cambia solo la forma de estar junto a cada uno de ellos, pero nada ni nadie puede romper esta unión. “Padre, pensemos en aquellos que han renegado de la fe, que son apóstatas, que son los perseguidores de la Iglesia, que han renegado su bautismo: ¿también estos están en casa?”. Sí, también estos, también los blasfemos, todos. Somos hermanos: esta es la comunión de los santos. La comunión de los santos mantiene unida la comunidad de los creyentes en la tierra y en el Cielo.

En este sentido, la relación de amistad que puedo construir con un hermano o una hermana junto a mí, puedo establecerla también con un hermano o una hermana que están en el Cielo. Los santos son amigos con los que muy a menudo tejemos relaciones de amistad. Lo que nosotros llamamos devoción —yo soy muy devoto a este santo, a esta santa— es en realidad una forma de expresar el amor a partir precisamente de este vínculo que nos une. También en la vida de todos los días se puede decir: “Pero, esta persona tiene mucha devoción por sus ancianos padres”: no, es una forma de amor, una expresión de amor. Y todos nosotros sabemos que a un amigo podemos dirigirnos siempre, sobre todo cuando estamos en dificultad y necesitamos ayuda. Y nosotros tenemos amigos en el cielo. Todos necesitamos amigos; todos necesitamos relaciones significativas que nos ayuden a afrontar la vida. También Jesús tenía a sus amigos, y a ellos se ha dirigido en los momentos más decisivos de su experiencia humana. En la historia de la Iglesia hay constantes que acompañan a la comunidad creyente: ante todo el gran afecto y el vínculo fortísimo que la Iglesia siempre ha sentido en relación con María, Madre de Dios y Madre nuestra. Pero también el especial honor y afecto que ha rendido a san José. En el fondo, Dios le confía a él lo más valioso que tiene: su Hijo Jesús y la Virgen María. Es siempre gracias a la comunión de los santos que sentimos cerca de nosotros a los santos y a las santas que son nuestros patronos, por el nombre que tenemos, por ejemplo, por la Iglesia a la que pertenecemos, por el lugar donde vivimos, etc., también por una devoción personal. Y esta es la confianza que debe animarnos siempre al dirigirnos a ellos en los momentos decisivos de nuestra vida. No es algo mágico, no es una superstición, la devoción a los santos; es simplemente hablar con un hermano, una hermana que está delante de Dios, que ha recorrido una vida justa, una vida santa, una vida ejemplar, y ahora está delante de Dios. Y yo hablo con este hermano, con esta hermana y pido su intercesión por mis necesidades.

Precisamente por esto me gusta concluir esta catequesis con una oración a san José a la que estoy particularmente unido y que recito cada día desde hace más de 40 años. Es una oración que encontré en un libro de oraciones de las Hermanas de Jesús y María, del 1700, finales del siglo XVIII. Es muy bonita, pero más que una oración es un desafío a este amigo, a este padre, a este custodio nuestro que es san José. Sería bonito que vosotros aprendierais esta oración y pudierais repetirla. La leeré: “Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”. Y termina con un desafío, esto es desafiar a San José: “porque tú puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”. Yo me encomiendo todos los días a san José, con esta oración, desde hace más de 40 años: es una vieja oración.

Adelante, ánimo, en esta comunión de todos los santos que tenemos en el cielo y en la tierra: el Señor no nos abandona.

 

AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Aula Plablo VI
Miércoles, 2 de febrero de 2022
FUENTE: VATICAN_VA

CATEQUESIS PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE:

 CARTA APOSTOLICA “PATRIS CORDE” DEL SANTO PADRE FRANCISCO.  150 ANIVERSARIO DE LA DECLARACION DE SAN JOSE COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL.


CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 1: “SAN JOSE Y EL AMBIENTE EN EL QUE VIVIÓ”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 2: “SAN JOSE EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 3: “JOSÉ, HOMBRE JUSTO Y ESPOSO DE MARIA”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 4: “SAN JOSE, HOMBRE DEL SILENCIO”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 5: “SAN JOSE, EMIGRANTE PERSEGUIDO Y VALIENTE”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 6: “SAN JOSE, EL PADRE PUTATIVO DE JESUS”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 7: “SAN JOSE EL CARPINTERO”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 8: “SAN JOSE PADRE EN LA TERNURA”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 9: “SAN JOSE, HOMBRE QUE “SUEÑA”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 10: “SAN JOSE Y LA COMUNION DE LOS SANTOS”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 10: “SAN JOSE Y LA COMUNION DE LOS SANTOS”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 11: “SAN JOSE, PATRONO DE LA BUENA MUERTE”.

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSE 12: “SAN JOSE, PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL”.

martes, 1 de febrero de 2022

PALABRA DE VIDA DE FEBRERO DE 2022.

 «Al que venga a mí no lo echaré fuera» 

(Jn 6, 37)

Esta afirmación de Jesús forma parte de un diálogo con la muchedumbre, que lo busca después del milagro de los panes multiplicados en abundancia y pide un signo más para creer en Él.

Jesús revela que Él mismo es el signo del amor de Dios; es más, él es el Hijo que ha recibido del Padre la misión de acoger y llevar de nuevo a su casa a toda criatura, en particular a toda persona humana, creada a imagen de Él. Sí, porque el Padre mismo ha tomado ya la iniciativa y atrae a todos hacia Jesús (cf. Jn 6, 44), poniendo en el corazón de cada uno el deseo de una vida plena, es decir, de la comunión con Dios y con sus semejantes.

Así pues, Jesús no rechazará a nadie por muy lejos que pueda sentirse de Dios, porque esta es la voluntad del Padre: no perder a nadie.

«Al que venga a mí no lo echaré fuera»,

Es en verdad una buena noticia: Dios ama a todos inmensamente; su ternura y su misericordia se dirigen a cada hombre y a cada mujer. Él es el Padre paciente y misericordioso que espera a cualquiera que se ponga en camino llevado por la voz interior.

Con frecuencia estamos enfermos de sospecha: ¿por qué Jesús querría acogerme? ¿Qué quiere de mí? En realidad, Jesús solo nos pide que nos dejemos atraer por Él, que liberemos el corazón de todo lo que lo estorba para acoger con confianza su amor gratuito.

Pero es también una invitación que solicita nuestra responsabilidad. Pues si experimentamos tanta abundancia de ternura por parte de Jesús, nos sentiremos movidos también nosotros a acogerlo a Él en cada prójimo (cf. Mt 25, 45): hombre o mujer, joven o mayor, sano o enfermo, de nuestra cultura o de otra... Y no rechazaremos a nadie.

«Al que venga a mí no lo echaré fuera»,

En Quebec (Canadá), una comunidad cristiana que vive la Palabra se esfuerza por acoger a muchas familias que llegan a su país desde distintas partes del mundo: Francia, Egipto, Siria, Líbano, Congo... A todos los acogen y los ayudan también en lo referente a la inserción. Lo cual significa responder a sus muchas preguntas, rellenar formularios en relación con el estatuto de refugiado o de residente, coordinarse con el colegio de los niños y acompañarlos a conocer su barrio. Es importante también inscribirse en clases de francés y buscar trabajo.

Escriben Guy y Micheline: «Una familia siria que llegó a Canadá huyendo de la guerra se encontró aquí con otra nada más llegar, estando aún muy desorientada. A través de las redes sociales activaron la solidaridad y muchos amigos le procuraron todo lo necesario: camas, sofás, mesas, sillas, vajilla, ropa, libros y juguetes para los niños, que otros niños de nuestras familias les regalaron espontáneamente, sensibilizados por sus padres. Han recibido más de lo que necesitaban, y han ayudado a su vez a otras familias pobres de su edificio. La Palabra de vida de aquel mes llegó muy apropósito: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

«Al que venga a mí no lo echaré fuera».

He aquí cómo podemos transformar en vida esta Palabra de Dios: dando testimonio de la cercanía del Padre ante cada prójimo, cada uno y como comunidad.

Nos ayuda esta meditación de Chiara Lubich sobre el amor en forma de misericordia. Este, escribe Chiara, es «[...] el amor que abre corazón y brazos a los miserables [...l. a los maltratados por la vida, a los pecadores arrepentidos. Un amor que sabe acoger al prójimo desviado -amigo, hermano o desconocido- y le perdona infinitas veces. [...] Un amor que no mide y que no será medido. Es una caridad que florece más abundante, más universal y más concreta que la que el alma poseía antes. Y esta siente nacer en sí sentimientos semejantes a los de Jesús, y se da cuenta de que afloran a sus labios, para cada persona que encuentra, las divinas palabras: «Siento compasión de esta gente» (cf. Mt 15,32). [...] La misericordia es la última expresión de la caridad, la que la completa. Y la caridad supera al dolor, porque este es solo de esta vida, mientras que el amor perdura también en la otra. Dios prefiere la misericordia al sacrificio»

LETIZIA MAGRI