Catequesis sobre san José 12. San José, Patrono de la Iglesia universal
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Concluimos hoy el ciclo de catequesis sobre la figura de San José.
Estas catequesis son complementarias a la Carta apostólica Patris corde, escrita con ocasión de los
150 años de la proclamación de San José como Patrón de la Iglesia
Católica, por parte del beato Pío
IX. ¿Pero qué significa este título? ¿Qué quiere decir que San José
es “patrón de la Iglesia”? Sobre esto quisiera reflexionar hoy con vosotros.
También en este caso son los Evangelios los que nos dan la clave
de lectura más correcta. De hecho, al final de cada historia que ve a José como
protagonista, el Evangelio anota que él toma consigo al Niño y a su
madre y hace lo que Dios le ha ordenado (cfr. Mt 1,24;
2,14.21). Resalta así el hecho de que José tiene la tarea de proteger a Jesús y
a María. Él es su principal custodio: «De hecho, Jesús y María, su
madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe» [1] (Cart.
ap. Patris corde, 5), y este tesoro es
custodiado por san José.
En el plan de la salvación no se puede separar el Hijo de la
Madre, de aquella que avanzó «en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente
su unión con el Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), como nos recuerda
el Concilio Vaticano II.
Jesús, María y José son en un cierto sentido el núcleo primordial
de la Iglesia. Jesús es Hombre y Dios, María, la primera discípula, es la
Madre; y José, el custodio. Y también nosotros «debemos preguntarnos siempre si
estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están
misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a
nuestra custodia» (Patris corde, 5). Y aquí hay una huella
muy hermosa de la vocación cristiana: custodiar. Custodiar la vida, custodiar
el desarrollo humano, custodiar la mente humana, custodiar el corazón humano,
custodiar el trabajo humano. El cristiano es —podemos decir— como san José:
debe custodiar. Ser cristiano no es solo recibir la fe, confesar la fe, sino
custodiar la vida, la propia vida, la vida de los otros, la vida de la Iglesia.
El Hijo del Altísimo vino al mundo en una condición de gran debilidad: Jesús
nació así, débil, débil. Quiso tener necesidad de ser defendido, protegido,
cuidado. Dios se ha fiado de José, como hizo María, que en él ha encontrado el
esposo que la ha amado y respetado y siempre ha cuidado de ella y del Niño. En
este sentido, «san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque
la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo
tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de
María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue
amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la
Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (ibid.).
Este Niño es Aquel que dirá: «Cuanto hicisteis a unos de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Por
tanto, toda persona que tiene hambre y sed, todo extranjero, todo migrante,
toda persona sin ropa, todo enfermo, todo preso es el “Niño” que José custodia.
Y nosotros somos invitados a custodiar a esta gente, estos hermanos y hermanas
nuestros, como lo ha hecho José. Por esto, él es invocado como protector de
todos los necesitados, de los exiliados, de los afligidos, y también de los
moribundos —hablamos de ello el pasado miércoles—. Y
también nosotros debemos aprender de José a “custodiar” estos bienes: amar al
Niño y a su madre; amar los Sacramentos y al pueblo de Dios; amar a los pobres
y nuestra parroquia. Cada una de estas realidades es siempre el Niño y su madre
(cfr. Patris corde, 5). Nosotros debemos
custodiar, porque con esto custodiamos a Jesús, como lo ha hecho José.
Hoy es común, es de todos los días criticar a la Iglesia, subrayar
las incoherencias —hay muchas—, subrayar los pecados, que en realidad son
nuestras incoherencias, nuestros pecados, porque desde siempre la Iglesia es un
pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios. Preguntémonos si,
en el fondo del corazón, nosotros amamos a la Iglesia así como es. Pueblo de
Dios en camino, con muchos límites, pero con muchas ganas de servir y amar a
Dios. De hecho, solo el amor nos hace capaces de decir plenamente la verdad, de
forma no parcial; de decir lo que está mal, pero también de reconocer todo el
bien y la santidad que están presentes en la Iglesia, a partir precisamente de
Jesús y de María. Amar la Iglesia, custodiar la Iglesia y caminar con la
Iglesia. Pero la Iglesia no es ese grupito que está cerca del sacerdote y manda
a todos, no. La Iglesia somos todos, todos. En camino. Custodiar el uno del
otro, custodiarnos mutuamente. Es una bonita pregunta, esta: yo, cuando tengo
un problema con alguien, ¿trato de custodiarlo o lo condeno enseguida, hablo
mal de él, lo destruyo? ¡Debemos custodiar, siempre custodiar!
Queridos hermanos y hermanas, os animo a pedir la
intercesión de san José precisamente en los momentos más difíciles de vuestras
vidas y de vuestras comunidades. Allí donde nuestros errores se convierten en
escándalo, pidamos a san José la valentía de enfrentar la verdad, de pedir
perdón y empezar de nuevo humildemente. Allí donde la persecución impide que el
Evangelio sea anunciado, pidamos a san José la fuerza y la paciencia de saber
soportar abusos y sufrimientos por amor al Evangelio. Allí donde los medios
materiales y humanos escasean y nos hacen experimentar la pobreza, sobre todo
cuando estamos llamados a servir a los últimos, los indefensos, los huérfanos,
los enfermos, los descartados de la sociedad, recemos a san José para que haya
para nosotros Providencia. ¡Cuántos santos se han dirigido a él! ¡Cuántas
personas en la historia de la Iglesia han encontrado en él un patrón, un
custodio, un padre!
Imitemos su ejemplo y por esto, todos juntos, rezamos hoy; rezamos
a san José con la oración que puse en la conclusión de la Carta Patris corde, encomendándole nuestras
intenciones y, de forma especial, la Iglesia que sufre y que está en la prueba.
Y ahora, vosotros tenéis en mano en diferentes idiomas, creo que cuatro, la
oración, y creo que estará también en la pantalla, así juntos, cada uno en su
idioma, puede rezar a san José.
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO
Aula Pablo VI
Miércoles, 16 de febrero de 2022
FUENTE: VATICAN_VA
CATEQUESIS PAPA
FRANCISCO SOBRE SAN JOSE:
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