«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45).
También
en este mes la Palabra de vida nos propone una bienaventuranza. Es el saludo
gozoso e inspirado de una mujer, Isabel, a otra mujer, María, que ha ido a su
casa para ayudarla. Sí, porque ambas esperan un hijo y ambas, profundamente
creyentes, han acogido la Palabra de Dios y han experimentado su poder
generador en su propia pequeñez.
María
es la primera bienaventurada del Evangelio de Lucas, aquella que experimenta la
alegría de la intimidad con Dios. Con esta bienaventuranza, el evangelista
introduce la reflexión sobre la relación entre la Palabra de Dios anunciada y
la fe que la acoge, entre la iniciativa de Dios y la libre adhesión de la
persona.
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»,
María
es la verdadera creyente en la promesa «a Abraham y a su linaje por los siglos»
(cf. Lc 1, 55). Está tan vacía de sí misma, tan humilde y abierta a escuchar la
Palabra, que el mismo Verbo de Dios puede encarnarse en su seno y entrar en la
historia de la humanidad.
Nadie
podrá experimentar la maternidad virginal de María, pero todos podemos imitar
su confianza en el amor de Dios. Si la Palabra es acogida con corazón abierto,
puede encarnarse también en nosotros con sus promesas y hacer fecunda nuestra
vida de ciudadanos, padres y madres, estudiantes, trabajadores y políticos,
jóvenes y ancianos, sanos y enfermos.
¿Y si
nuestra fe es insegura, como la de Zacarías (cf. Lc 1, 5-25; 67-79)? Sigamos
confiando en la misericordia de Dios Él no dejará de buscarnos hasta que
descubramos también nosotros su fidelidad y lo bendigamos.
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Entre
las mismas colinas de Tierra Santa, pero en tiempos mucho más próximos a los
nuestros, otra madre profundamente creyente enseñaba a sus hijos el arte del
perdón y del diálogo que había aprendido en el Evangelio. Es un pequeño signo
en esta tierra cuna de civilizaciones, que siempre busca la paz y la
estabilidad entre fieles de religiones diversas. Cuenta Margaret: «A nosotros,
sus hijos, ofendidos por expresiones de rechazo de otros niños vecinos
nuestros, nuestra madre nos dijo: "Invitad a esos niños a nuestra
casa"; ella misma les dio pan recién hecho en casa para que lo llevasen a
sus familias. Desde entonces hemos mantenido relaciones de amistad con esas
personas».
También
Chiara Lubich nos sostiene en esta fe valiente: «Después de Jesús, María es
quien mejor y más perfectamente ha sabido decir sí a Dios. Ahí radica sobre
todo su santidad y su grandeza. Y si Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada,
María, por su fe en la Palabra, es la Palabra vivida, aun siendo una criatura
como nosotros, igual a nosotros. [...] Así pues, creamos con María que se
realizarán todas las promesas contenidas en la Palabra de Jesús y atrevámonos
como María, en caso necesario, a exponernos al absurdo que a veces conlleva su
Palabra. A quien cree en la Palabra le suceden hechos grandes y pequeños, pero
siempre maravillosos. Se podrían escribir libros con los hechos que lo
confirman. [...] Cuando, en la vida de todos los días, al leer las Sagradas
Escrituras, nos encontremos con la Palabra de Dios, abramos el corazón a la
escucha, con la fe de que se cumplirá lo que Jesús nos pide y promete. No
tardaremos en descubrir [...] que Él mantiene sus promesas».
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
En
este tiempo de preparación a la Navidad, recordemos la sorprendente promesa de
Jesús de hacerse presente entre quienes acogen y viven el mandamiento del amor
recíproco: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre -es decir, en el amor
evangélico-, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20).
Confiados
en esta promesa, dejemos que Jesús renazca también hoy en nuestras casas y en
nuestras calles gracias a la acogida recíproca, a la escucha profunda del otro,
al abrazo fraterno como el de María e Isabel.
LETIZIA MAGRI
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