Firme sobre una
hoja, la oruga miró alrededor: ¡quién cantó!, ¡quién saltó!, ¡quién corrió!,
¡quién voló!... todos los insectos estuvieron en continuo movimiento.
Él sólo,
pobrecillo, no tenía voz, no corría y no volaba.
Con un gran
esfuerzo logró moverse, pero tan despacio, que cuando pasaba de una hoja a la
otra le pareció de haber dado la vuelta al mundo.
Sin embargo no
envidió a nadie.
Sabía que era una
oruga, y que las orugas tienen que aprender a hilar una baba sutilísima para
tener, con arte maravilloso, su casita.
Por tanto, con
mucho empeño, empezó su trabajo.
En poco tiempo la
oruga se encontró encerrada en un tivio capullo de seda, aislado del resto del
mundo.
"Y ¿ahora? se
preguntó.
"Ahora espera"
le contestó una voz. "Todavía un poco más de paciencia y verás".
Al momento justo la
oruga se despertó, y ya no era una oruga.
Salió fuera del
capullo, con dos alas bellísimas, pintadas de vivarachos colores, y enseguida
se alzó a lo alto del cielo.
La imagen es de la RED |
No hay comentarios:
Publicar un comentario