… Un corazón
misionero sabe de esos límites y se hace «débil con los débiles […] todo para
todos» (1 Co 9,22). Nunca se encierra, nunca se repliega en sus
seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. Sabe que él mismo tiene
que crecer en la comprensión del
Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces
no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro
del camino.
Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” (nº
45)
Papa Francisco.
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