Tercer domingo de Cuaresma
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Ex 17, 3-7. Danos agua que beber (Ex 17, 2).
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Sal 94. R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro
corazón».
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Rom 5, 1-2. 5-8. El amor ha sido derramado en nosotros por el Espíritu
que
se nos ha dado.
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Jn 4, 5-42. Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
En
aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo
que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado
del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega
una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus
discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La
samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús
le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber,
le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La
mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas
agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de
él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús
le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del
agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá
dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
La
mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que
venir aquí a sacarla.»
Él
le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La
mujer le contesta: «No tengo marido».
Jesús
le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora
no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La
mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto
en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en
Jerusalén.»
Jesús
le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en
Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis;
nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto
verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le
den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en
espíritu y verdad.»
La
mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo
dirá todo.»
Jesús
le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»
En
aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los
samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no
creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es
de verdad el Salvador del mundo.»
MEDITACION DEL PAPA FRANCISCO
Queridos
hermanos y hermanas, buenos días, ¡feliz domingo!
Este
domingo el Evangelio nos presenta uno de los encuentros más hermosos y
fascinantes de Jesús, con la mujer samaritana (cf. Jn 4,5-42). Jesús
y los discípulos hacen una parada junto a un pozo en Samaria. Llega una mujer y
Jesús le dice: «Dame de beber» (v. 7). Quisiera detenerme precisamente en esta
expresión: Dame de beber.
La escena
nos muestra a Jesús sediento y cansado, que se encuentra en el pozo de la
samaritana en la hora más calurosa a mediodía, y como un mendigo pide algo
fresco. Es una imagen del abajamiento de Dios: Dios se abaja en Jesucristo por
la redención, viene a nosotros. En Jesús, Dios se hizo uno de nosotros, se
abajó; sediento como nosotros, sufre nuestra misma canícula. Contemplando esta
escena, cada uno de nosotros puede decir: el Señor, el Maestro, «me pide beber.
Tiene, por lo tanto, sed como yo. Tiene mi sed. ¡Estas cerca de mí realmente,
Señor! Estas vinculado a mi pobreza – ¡no puedo creerlo! – me has tomado desde
abajo, desde lo más bajo de mí mismo, donde nadie puede alcanzarme» (P.
Mazzolari, La Samaritana, Bolonia 2022, 55-56). Y tú viniste a mí, desde
abajo, y me tomaste desde allí, porque tenías, y tienes, sed de mí. La sed de
Jesús, de hecho, no es solo física, expresa las sequedades más profundas de
nuestra vida: es sobre todo la sed de nuestro amor. Es más que un
mendigo, está sediento de nuestro amor. Y emergerá en el momento culminante de
la pasión, en la cruz; allí, antes de morir, Jesús dirá: «Tengo sed»
(Jn 19,28). Aquella sed de amor que lo llevó a descender, a abajarse, a
ser uno de nosotros.
Pero el
Señor, que pide beber, es Aquel que da de beber: al encontrarse con la
samaritana le habla del agua viva del Espíritu Santo y desde la cruz derrama
sangre y agua desde su costado atravesado (cf. Jn 19,34). Jesús,
sediento de amor, sacia nuestra sed con amor. Y hace con nosotros como con la
samaritana: se acerca a nosotros en lo cotidiano, comparte nuestra sed, nos
promete el agua viva que hace brotar en nosotros la vida eterna
(cf. Jn 4,14).
Dame de
beber. Hay un segundo aspecto. Estas palabras no son solo la petición de Jesús
a la samaritana, sino un llamamiento – a veces silencioso – que cada día se
eleva hacia nosotros y nos pide que nos hagamos cargo de la sed
ajena. Dame de beber nos dicen quienes – en la familia, en el lugar
de trabajo, en el resto de lugares que frecuentamos – tienen sed de cercanía,
de atención, de escucha; nos lo dice quien tiene sed de la Palabra de Dios y
necesita encontrar en la Iglesia un oasis donde beber. Dame de
beber es el llamamiento de nuestra sociedad, donde la prisa, la carrera
por el consumo y, sobre todo, la indiferencia, esta cultura de la indiferencia,
generan aridez y vacío interior. Y – no lo olvidemos – dame de
beber es el grito interior de tantos hermanos y hermanas a los que les
falta el agua para vivir, mientras se sigue contaminando y estropeando nuestra
casa común; y también esta, agotada y reseca, “tiene sed”.
Frente a
estos desafíos, el Evangelio de hoy nos ofrece a cada uno de nosotros el agua
viva que puede hacer que nos convirtamos en fuente de refrigerio para los
demás. Y entonces, como la samaritana, que dejó su ánfora en el pozo y fue a
llamar a la gente del pueblo (cf. v. 28), tampoco nosotros pensaremos solo en
saciar nuestra sed, nuestra sed material, intelectual o cultural, sino que, con
la alegría de haber encontrado al Señor, podremos saciar la sed de los demás:
dar sentido a la vida de los demás, no como amos sino como servidores de esta
Palabra de dios que nos ha dado sed, que nos da sed continuamente; podremos
entender su sed y compartir el amor que Él nos dio a nosotros. Se me ocurre
hacer esta pregunta, a mí y a vosotros: ¿Somos capaces de entender la sed de
los demás? ¿La sed de la gente, la sed de tantos en mi familia, en mi barrio?
Hoy podemos preguntarnos: ¿Yo tengo sed de Dios, me doy cuenta de que necesito
su amor como el agua para vivir? Y después, yo que estoy sediento, ¿me preocupo
de la sed de los demás, la sed espiritual, la sed material?
Que la
Virgen interceda por nosotros y nos sostenga en el camino.
ÁNGELUS,
Plaza de San Pedro, domingo 12 de marzo de 2023
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