«Dad y se os dará; una
medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros
vestidos» (Lc 6, 38).
«Había
una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda
Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido
para oírlo...» (Lc 6, 17-18): así introduce el evangelista Lucas el largo
discurso de Jesús que proclama las bienaventuranzas, las exigencias del Reino
de Dios y las promesas del Padre a sus hijos.
Jesús
anuncia libremente su mensaje a hombres y mujeres de distintos pueblos y
culturas que han acudido a escucharlo; es un mensaje universal, dirigido a
todos y que todos pueden acoger para realizarse como personas, creadas por Dios
Amor a su imagen.
«Dad y se os dará; una medida buena, apretada,
remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos».
Jesús
revela la novedad del Evangelio: el Padre ama a cada uno de sus hijos
personalmente, con un amor «desbordante», y le da la capacidad de expandir el
corazón hacia los hermanos, cada vez con mayor generosidad. Son palabras
acuciantes y exigentes: dar de lo nuestro; bienes materiales, pero también
acogida, misericordia, perdón; con generosidad, a imitación de Dios.
La imagen
de la recompensa abundante vertida en el regazo nos da a entender que la medida
del amor de Dios para con nosotros es desmedida, y que sus promesas se realizan
por encima de nuestras expectativas, a la vez que nos libera de la ansiedad de
nuestros cálculos y plazos y de la desilusión de no recibir de los demás según
nuestra medida.
«Dad y se os dará; una medida buena, apretada,
remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos».
A
propósito de esta invitación de Jesús, Chiara Lubich escribió: «¿Nunca te ha
pasado, al recibir un regalo de un amigo, que también tú has sentido la
necesidad de hacerle otro...? [...] Si te sucede así a ti, imagínate a Dios, a
Dios, que es Amor. Él recompensa siempre cada regalo que hacemos a nuestro
prójimo en su nombre. [...] Dios no se comporta así para enriquecerte o para
enriquecernos. [...] Lo hace porque cuanto más tenemos, más podemos dar; para
que -como verdaderos administradores de los bienes de Dios- hagamos circular
todas las cosas en la comunidad que nos rodea [...]. Ciertamente, Jesús pensaba
en primer lugar en la recompensa que tendremos en el Paraíso, pero todo lo que
sucede en esta tierra es ya preludio y garantía de ello».
«Dad y se os dará; una medida buena, apretada,
remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos».
Y ¿qué
sucedería si nos comprometiésemos a practicar este amor juntos, con muchos
otros hombres y mujeres? Ciertamente daría origen a una revolución social.
Cuenta
Jesús, de España: «Mi mujer y yo trabajamos en consultoría y formación. Nos
apasionaron los principios de la Economía de Comunión y quisimos aprender a
mirar al otro: a los empleados, considerando los sueldos y las alternativas a
los despidos necesarios; a los proveedores, respetando los precios, los pagos,
las relaciones de larga duración; a la competencia, con cursos conjuntos y
ofreciendo nuestra experiencia; a los clientes, aconsejándoles en conciencia
aun a costa de nuestro propio interés. La confianza que se generó nos salvó
cuando llegó la crisis de 2008. Más tarde, a través de la ONG «Levántate y
Anda», conocimos a un profesor de español en Costa de Marfil que quería mejorar
las condiciones de vida en su pueblo mediante un paritorio. Estudiamos el
proyecto y le dimos la cantidad necesaria. No se lo podía creer. Tuve que
explicarle que eran los beneficios de la empresa. Actualmente la maternidad
«Fraternidad», construida por musulmanes y cristianos, es símbolo de la
convivencia. En los últimos años los beneficios de nuestra empresa se han
multiplicado por diez».
LETIZIA MAGRI
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