14 Antonio Caba Pozo.
Nació el 1 de diciembre
de 1914 en Lanjarón.
Hizo sus
estudios en el Seminario de San Cecilio donde entró en 1927. En los cursos
1934-35 y 1935-36 hizo los dos primeros años de teología y compaginó los
estudios con el servicio militar. Era un seminarista especialmente dotado
intelectual y espiritualmente. Conservamos muestras de su espíritu en diversas
cartas a su hermana: “¡Si vieras qué dicha es servir a Jesús, amar
a Jesús! Este es mi camino; y cada día estoy más contento con mi vocación. A mí
nada me ilusiona: ni riquezas, ni carreras, ni dignidades, sólo Jesús es mi
tesoro y la salvación de las almas mi vida…” También escribía a sus
comadres: “Pretendo con esta cartita felicitar a mi comadre Dolores, deseándole
cuantos bienes de gracia pueda poseer un alma en esta vida, y nada más. ¡Para
qué han de estimarse salud, riquezas y honores, poseyendo a Cristo y estando en
su gracia…! Que los demás bienes se nos darán por añadidura, ¡bendito sea Dios!
Y si no se nos dan, ¡también sea bendito!”.
El Siervo
de Dios llevaba una intensa vida apostólica con los jóvenes de Lanjarón,
también desde el Seminario por medio de cartas. En una ocasión al terminar un
acto de despedida de curso, sube al escenario y con entusiasmo se dirige al
público: “Estos queridos jóvenes nuestros, dentro de poco tiempo dejarán el
pueblo y se marcharán lejos; en la soledad de la garita, cuando estén de
guardia, sacarán el retrato de su novia y de su madre que guardan con amor en
sus carteras. Hacedlo, sí, y amadlas mucho, pero llevad también y besad la
medalla de la Virgen, que es la mejor de las madres y que Ella os acompañe y
proteja”.
Tuvo el
acompañamiento espiritual del Padre Payán, jesuita con fama de santidad, que
era el director espiritual del Seminario. El Siervo de Dios, decidido a una
mayor entrega en el seguimiento de Cristo, quiso ser jesuita. A punto de
marchar al noviciado de la Compañía de Jesús que estaba en Bélgica, ya en la
estación de ferrocarril cedió a los ruegos insistentes de su padre de que
terminara sus estudios, recibiera el presbiterado, diera a su familia la
alegría de su primera misa y, después, dispusiera de su vida y ministerio donde
él quisiera. Al fin, cede, pierde el billete y vuelve a casa. Fue una noche sin
dormir, rezando y llorando. Dios llevaría su ansia de perfección por otro
camino: el del martirio.
En el
verano de 1936 pasaba en Lanjarón las vacaciones y estaban pasando unos días
con él dos compañeros que después serían sacerdotes del presbiterio granadino:
Juan Camacho e Ignacio Sánchez Ontiveros. El día 19 de julio fue detenido y
llevado a la cárcel con otras personas entre ellas el Párroco, Antonio Barea.
Allí sufrió toda clase de amenazas. El Siervo de Dios se dirigía a los
carceleros: “¿Es que no recordáis lo que Sor Joaquina nos enseñaba cuando estábamos
en el colegio? Yo sí lo recuerdo y quisiera que vosotros también lo tuvierais
presente. Lo que yo os aseguro es que si nos matáis, nos abriréis a nosotros de
par en par las puertas del cielo, mientras os las cerráis a vosotros mismos”.
A primera
hora de la mañana del día 21, se sintieron disparos que indicaban cómo llegaban
fuerzas por el oeste desde Granada. A toda prisa fueron sacados los presos
camino de Órgiva. Antonio rezaba el rosario: “ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte… Reina de los mártires, ruega por nosotros”.
Pero en el camino, todavía a la vista del pueblo, la mayoría de los presos
aprovechó el desorden y se fugaron dejándose caer hacia el barranco. No lo hizo
el Siervo de Dios ni el médico. Antonio se dirige a los guardianes: “matadme
cuando queráis que yo muero por Jesucristo”. Una descarga de perdigones
le destroza su rostro y su cabeza toda y cae al suelo inconsciente y bañado en
su sangre. Pero no muere. Muy mal herido, es recogido y rápidamente trasladado
a Granada. En el hospital de San Juan de Dios diagnosticaron lo irreversible de
su situación, le hicieron una cura de urgencia y lo volvieron a Lanjarón para
que muriera en su tierra. Se le administra la Unción de Enfermos y sobre la una
muere a esta vida y nace para la eterna. Sus restos reposan en el cementerio de
Lanjarón.
FUENTE: NOTICIAS DIÓCESIS DE GRANADA.
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