«Todo
el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana
y mi madre» (Mt 12,50).
El Evangelio de Mateo
cuenta un episodio de la vida de Jesús que puede parecer poco importante: su
madre y sus familiares van a Cafarnaúm, donde Él se reúne con sus discípulos
para anunciar a todos el amor del Padre. Probablemente han hecho un largo
camino para verlo y desean hablarle. No entran en el lugar donde Jesús se
encuentra, sino que mandan un mensaje: «Oye, ahí fuera están tu madre y tus
hermanos que desean hablarte»,
La dimensión familiar era
muy importante para el pueblo de Israel: el mismo pueblo era considerado «hijo»
de Dios, heredero de sus promesas, y quienes pertenecían a este se consideraban
«hermanos».
Pero Jesús abre una
perspectiva inesperada: con un gesto solemne de la mano señala a sus discípulos
y dice:
«Todo
el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial. ese es mi hermano, mi hermana
y mi madre»,
Jesús revela una dimensión
nueva: cualquiera puede sentirse parte de esta familia si se esfuerza en
conocer la voluntad del Padre único y en cumplirla.
Cualquiera: adulto o niño,
hombre o mujer, sano o enfermo, de cualquier cultura y posición social. Cualquiera:
cada persona lleva en sí la imagen de Dios Amor. Es más, cada persona es el tú
de Dios, con el que puede entrar en una relación de conocimiento y amistad.
Así pues, cualquiera puede
hacer la voluntad de Dios, que es el amor a Él y el amor fraterno. Y si amamos,
Jesús nos reconoce como de su familia: sus hermanos y hermanas. Es la suerte
más grande que tenemos, que nos sorprende: nos libera del pasado, de nuestros
miedos, de nuestros esquemas. Desde esta perspectiva, incluso las limitaciones
y debilidades pueden ser catapultas hacia nuestra realización. Realmente todo
da un salto cualitativo.
«Todo
el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana
y mi madre».
En cierto modo podemos ser
incluso madre de Jesús. Como María, que se puso a disposición de Dios desde el
momento de la anunciación y hasta el Calvario y, más tarde, con el nacimiento
de la Iglesia, también cada uno de nosotros puede dar a luz a Jesús en sí mismo
una y otra vez, viviendo el Evangelio, y, por la caridad recíproca, contribuir
a generar a Jesús en la colectividad.
Esa es la invitación que
Chiara Lubich dirige a personas deseosas de vivir la Palabra de Dios: «”Sed una
familia”: ¿Hay entre vosotros quienes sufren por pruebas espirituales o
morales? Comprendedlos como una madre y más aún, iluminadlos con la palabra o
con el ejemplo. No dejéis que les falte, es más, incrementad alrededor de ellos
el calor de la familia. ¿Hay entre vosotros quienes sufren físicamente? Que
sean los hermanos predilectos. [...] No antepongáis nunca ninguna actividad de
ningún tipo [...] al espíritu de familia con los hermanos con los que vivís. Y
adonde vayáis para llevar el ideal de Cristo [...], lo mejor que podéis hacer
es tratar de crear con discreción y con prudencia, pero con decisión, el
espíritu de familia, que es un espíritu humilde, que quiere el bien de los
demás, que no se envanece...; que es, en fin, la caridad verdadera».
«Todo
el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana
y mi madre».
Cada uno de nosotros puede
descubrir en la vida diaria la tarea que el Padre le encomienda para formar la
gran familia humana.
En un barrio de Horns, en
Siria, más de ciento cincuenta niños mayoritariamente musulmanes acuden a las
clases extraescolares organizadas en un colegio de la iglesia ortodoxa griega.
Cuenta Sandra, la directora: «Ofrecemos acogida y ayuda mediante un equipo de
profesores y expertos, en un clima de familia basado en el diálogo y en
promover valores. Muchos niños están marcados por traumas y por el sufrimiento.
Unos se muestran apáticos, otros agresivos. Deseamos reconstruir la confianza
en ellos y en los demás. La mayoría de las familias están desmembradas a causa
de la guerra, y aquí encuentran la fuerza y la esperanza de volver a empezar».
LETIZIA MAGRI
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