martes, 19 de octubre de 2021

PAPA FRANCISCO. ANGELUS 17 DE OCTUBRE.

 

“Compasión de la vida de quien encontramos, como ha hecho Jesús conmigo, contigo, con todos nosotros, se ha acercado con compasión”



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy (Mc 10,35-45) cuenta que dos discípulos, Santiago y Juan, piden al Señor sentarse un día junto a Él en la gloria, como si fueran “primeros ministros”, o algo así. Pero los otros discípulos los escuchan y se indignan. A este punto Jesús, con paciencia, les ofrece una gran enseñanza: la verdadera gloria no se obtiene elevándose sobre los otros, sino viviendo el mismo bautismo que Él recibirá, dentro de poco tiempo, en Jerusalén, es decir, la cruz. ¿Qué quiere decir esto? La palabra “bautismo” significa “inmersión”: con su Pasión, Jesús se sumergió en la muerte, ofreciendo su vida para salvarnos. Por tanto, su gloria, la gloria de Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación. No poder que aspira al dominio, ¡no! Es amor que se hace servicio. Por eso Jesús concluye diciendo a los suyos y también a nosotros: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,43). Para hacerse grandes, tendréis que ir en el camino del servicio, servir a los otros.

Estamos frente a dos lógicas diferentes: los discípulos quieren emerger y Jesús quiere sumergirse. Detengámonos sobre estos dos verbos. El primero es emerger. Expresa esa mentalidad mundana por la que siempre somos tentados: vivir todas las cosas, incluso las relaciones, para alimentar nuestra ambición, para subir los peldaños del éxito, para alcanzar puestos importantes. La búsqueda del prestigio personal se puede convertir en una enfermedad del espíritu, incluso disfrazándose detrás de buenas intenciones; por ejemplo cuando, detrás del bien que hacemos y predicamos, en realidad nos buscamos solo a nosotros mismos y nuestra afirmación, es decir, ir adelante nosotros, trepar… Y esto también lo vemos en la Iglesia. Cuántas veces, los cristianos, que deberíamos ser servidores, tratamos de trepar, de ir adelante. Por eso, siempre necesitamos verificar las verdaderas intenciones del corazón, preguntarnos: “¿Por qué llevo adelante este trabajo, esta responsabilidad? ¿Para ofrecer un servicio o para hacerme notar, ser alabado y recibir cumplidos?”. A esta lógica mundana, Jesús contrapone la suya: en vez de elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para servirlos; en vez de emerger sobre los otros, sumergirse en la vida de los otros. Estaba viendo en el programa “A sua immagine” ese servicio de las Cáritas para que a nadie le falte comida: preocuparse por el hambre de los otros, preocuparse de las necesidades de los otros. Mirar y abajarse en el servicio, y no tratar de trepar para la propia gloria.

Y ahí está el segundo verbo: sumergirse. Jesús nos pide que nos sumerjamos. Y ¿cómo sumergirse? Con compasión, en la vida de quien encontramos. Ahí [en ese servicio de Cáritas] estábamos viendo el hambre: y nosotros, ¿pensamos con compasión en el hambre de tanta gente? Cuando estamos delante de la comida, que es una gracia de Dios y que nosotros podemos comer, hay mucha gente que trabaja y no logra tener la comida suficiente para todo el mes. ¿Pensamos en esto? Sumergirse con compasión, tener compasión. No es un dato de enciclopedia: hay muchos hambrientos… ¡No! Son personas. ¿Y yo tengo compasión por las personas? Compasión de la vida de quien encontramos, como ha hecho Jesús conmigo, contigo, con todos nosotros, se ha acercado con compasión.

Miramos al Señor Crucificado, sumergido hasta el fondo en nuestra historia herida, y descubrimos la manera de hacer de Dios. Vemos que Él no se ha quedado allí arriba en los cielos, a mirarnos de arriba a abajo, sino que se ha abajado a lavarnos los pies. Dios es amor y el amor es humilde, no se eleva, sino que desciende, como la lluvia que cae sobre la tierra y trae vida. ¿Pero qué hay que hacer para ponerse en la misma dirección que Jesús, para pasar del emerger al sumergirse, de la mentalidad del prestigio, esa mundana, a la del servicio, la cristiana? Requiere compromiso, pero no es suficiente. Solos es difícil, por no decir imposible, pero tenemos dentro una fuerza que nos ayuda. Es la del Bautismo, de esa inmersión en Jesús que todos nosotros hemos recibido por gracia y que nos dirige, nos impulsa a seguirlo, a no buscar nuestro interés sino a ponernos al servicio. Es una gracia, es un fuego que el Espíritu ha encendido en nosotros y que debe ser alimentado. Pidamos hoy al Espíritu Santo que renueve en nosotros la gracia del Bautismo, la inmersión en Jesús, en su forma de ser, para ser más servidores, para ser siervos como Él ha sido con nosotros.

Y recemos a la Virgen: Ella, incluso siendo la más grande, no ha tratado de emerger, sino que ha sido la humilde sierva del Señor, y está completamente inmersa a nuestro servicio, para ayudarnos a encontrar a Jesús.

ANGELUS

Plaza de San Pedro

Domingo, 17 de octubre de 2021

FUENTE: VATICA VAN

martes, 5 de octubre de 2021

PALABRA DE VIDA DE OCTUBRE 2021.

«Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman» (Rm 8, 28).

La Palabra que nos proponemos vivir en este mes está sacada de la carta del apóstol Pablo a los Romanos. Es un texto largo y lleno de reflexiones y enseñanzas, escrito antes de dirigirse a Roma, para preparar su visita a aquella comunidad, que Pablo aún no conocía en persona.

El capítulo 8 subraya en particular la vida según el Espíritu y la promesa de la vida eterna que espera a los individuos, a los pueblos y a todo el universo.

«Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman».

Cada palabra de esta frase está cargada de significado.

Pablo proclama que, ante todo como cristianos, hemos conocido el amor de Dios y somos conscientes de que toda esperanza humana forma parte del gran designio de salvación de Dios.

Todo contribuye, dice Pablo: los sufrimientos, las persecuciones, los fallos y debilidades personales, pero sobre todo la acción del Espíritu de Dios en el corazón de las personas que lo acogen. Además, el Espíritu recoge y hace suyos los gemidos de la humanidad y de la creación (cf. Rm 8, 22-27), y esta es la garantía de que el designio de Dios se realizará.

Por nuestra parte, hemos de responder activamente a este amor con nuestro amor, encomendándonos al Padre en cualquier necesidad y dando testimonio de esperanza en el cielo nuevo y la tierra nueva (cf. Ap 21, 1) que Él prepara para quienes confían en Él.

«Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman».

¿Cómo acoger, entonces, esta fuerte propuesta en nuestra vida personal y cotidiana?

Chiara Lubich nos sugiere: «Ante todo, no debemos detenernos nunca en el aspecto puramente externo, material y profano de las cosas, sino creer que cualquier hecho es un mensaje con el que Dios nos expresa su amor. Entonces veremos que la vida, que se nos puede mostrar como un tejido del cual no vemos más que nudos e hilos confusamente entrelazados, en realidad es distinta: es el dibujo maravilloso que el amor de Dios va tejiendo sobre la base de nuestra fe. En segundo lugar, debemos abandonarnos con confianza y totalmente a este amor en todo momento, tanto en las pequeñas cosas como en las grandes. Es más, si sabemos encomendarnos al amor de Dios en las circunstancias comunes, Él nos dará la fuerza para confiarnos a Él en los momentos más difíciles, como pueden ser una gran prueba, una enfermedad o el mismo momento de la muerte. Entonces, probemos a vivir así, y, por supuesto, no de una manera interesada, es decir, para que Dios nos manifieste sus planes y tengamos de este modo su consuelo, sino solo por amor, y veremos que este abandono confiado es fuente de luz y de paz infinita para nosotros y para muchos otros».

Encomendarnos a Dios en las decisiones difíciles, como la que nos cuenta O. L. de Guatemala: «Trabajaba como cocinera en una residencia de ancianos. Al pasar por el pasillo, oigo a una viejita pedir agua. A riesgo de saltarme las normas, que me prohíben salir de la cocina, le alcanzo un vaso de agua con cariño. Los ojos de la anciana se iluminan. A mitad del vaso, me agarra la mano: "¡Quédate conmigo 10 minutos!”: Le explico que no debería, que me expongo a que me despidan. Pero esa mirada... Me quedo. Me pide que recemos juntas: "Padre nuestro... “: Y al final: "Canta algo, por favor”. Se me ocurre: "No nos llevaremos nada, solo el amor... “. Los demás residentes nos miran. La mujer está feliz y me dice: "Dios te bendiga, mi hijita"; y al poco se apaga. De todos modos, me despidieron por haber salido de la cocina. Mi familia, que vive lejos, necesita mi ayuda, pero yo estoy en paz y feliz: respondí a Dios, y esa mujer no dio sola el paso más importante de su vida».

LETIZIA MAGRI