“Compasión de la vida de quien encontramos, como ha hecho Jesús conmigo,
contigo, con todos nosotros, se ha acercado con compasión”
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy (Mc 10,35-45) cuenta que dos
discípulos, Santiago y Juan, piden al Señor sentarse un día junto a Él en la
gloria, como si fueran “primeros ministros”, o algo así. Pero los otros
discípulos los escuchan y se indignan. A este punto Jesús, con paciencia, les
ofrece una gran enseñanza: la verdadera gloria no se obtiene elevándose sobre
los otros, sino viviendo el mismo bautismo que Él recibirá, dentro de poco
tiempo, en Jerusalén, es decir, la cruz. ¿Qué quiere decir esto? La palabra
“bautismo” significa “inmersión”: con su Pasión, Jesús se sumergió en la
muerte, ofreciendo su vida para salvarnos. Por tanto, su gloria, la gloria de
Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación. No
poder que aspira al dominio, ¡no! Es amor que se hace servicio. Por eso Jesús
concluye diciendo a los suyos y también a nosotros: «el que quiera llegar a ser
grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,43). Para
hacerse grandes, tendréis que ir en el camino del servicio, servir a los otros.
Estamos frente a dos lógicas diferentes: los discípulos quieren emerger y
Jesús quiere sumergirse. Detengámonos sobre estos dos verbos. El
primero es emerger. Expresa esa mentalidad mundana por la que siempre somos
tentados: vivir todas las cosas, incluso las relaciones, para alimentar nuestra
ambición, para subir los peldaños del éxito, para alcanzar puestos importantes.
La búsqueda del prestigio personal se puede convertir en una enfermedad
del espíritu, incluso disfrazándose detrás de buenas intenciones; por
ejemplo cuando, detrás del bien que hacemos y predicamos, en realidad nos
buscamos solo a nosotros mismos y nuestra afirmación, es decir, ir adelante
nosotros, trepar… Y esto también lo vemos en la Iglesia. Cuántas veces, los
cristianos, que deberíamos ser servidores, tratamos de trepar, de ir adelante.
Por eso, siempre necesitamos verificar las verdaderas intenciones del corazón,
preguntarnos: “¿Por qué llevo adelante este trabajo, esta responsabilidad?
¿Para ofrecer un servicio o para hacerme notar, ser alabado y recibir
cumplidos?”. A esta lógica mundana, Jesús contrapone la suya: en vez de
elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para servirlos; en vez de
emerger sobre los otros, sumergirse en la vida de los otros. Estaba viendo en
el programa “A sua immagine” ese servicio de las Cáritas para que a nadie le
falte comida: preocuparse por el hambre de los otros, preocuparse de las
necesidades de los otros. Mirar y abajarse en el servicio, y no tratar de
trepar para la propia gloria.
Y ahí está el segundo verbo: sumergirse. Jesús nos pide que nos
sumerjamos. Y ¿cómo sumergirse? Con compasión, en la vida de quien encontramos.
Ahí [en ese servicio de Cáritas] estábamos viendo el hambre: y nosotros,
¿pensamos con compasión en el hambre de tanta gente? Cuando estamos delante de
la comida, que es una gracia de Dios y que nosotros podemos comer, hay mucha
gente que trabaja y no logra tener la comida suficiente para todo el mes.
¿Pensamos en esto? Sumergirse con compasión, tener compasión. No es un dato de
enciclopedia: hay muchos hambrientos… ¡No! Son personas. ¿Y yo tengo compasión
por las personas? Compasión de la vida de quien encontramos, como ha hecho
Jesús conmigo, contigo, con todos nosotros, se ha acercado con compasión.
Miramos al Señor Crucificado, sumergido hasta el fondo en nuestra historia
herida, y descubrimos la manera de hacer de Dios. Vemos que Él no se ha quedado
allí arriba en los cielos, a mirarnos de arriba a abajo, sino que se ha abajado
a lavarnos los pies. Dios es amor y el amor es humilde, no se eleva, sino que
desciende, como la lluvia que cae sobre la tierra y trae vida. ¿Pero qué hay
que hacer para ponerse en la misma dirección que Jesús, para pasar del emerger
al sumergirse, de la mentalidad del prestigio, esa mundana, a la del servicio, la
cristiana? Requiere compromiso, pero no es suficiente. Solos es difícil, por no
decir imposible, pero tenemos dentro una fuerza que nos ayuda. Es la del
Bautismo, de esa inmersión en Jesús que todos nosotros hemos
recibido por gracia y que nos dirige, nos impulsa a seguirlo, a no buscar
nuestro interés sino a ponernos al servicio. Es una gracia, es un fuego que el
Espíritu ha encendido en nosotros y que debe ser alimentado. Pidamos hoy al
Espíritu Santo que renueve en nosotros la gracia del Bautismo, la inmersión en
Jesús, en su forma de ser, para ser más servidores, para ser siervos como Él ha
sido con nosotros.
Y recemos a la Virgen: Ella, incluso siendo la más grande, no ha tratado de
emerger, sino que ha sido la humilde sierva del Señor, y está completamente
inmersa a nuestro servicio, para ayudarnos a encontrar a Jesús.
ANGELUS
Plaza
de San Pedro
Domingo,
17 de octubre de 2021
FUENTE: VATICA VAN
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