«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9).
El Evangelio de Mateo lo escribió un cristiano proveniente del
ambiente judaico de su tiempo; por eso contiene tantas expresiones propias de
esa tradición cultural y religiosa.
En el capítulo 5 Jesús es presentado como un nuevo Moisés que sube
al monte a anunciar la esencia de la Ley de Dios: el mandamiento del amor. Para
dar solemnidad a esta enseñanza, el Evangelio nos dice que Él está sentado,
como un maestro. No solo eso: Jesús es además el primer testigo de lo que
anuncia. Esto destaca de modo evidente cuando proclama las Bienaventuranzas, el
programa de toda su vida. En ellas revela la radicalidad del amor cristiano con
sus frutos de bendición y alegría plena. Eso es bienaventuranza.
«Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»
En la Biblia, la paz -shalom en hebreo- indica la condición de
armonía de la persona consigo misma, con Dios y con lo que la rodea; aún hoy es
un saludo entre las personas, como un deseo de vida plena. La paz es ante todo
don de Dios, pero también depende de nuestra adhesión.
Entre todas las bienaventuranzas, esta resuena como la más activa,
pues nos invita a salir de la indiferencia para convertirnos en constructores
de concordia a partir de nosotros mismos y a nuestro alrededor, poniendo en
acción inteligencia, corazón y brazos. Requiere el esfuerzo de preocuparse por
los demás, sanar heridas y traumas personales y sociales provocados por el
egoísmo que divide y promover todos los esfuerzos en esta dirección.
Como Jesús, el Hijo de Dios, quien cumplió su misión cuando dio su
vida en la cruz para volver a unir a los hombres con el Padre y traer de nuevo
la fraternidad a la tierra. Por eso, cualquiera que sea constructor de paz se
asemeja a Jesús y, como Él, es reconocido hijo de Dios.
«Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»
Siguiendo las huellas de Jesús, también nosotros podemos
transformar cada día en una «jornada de paz» poniendo fin a las pequeñas o
grandes guerras que cada día se libran a nuestro alrededor. Para realizar este
sueño es importante construir redes de amistad y solidaridad, tender la mano
para ofrecer ayuda, pero también para aceptarla. Como cuentan Denise y
Alessandro: «Cuando nos conocimos nos iba bien juntos. Nos casamos y al
principio fue muy bonito, incluyendo el nacimiento de nuestros hijos. Con el
pasar del tiempo comenzaron los altibajos; ya no había ningún tipo de diálogo
entre nosotros, y cualquier cosa era objeto de discusión continua. Decidimos
permanecer juntos, pero seguíamos cayendo en los mismos errores, rencores y
enfrentamientos. Un día, una pareja de amigos nos propuso participar en un
taller de apoyo a parejas con problemas. No solo encontramos personas
competentes y preparadas, sino además una «familia de familias» con la que
compartir nuestros problemas: ¡ya no estábamos solos! Volvió a encenderse una
luz, pero fue solo el primer paso: una vez en casa no era fácil, y volvíamos a
caer. Lo que nos ayuda es preocuparnos por el otro, con el compromiso de volver
a empezar y seguir en contacto con estos nuevos amigos para seguir adelante
juntos».
«Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
La paz, la de Jesús, como dice Chiara Lubich, «exige de nosotros
corazones y ojos nuevos para amar y ver en todos otros tantos candidatos a la
fraternidad universal». Y añade: «Nos podemos preguntar: "¿También en los
vecinos pendencieros?, ¿también en los compañeros de trabajo que entorpecen mi
carrera?, ¿también en los militantes de otro partido o en los hinchas de un
equipo de fútbol adversario?, ¿también en las personas de religión o
nacionalidad distintas a la mía?': Sí, cada uno es mi hermano o mi hermana. La
paz empieza precisamente por ahí, por la relación que sé instaurar con cada
prójimo. "El mal nace del corazón del hombre -escribía Igino Giordani-, y
para apartar el peligro de la guerra hace falta desterrar el espíritu de
agresión y de explotación y egoísmo del que procede la guerra: hace falta
reconstruir una conciencia”[1].
El mundo cambia si cambiamos nosotros, [...] sobre todo poniendo de relieve lo
que nos une podremos contribuir a crear una mentalidad de paz y a trabajar
juntos por el bien de la humanidad. […] Al final es el amor el que vence,
porque es más fuerte que cualquier otra cosa. Probemos a vivir así en este mes,
para ser levadura de una nueva cultura de paz y de justicia. Veremos renacer en
nosotros y alrededor de nosotros una nueva humanidad".
LETIZIA MAGRI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario