«Pues todos
vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; nosotros no somos de la noche ni
de las tinieblas» (1 Ts 5, 5).
La luz simboliza la vida. Cada día la aurora es mensajera de un
nuevo inicio. La luz está presente en los relatos de los pueblos y en las
religiones. Los judíos celebran la Fiesta de las Luces, la Janucá, que
conmemora la nueva dedicación del templo de Jerusalén y la liberación respecto
a los cultos paganos. Los musulmanes encienden velas en el día del nacimiento
del profeta, Mawlid en árabe, Mevlid Kandili en turco. La fiesta Diwali, originariamente
hindú y cuyo nombre significa serie de luces, se celebra también en otras
religiones de la India y representa la victoria del bien sobre el mal. Para los
cristianos, Jesucristo es la luz que ilumina las tinieblas del mundo.
Así pues, es una realidad fuertemente simbólica, que representa
una presencia de la divinidad y un don para la tierra.
«Pues todos vosotros sois
hijos de la luz e hijos del día; nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas»
¿Cuáles son las características de los hijos del día? Una de ellas
es «no ser de la noche ni de las tinieblas».
La invitación del Apóstol a la comunidad de Tesalónica consiste en
vigilar juntos, renunciando a cualquier forma de pereza y de indiferencia.
Quienes no pertenecen a la noche tienen la tarea de iluminar las relaciones
entre las personas, en un continuo donarse para hacer visible la presencia del
Resucitado con fe, amor y esperanza, como escribe Pablo (cf. 1 Ts 5, 8).
Además, hace falta cultivar una relación más estrecha y verdadera
con Dios, escudriñar el corazón y encontrar momentos de diálogo a través de la
oración, viviendo su Palabra; que hace que resplandezca esta luz.
«Pues todos vosotros sois
hijos de la luz e hijos del día; nosotros no somos de la noche ni de las
tinieblas»
Podemos habituarnos a vivir en la oscuridad de nuestro corazón o
contentarnos con las luces artificiales, con las promesas de felicidad del
mundo. Pero Dios nos llama a hacer que resplandezca su Luz dentro de nosotros y
a mirar a las personas y los acontecimientos con atención, para captar en ellos
reflejos de luz.
El esfuerzo consiste en pasar continuamente de la oscuridad a la
luz. «El cristiano no puede huir del mundo, esconderse o considerar la religión
como un asunto privado -escribe Chiara Lubich-. Vive en el mundo porque tiene
una responsabilidad, una misión ante todos los hombres: ser luz que ilumina.
También tú tienes esta tarea, y si no la cumples, tu inutilidad es como la de
la sal que ha perdido su sabor o como la de la luz que se vuelve sombra (cf. Mt
5, 13-16). [...] La tarea del cristiano es dejar traslucir esa luz que vive en
él, ser "signo" de esta presencia de Dios entre los hombres»[1].
«Pues todos vosotros sois
hijos de la luz e hijos del día; nosotros no somos de la noche ni de las
tinieblas».
Dios es luz, y pueden encontrarlo quienes lo buscan con amor
sincero. Suceda lo que suceda, nunca seremos separados de su amor, porque somos
hijos suyos. Con esta convicción, no nos dejaremos sorprender ni abrumar por
los acontecimientos.
El terremoto de este año en Turquía y Siria dio un vuelco a las
vidas de millones de personas. Quienes sobrevivieron a la catástrofe,
comunidades enteras del lugar y de otros países, se dedicaron a llevar apoyo
inmediato a quienes habían perdido seres queridos, casas, todo.
Las tinieblas nunca podrán vencer a quienes eligen vivir en la luz
y para generar luz. Y esto, para quienes somos cristianos, significa una vida
con Cristo en medio de nosotros, y su presencia hace posible abrir resquicios
de vida, devuelve la esperanza y hace que sigamos viviendo en el amor de Dios.
Patrizia Mazzola y el equipo
de la Palabra
de Vida
[1] C. LUBICH, Palabra de vida, agosto 1979, en EAD., Palabras de vida/l (1943-1990), Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 147-148.
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