«Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros» (1 Ts 5, 16-18).
Pablo
amaba a la comunidad de Tesalónica, ejemplar por su vida, su testimonio y sus
frutos; les escribe esta carta cuando aún vivían muchos de los contemporáneos
de Jesús que lo habían visto y oído, testigos de su muerte y de su resurrección
y luego de su ascensión; les suplica que se lea a todos (5, 27) Y anota en ella
unas recomendaciones que resume así:
«Estad siempre
alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en
Cristo Jesús, quiere de vosotros».
En
estas apremiantes exhortaciones no se trata solo de qué se espera Dios de
nosotros, sino de cuándo: siempre, constantemente.
Pero
¿se puede mandar que estemos alegres? La vida nos sorprende a todos con
problemas y preocupaciones, con sufrimientos y angustias. Y sin embargo, para
Pablo hay una razón que hace siempre posible «esa alegría» a la que alude. Él
recomienda a los cristianos que se tomen la vida en serio para que Jesús pueda
vivir en ellos con la plenitud que prometió después de su resurrección. Él vive
en la persona que ama, y cualquiera puede adentrarse en el camino del amor con
desapego de sí mismo, con un amor gratuito a los demás, aceptando el apoyo de
sus amigos, manteniendo viva la confianza de que «el amor lo vence todo»[1].
«Estad siempre
alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en
Cristo Jesús, quiere de vosotros».
Dialogar
entre personas de distintas religiones y convicciones lleva a entender aún con
más hondura que rezar es una acción profundamente humana; la oración eleva a la
persona.
Y
¿cómo rezar ininterrumpidamente? El teólogo ortodoxo Evdokimov dice que «no
basta con hacer oración, tener reglas, costumbres; hace falta convertirse en
oración, ser oración encarnada, hacer de nuestra vida una liturgia, rezar con
las cosas del día a día»[2]. Y Chiara
Lubich subraya que «podemos amar [a Dios) como hijos, con el corazón lleno por
el Espíritu Santo de amor y de confianza en nuestro Padre; una confianza que
nos lleva a hablar frecuentemente con Él, a contarle todas nuestras cosas,
nuestros propósitos, nuestros provectos»[3]
Y
hay también un modo de rezar siempre que es accesible a todos: pararse antes de
cada acción y centrar bien la intención con un «Por ti». Es una práctica
sencilla que transforma desde dentro nuestras actividades y nuestra vida entera
en una oración constante.
«Estad siempre
alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en
Cristo Jesús, quiere de vosotros».
Ante
cualquier cosa, dad gracias. Es la actitud que brota libre y sincera del amor
agradecido por Aquel que, silenciosamente, sostiene y acompaña a los
individuos, a los pueblos, la historia y el cosmos. Con gratitud a los demás
que caminan con nosotros, que nos hace conscientes de que no somos
autosuficientes.
Alegrarnos,
orar y dar gracias: tres acciones que nos acercan a ser como Dios nos ve y nos
quiere y enriquecen nuestra relación con Él. Con la confianza de que «el Dios
de la paz os santifique plenamente (1 Ts 5, 23).
Así
nos prepararemos a vivir más profundamente la alegría de la Navidad para hacer
un mundo mejor, para ser tejedores de paz dentro de nosotros, en casa, en el
trabajo, en las plazas. Hoy no hay nada más necesario y urgente.
Victoria
Gómez y el equipo de la Palabra de vida
[1] Publio Virgilio Marón, Églogas, X, 69. Se puede
ver una versión musical del grupo Gen Rosso en: youtube/10zGqA7ZQNO.
[2] P. EVDOKIMOV, "La preghiera di
Gesú», en La novitá dello Spirito, Ancora, Milán 1997.
[3] C. LUBICH, «Construimos en oración», en Construir
el castillo exterior, Ciudad Nueva, Madrid 2004, p. 47.O
No hay comentarios:
Publicar un comentario