“A gusto de Dios”
Hace
ya tiempo me encontré con unos buenos amigos ya mayores en un funeral y cuando
ya estábamos saludándonos después de la misa, le pregunté a ella como estaba.
Era algo más que una pregunta formal, pues estaba pasando unos momentos
complicados de salud, más por la edad que por enfermedad.
Con
esa sonrisa que la caracterizaba, de esto hace ya más de seis o siete años, y
con esa sencillez que hacía aún más personal
su respuesta me dijo: “a gusto de
Dios”. Yo me quedé mirándola sorprendido por la respuesta (me esperaba la retahíla
de dolencias propias de la edad).
Sí,
me dijo, es lo que le contestó un anciano fraile carmelita a un joven novicio
cuando le preguntó que como estaba: -hermano, “a gusto de Dios”-.
Hasta
ese momento siempre me había dicho “que sea lo que Dios quiera”, como una
manera de aceptar la cosas que cada día me presentaba, aunque después de
comparar esa expresión con la de “estar a gusto de Dios”, me parecía que mi
antigua expresión “que sea lo que Dios quiera”, llevaba implícita una
aceptación por mi parte, pero una aceptación resignada: ¡cómo no hay más
remedio! Y no te digo nada del ¡ojalá Dios lo quiera!.
“A gusto de Dios” me parecía tan
novedoso, tan liberador: hacer mía su voluntad, me hacía sentirme bien, muy
bien.
No
sé explicarlo mejor, solo que me hacía sentirme bien. Y era algo real, tangible….
Inexplicable, pero repito: real…
“Estar a gusto de Dios”, el alma está en
calma, sin agitación, tranquila, en paz… está a gusto con Dios… al alma está a
gusto consigo misma, en paz… Siento que con Dios no se pierde el tiempo, todo
es ganancia…
“Estar a gusto de Dios”, el alma se
siente importante, es importante para Dios, siento que le importo de verdad, me
tiene en cuenta, para El soy una prioridad.
No me resulta difícil imaginar al tío Ángel, a
él o a cualquier de sus compañeros, responder a ¿cómo estás? responder con total
confianza “a gusto de Dios” porque
realmente sus almas eran ya propiedad de Dios.
Paco H.