«El Señor es mi pastor, nada me falta» (SaI 23, 1).
El
salmo 23 es uno de los salmos más conocidos y amados. Se trata de un cántico de
confianza que tiene, a la vez, un carácter de profesión de fe gozosa. Quien
reza lo hace como perteneciente al pueblo de Israel, al cual el Señor prometió
por medio de los profetas ser su Pastor. El autor proclama su felicidad
personal por saberse protegido en el Templo (cf. Sal 23, 6), lugar de refugio y
de gracia. Pero, de igual modo, con su experiencia quiere animar a otros a
confiar en la presencia del Señor.
«El Señor es mi pastor,
nada me falta»
La
imagen del pastor y del rebaño es muy querida para toda la literatura bíblica.
Para entenderla bien tenemos que trasladarnos mentalmente a los desiertos
áridos y rocosos de Oriente Próximo. El pastor guía a su rebaño, que se deja
llevar dócilmente, pues sin él se desorientaría y moriría. Las ovejas deben
aprender a confiarse a él, escuchando su voz. Él es sobre todo su compañero de
viaje constante.
«El Señor es mi pastor,
nada me falta»
Este
salmo nos invita a reforzar nuestra relación íntima con Dios y a experimentar
su amor. Habrá quien se pregunte: ¿cómo es posible que el autor llegue a decir
«nada me falta»? Nuestra experiencia de cada día nunca está exenta de problemas
y desafíos: de salud, familiares, de trabajo, etc., sin olvidar los ingentes
sufrimientos que tantas hermanas y hermanos nuestros viven hoy a causa de la
guerra, de las consecuencias del cambio climático, de las migraciones, de la
violencia...
«El Señor es mi pastor,
nada me falta»
Quizá
la clave de lectura esté en el versículo que dice «porque tú vas conmigo» (Sal 23,
4). Se trata de la certeza del amor de un Dios que nos acompaña siempre y nos
lleva a vivir la existencia de un modo distinto. Escribía Chiara Lubich: «Una
cosa es saber que podemos recurrir a un Ser que existe, que tiene piedad de
nosotros y que ha pagado por nuestros pecados, y otra distinta es vivir y
sentirse el centro de las predilecciones de Dios, lo que, en consecuencia,
elimina todo miedo que hace de freno, toda soledad, todo sentido de orfandad y
toda incertidumbre. [...] La persona sabe que es amada y cree con todo su ser
en este amor. A él se abandona confiada y a él lo quiere seguir. Las
circunstancias de la vida, tristes o alegres quedan iluminadas por un motivo de
amor que las ha querido o permitido todas».[1]
«El Señor es mi pastor,
nada me faltan
Pero
quien llevó a cumplimiento esta bellísima profecía es Jesús, que en el
Evangelio de Juan no duda en autodenominarse «el buen Pastor». La relación con
este pastor se caracteriza por un vínculo personal e íntimo: «Yo soy el buen
pastor; y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí» (Jn 10, 14). Él las
conduce a los pastos de su Palabra, que es vida; en particular la Palabra que
contiene el mensaje expresado en el «Mandamiento nuevo», el cual, si se vive,
hace «visible» la presencia del Resucitado en la comunidad reunida en su
nombre, en su amor» (cf Mt 18,20).
Augusto Parody Reyes y
el equipo de la Palabra de vida
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