«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece»
(Mc 4, 26-27).
El
núcleo del mensaje de Jesús es el Reino de Dios, del cual el Evangelio de
Marcos quiere dar la buena noticia. Aquí es anunciado mediante una parábola,
con la imagen del grano que, una vez echado en la tierra, desprende su fuerza
vital y da fruto.
Pero
¿qué es el Reino de Dios para nosotros hoy?, ¿qué tiene en común con nuestra
historia personal y colectiva, constantemente suspendida entre expectativas y
desilusiones? Si este ya está sembrado, ¿por qué no vemos sus frutos de paz, de
seguridad y de felicidad?
«El Reino de Dios es
como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o
de día, el grano brota y crece».
Esta
Palabra nos comunica la confianza total de Jesús en el designio que Dios tiene
sobre la humanidad: «[...] Por Jesús, que vino a la tierra, por su victoria,
este Reino ya está presente en el mundo, y su cumplimiento, que pondrá fin a la
historia, ya está asegurado. La Iglesia es la comunidad de los que creen en
este Reino, y es su comienzo»[1]. A todos
los que la acogen les confía la tarea de preparar el terreno para recibir el
don de Dios y salvaguardar la esperanza en su amor. «[...] De hecho no hay
esfuerzo humano, intento ascético, estudio o investigación intelectual que te
pueda ayudar a entrar en el Reino de Dios. Es el mismo Dios quien viene a tu
encuentro, quien se revela con su luz o te toca con su gracia. Y no hay ningún
mérito del que te puedas vanagloriar o en el que puedas apoyarte para tener
derecho a semejante don de Dios. El Reino se te ofrece gratuitamente»[2] .
«El Reino de Dios es
como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o
de día, el grano brota y crece»
Echar
el grano: no quedárselo para uno mismo, sino sembrarlo con abundancia y
confianza. «De noche o de día»: el Reino crece silenciosamente, incluso en la
oscuridad de nuestras noches.
También
podemos pedir cada día: «Venga tu Reino».
El
grano no requiere un trabajo continuo de supervisión por parte del labrador,
sino más bien la capacidad de esperar con paciencia a que la naturaleza siga su
curso.
Esta
Palabra de vida nos abre a confiar en la fuerza del amor, que da fruto a su
tiempo. Nos enseña el arte de acompañar con paciencia lo que puede crecer por
sí solo, sin ansia por los resultados; nos hace libres para acoger al otro en
el momento presente, valorando su potencial y a la vez respetando sus tiempos.
«[...]
Un mes antes de la boda, nuestro hijo nos llama alarmado para decirnos que su
chica ha vuelto a drogarse. Pide consejo sobre qué hacer. No es fácil responder.
Podríamos aprovechar la oportunidad para convencerlo de que la deje, pero no
nos parece el camino adecuado. Así que le sugerimos que mire bien en su corazón
[...]. Sigue un largo silencio, y luego: “Creo que puedo amar un poco más”:
Después de la boda consiguen encontrar un excelente centro de recuperación con
apoyo ambulatorio. Pasan catorce largos meses, durante los cuales ella consigue
mantener su promesa de «no más drogas». Es un largo camino para todos, pero el
amor evangélico que intentamos tener entre los dos -aun entre lágrimas- nos da
la fuerza de amar a nuestro hijo en esta delicada situación. Un amor que quizá
también lo ayude a entender cómo amar a su mujer»[3].
Letizia Magri y el
equipo de la Palabra de vida
[1] Cf. C. LUBICH, Palabra
de vida, agosto de 1983: EAD., Palabras de Vlda/1 (1943-1990), Madrid 2020, p.
281
[2] C. LUBICH, Palabra de
vida de octubre de 1979: ibid. p. 155.
[3] S. PELLEGRINI, G.
SALERNO, M. CAPORALE, Una transformación silenciosa. Testimonios de familias de
todo el mundo sobre "Amoris laetitia" Madrid 2022, p. 88
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