«Señor,
¡qué bueno es que estemos aquí!» (Mt 17, 4).
Jesús
va hacia Jerusalén con sus discípulos. Al anunciarles que allí tendrá que sufrir,
morir y resucitar, Pedro se rebela, erigiéndose en portavoz del desaliento y la
incomprensión general. Entonces el Maestro lo lleva consigo, junto con Santiago
y Juan, sube a «un monte alto», y allí se aparece a los tres con una luz nueva y
extraordinaria: su rostro «se puso brillante como el sol» y con él conversan
Moisés y el profeta Elías. El Padre mismo hace oír su voz desde una nube
luminosa y los invita a escuchar a Jesús, su Hijo amado. Ante esta sorprendente
experiencia, Pedro no quisiera irse de allí, y exclama:
«Señor, ¡qué
bueno es que estemos aquí!»
Jesús
ha invitado a sus amigos más íntimos a vivir una experiencia inolvidable, a fin
de que la guarden siempre dentro de ellos.
Tal
vez también nosotros hayamos experimentado con estupor y emoción la presencia y
la acción de Dios en nuestra vida en momentos de alegría, paz y luz que
desearíamos que no tuviesen fin. Son momentos que en muchos casos vivimos con
otros o gracias a otros, pues el amor recíproco atrae la presencia de Dios, ya
que, como prometió Jesús, «donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). A veces, en estos momentos de
intimidad, Él nos hace vernos a nosotros mismos y leer los acontecimientos a
través de su mirada.
Estas
experiencias se nos dan para tener la fuerza de afrontar las dificultades,
pruebas y penalidades que encontramos por el camino, teniendo en el corazón la
certeza de que Dios nos mira, que nos ha llamado a formar parte de la historia
de la salvación.
De
hecho, una vez que han descendido del monte, los discípulos irán juntos a
Jerusalén, donde los espera una muchedumbre llena de esperanza pero también
peligros, enfrentamientos, rechazo y sufrimientos. Allí «serán dispersados y
enviados a los confines de la tierra para ser testigos de nuestra morada
definitiva, el Reino» de Dios[1].
Podrán
comenzar a construir ya en esta tierra la casa de Dios entre los hombres,
porque en el monte han estado con Jesús «en casa».
«Señor, ¡qué bueno
es que estemos aquí!»
«Levantaos,
no tengáis miedo» (Mt 17, 7) es la invitación de Jesús al término de esta
extraordinaria experiencia, que también nos dirige a nosotros. Como discípulos
y amigos suyos, podemos afrontar con valentía lo que nos espera.
Así
le sucedió a Chiara Lubich. Tampoco ella habría querido volver a la vida de
todos los días después de un período de vacaciones tan lleno de luz que fue
denominado «el paraíso de 1949» por la percepción de la presencia de Dios en la
pequeña comunidad con la que estaba transcurriendo un tiempo de descanso y por
una extraordinaria contemplación de los misterios de la fe. Volvió, y con un
nuevo empuje, porque entendió que justamente por aquella experiencia de
iluminación debía «descender del monte» y ponerse a trabajar como instrumento
de Jesús en la realización de su Reino, inyectando su amor y su luz
precisamente donde faltaban, y afrontando además penalidades y sufrimientos.
«Señor, ¡qué bueno
es que estemos aquí!»
En
cambio, cuando echemos a faltar la luz, volvamos con el corazón y con la mente
a los momentos en que el Señor nos ha iluminado. Y si no hemos experimentado su
cercanía, busquémosla. Será necesario hacer el esfuerzo de «subir al monte»
para ir a su encuentro en los prójimos, adorarlo en nuestras iglesias y también
para contemplarlo en la belleza de la naturaleza.
Porque,
para nosotros, Él siempre está: basta con que caminemos con Él y que, haciendo
silencio, nos pongamos humildemente a la escucha, como Pedro, Juan y Santiago (ct.
Mt 17, 6).
SILVANO MAUNI y el equipo de la
Palabra de Vida
[1] T.
RADCLlFFE, OP, Segunda meditación a los participantes en la Asamblea General
del Sínodo de los Obispos, Sacrofano 1-10-2023
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