sábado, 1 de noviembre de 2025

PALABRA DE VIDA DE NOVIEMBRE DE 2025

«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

La imagen es de Fano, tomada de la red

Según un observatorio creado por tres universidades italianas, en un año ha habido más de un millón de mensajes de odio en la red, y cada vez son más violentos los dirigidos a extranjeros, a judíos y sobre todo a mujeres.

No podemos generalizar, pero cada uno de nosotros ha experimentado en la familia, en el trabajo, en el deporte, etc. comportamientos conflictivos y rivalidades que ponen en peligro la convivencia social. Además, en el mundo hay 56 conflictos armados, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial, con muchísimas víctimas civiles.

Con este panorama, resuenan más provocadoras que nunca las palabras de Jesús:

«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».

«Todo pueblo y toda persona tiene un profundo anhelo de paz, de concordia y de unidad. Pero a pesar de los esfuerzos y la buena voluntad, después de milenios de historia nos vemos incapaces de mantener una paz estable y duradera. Jesús vino a traernos una paz que no es como la que "da el mundo" (Jn 14, 27), porque esta no es solo ausencia de guerra, de luchas, divisiones y traumas. Su paz es mucho más: es plenitud de vida y de alegría, es salvación integral de la persona, es libertad, justicia y fraternidad en el amor entre todos los pueblos»[1].

En el discurso de la montaña (Mt 5-7), Jesús se dirige a sus discípulos para instruirlos. Hay que señalar que las ocho bienaventuranzas están en plural: es decir, no se pone el acento en un comportamiento individual o en virtudes personales, sino en una ética que se practica en grupo.

«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».

¿Quiénes son los que trabajan por la paz? «El amor es por naturaleza creativo [...], busca la reconciliación a cualquier precio. Son llamados hijos de Dios quienes han aprendido el arte de la paz y lo practican, quienes saben que no hay reconciliación sin dar la vida y que hay que buscar la paz siempre y en cualquier caso. [...] No se trata de una obra autónoma fruto de las capacidades que uno tiene: es una manifestación de la gracia que hemos recibido de Cristo, que es nuestra paz, que nos ha hecho hijos de Dios»[2].

«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».

¿Cómo vivir esta palabra? Difundiendo por todas partes el amor verdadero. Luego, interviniendo cuando la paz esté amenazada en nuestro entorno. A veces basta escuchar a las partes enfrentadas con amor, hasta el fondo, para ver una salida.

Además, no nos rendiremos mientras no se restablezcan las relaciones interrumpidas. Podríamos poner en marcha iniciativas concretas para crear una mayor conciencia de paz. Hay miles de propuestas en esta dirección: marchas, conciertos, encuentros; y también el voluntariado activa una corriente de generosidad que construye la paz.

Hay programas de educación a la paz, como Living Peace[3] Más de 2.600 colegios y grupos se adhieren a este proyecto, y más de dos millones de niños, jóvenes y adultos de todo el mundo participan en sus iniciativas: entre ellas, el «dado de la paz» -inspirado en el arte de amar de Chiara Lubich[4]-, en cuyas caras hay escritas frases que ayudan a construir relaciones de paz; y otra iniciativa es el Time-out: cada día a las 12.00 se hace un minuto de silencio, de reflexión o de oración por la paz.

Augusto Parodi y el equipo de la Palabra de Vida



[1] C. Lubich, Palabra de vida de enero de 2004, en Ciudad Nueva n. 405 (1/2004), 22.

[2] Francisco, Audiencia general, 15-4-2020: La ley de Dios. Catequesis sobre los mandamientos y las bienaventuranzas, Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 155-156.

[4] C. Lubich, El arte de amar, Ciudad Nueva, Madrid 2006, 20122

domingo, 5 de octubre de 2025

PALABRA DE VIDA DE OCTUBRE DE 2025.

 «Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 121,2).

¿Quién no ha sentido alguna vez en la vida que no puede más?

Es lo que le pasa al autor del salmo 121, que pasa por circunstancias difíciles y se pregunta de dónde le puede venir la ayuda que necesita.

La respuesta es la afirmación de su fe en Dios, en quien confía. La convicción con la que habla del Señor, que vela y protege a cada uno y a todo el pueblo, expresa una certeza que parece nacer de una profunda experiencia personal.

«Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

En efecto, el resto del salmo es el anuncio de un Dios poderoso y amoroso que ha creado todo lo que existe y lo protege día y noche. El Señor «no deja titubear tu pie, no duerme tu guardián» (Sal 121,3), afirma el salmista, deseoso de convencer a quien lo lea.

Envuelto en dificultades, el autor ha levantado los ojos (cf v. 1), ha buscado dónde agarrarse fuera de sí y de su entorno más inmediato y ha encontrado una respuesta.

Ha experimentado que la ayuda viene de aquel que ha pensado y dado vida a cada criatura y sigue sosteniéndola en todo momento, sin abandonarla nunca (cf. v. 8).

Cree firmemente en este Dios que vela noche y día sobre el pueblo entero -es «el guardián de Israel» (v. 4), hasta tal punto que no puede dejar de comunicarlo a los demás.

«Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

En los momentos de incertidumbre, angustia y vacilación, Dios quiere que creamos en su amor y nos pide un acto de confianza. [...] quiere que aprovechemos estas penosas circunstancias para demostrarle que creemos en su amor. Lo cual significa tener fe en que él es nuestro Padre y piensa en nosotros. Arrojar en él todas nuestras preocupaciones. Cargarlas sobre él»[1].

Pero ¿de qué modo nos llega a cada uno la ayuda que viene de Dios?

La Escritura narra muchos episodios en los que esto se concreta a través de la acción de hombres y mujeres -como Moisés, Elías, Eliseo o Ester- llamados a ser instrumentos de la solicitud de Dios por el pueblo o por alguna persona en particular.

También nosotros, si «levantamos la mirada», reconoceremos la acción de personas que, conscientemente o no, acuden en nuestra ayuda, y estaremos agradecidos a Dios, de quien procede en última instancia todo bien (Él ha creado el corazón de cada uno) y podremos testimoniarlo a los demás.

Por supuesto, es difícil darse cuenta de ello si estamos encerrados en nosotros mismos y si, en los momentos difíciles, pensamos en cómo salir adelante solo con nuestras fuerzas.

En cambio, cuando nos abrimos, miramos alrededor y levantamos los ojos, descubrimos que también nosotros podemos ser instrumentos de Dios que se ocupa de sus hijos. Nos damos cuenta de las necesidades de los demás y podemos ser una ayuda preciosa para otros.

«Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

Cuenta Roger, de Costa Rica: «Un sacerdote que conocía me anunció que iba a venir a verme una persona para recoger unos pañales para adultos que le había ofrecido el grupo solidario del que formo parte, sabiendo que un parroquiano suyo los necesitaba. Mientras lo esperaba, vi pasar por delante a una vecina que estaba pasando por una situación muy difícil, y le di los últimos siete huevos que tenía, y otras cosas de comer. Se quedó sorprendida porque no tenía nada para comer, ni ella, ni su marido ni sus hijos. Le recordé la invitación de Jesús: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7), subrayando que él está atento a nuestras necesidades. Volvió a casa feliz y agradecida a Dios.

Por la tarde llegó a casa la persona enviada por el sacerdote. Le ofrecí un café. Era camionero, y hablando, le pregunté qué transportaba. «Huevos», me dijo, y me regaló 32».

Silvano Malini y el equipo de la Palabra de Vida

 

Palabra de Vida se traduce a más de 90 lenguas e idiomas y se difunde por correo, prensa, radio, televisión e internet. En la página web del Movimiento de los Focolares se encuentra publicada junto con testimonios que son fruto de ponerla en práctica. También promueve con sus contenidos el diálogo sobre la base de la fraternidad. Se puede acceder a través de este enlace https://.www.focolares.es/



[1] C. LUBICH, Conexión CH, 26-3-1987: Buscando las cosas de arriba, Ciudad Nueva, Madrid 1993, p. 31.

lunes, 1 de septiembre de 2025

PALABRA DE VIDA DE SEPTIEMBRE DE 2025

 «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido» (Lc 15,6).

La imagen es de Fano

En el Antiguo Testamento, los pastores contaban las ovejas al volver de los campos, dispuestos a buscar a la que se hubiese perdido. Incluso se internaban en el desierto de noche con tal de encontrar a las ovejas descarriadas.

Esta parábola es una historia de pérdida y hallazgo que pone en el primer plano el amor del pastor. Este se da cuenta de que falta una oveja, la busca, la encuentra y se la carga a hombros porque está debilitada y asustada, quizá herida, y no es capaz de seguir al pastor por sí sola. Es él quien la lleva a resguardo y, por último, lleno de alegría, invita a sus vecinos a celebrarlo con él.

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».

Los temas recurrentes de este relato podemos resumirlos en tres verbos: perderse, encontrar y celebrar.

Perderse. La buena noticia es que el Señor va a buscar a quien se extravía. Muchas veces nos perdemos en los desiertos cercanos, o en los que nos vemos obligados a vivir, o en los que nos refugiamos; son los desiertos del abandono, de la marginación, de la pobreza, de las incomprensiones, de la falta de unidad. El Pastor nos busca también allí, y aunque lo perdamos de vista, él nos encontrará siempre.

Encontrar. Intentemos imaginarnos la escena de la afanosa búsqueda por parte del pastor en el desierto. Es una imagen que impacta por su fuerza expresiva. Podemos entender la alegría tanto del pastor como de la oveja. El encuentro entre ambos devuelve a la oveja la sensación de seguridad por haberse librado del peligro. Por tanto, el encontrar es un acto de misericordia divina.

Celebrar. Él reúne a sus amigos para celebrarlo, porque quiere compartir su alegría, tal como ocurre en las otras dos parábolas que siguen a esta, la de la moneda perdida y la del padre misericordioso (cf. Lc 15, 8 y 15, 11). Jesús quiere que entendamos la importancia de participar de la alegría con todos y nos inmuniza contra la tentación de juzgar al otro. Todos somos personas encontradas.

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido»,

Esta Palabra de vida es una invitación a ser agradecidos por la misericordia que Dios tiene con todos nosotros personalmente. El hecho de alegrarnos, de gozar juntos, nos presenta una imagen de la unidad donde no hay contraposición entre justos y pecadores, sino que los unos participamos en la alegría de los otros.

Escribe Chiara Lubich: «Es una invitación a comprender el corazón de Dios, a creer en su amor. Inclinados como estamos a calcular y a medir, a veces creemos que el amor de Dios por nosotros también podría llegar a cansarse […] La lógica de Dios no es como la nuestra. Dios nos espera siempre; es más, le damos una inmensa alegría cada vez que volvemos a Él, aunque se tratase de un número infinito de veces»[1].

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».

A veces podemos ser nosotros los pastores, los que cuidamos unos de otros y vamos con amor en busca de quienes se han alejado de nosotros, de nuestra amistad, de nuestra comunidad, a buscar a los marginados, a quienes están perdidos, a los pequeños, aquellos que las pruebas de la vida han apartado a los márgenes de nuestra sociedad.

Nos cuenta una educadora: «Había varios alumnos que venían a clase esporádicamente. Durante mis horas libres solía ir por el mercado que está al lado de la escuela, esperando encontrarlos en ese lugar, porque me había enterado de que trabajaban allí para sacarse un dinero. Un día por fin los vi, y ellos se quedaron asombrados de que hubiese ido personalmente a buscarlos, y les impactó ver lo importantes que eran para toda la comunidad educativa. Desde entonces empezaron a venir regularmente a clase y fue en verdad una fiesta para todos».

Patrizia Mazzola y el equipo de la Palabra de Vida

Palabra de Vida se traduce a más de 90 lenguas e idiomas y se difunde por correo, prensa, radio, televisión e internet. En la página web del Movimiento de los Focolares se encuentra publicada junto con testimonios que son fruto de ponerla en práctica. También promueve con sus contenidos el diálogo sobre la base de la fraternidad. Se puede acceder a través de este enlace https://.www.focolares.es/



[1] C. Lubich, Palabra de vida de septiembre de 1986: Palabras de Vida/1 (1943-1990) (ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 387-388.

viernes, 1 de agosto de 2025

PALABRA DE VIDA DE AGOSTO DE 2025 .

 «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» 

(Lc 12, 34).

El evangelista Lucas refiere esta enseñanza de Jesús y nos lo muestra con sus discípulos camino de Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección. Por el camino se dirige a ellos llamándolos «pequeño rebaño» (Lc 12, 32), Y les confía lo que tiene en el corazón, las disposiciones profundas de su ánimo. Entre estas, el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y la vigilancia interior, el esperar activamente el Reino de Dios.

En los versículos anteriores, Jesús los anima a desprenderse de todo, hasta de la vida, y a no angustiarse por las necesidades materiales, porque el Padre sabe lo que necesitan. En lugar de eso los invita a buscar el Reino de Dios y los alienta a acumular «un tesoro inagotable en los cielos» (Le 12, 33). Ciertamente, no es que Jesús exhorte a la pasividad ante las cosas terrenas, a una conducta irresponsable en el trabajo; lo que quiere es quitarnos la ansiedad, la inquietud, el miedo.

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

Aquí, corazón se refiere al centro unificador de la persona, que da sentido a todo lo que vive; es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. En general indica las intenciones verdaderas, lo que uno piensa, cree y quiere realmente. El tesoro es lo que para nosotros tiene más valor, es decir, nuestra prioridad, lo que creemos que da seguridad al presente y al futuro.

Afirma el papa Francisco: «Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Solo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas»[1]. Pero en lo más íntimo de toda mujer y de todo hombre hay una búsqueda apremiante de esa felicidad verdadera que no defrauda y que ningún bien material puede saciar.

Escribía Chiara Lubich: «Sí, existe lo que buscas; hay en tu corazón un anhelo infinito e inmortal; una esperanza que no muere; una fe que traspasa las tinieblas de la muerte y es luz para aquellos que creen: ¡no en vano esperas y crees! ¡No en vano! Tú esperas y crees para Amar»[2].

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

Esta Palabra nos invita a hacer un examen de conciencia: ¿cuál es mi tesoro, lo que más me importa? Este puede adquirir diversos matices, como el estatus económico, pero también la fama, el éxito, el poder. La experiencia nos dice que hace falta volver continuamente a la vida verdadera, la que no pasa, la vida radical y exigente del amor evangélico:

«Para un cristiano no basta con ser bueno, misericordioso, humilde, manso, paciente ... Debe tener por los hermanos la caridad que nos enseñó Jesús. [...] Porque la caridad no es estar dispuesto a dar la vida. Es dar la vida»[3].

A cada prójimo que se nos cruza durante el día (en la familia, en el trabajo, por todas partes) debemos amarlo con esta medida. Y así vivimos sin pensar en nosotros, sino pensando en los demás, viviendo los demás, y experimentamos una libertad verdadera.

Augusto Parody Reyes y el equipo de la Palabra de Vida

 



[1] FRANCISCO, encíclica Dilexit nos, 218.

[2] C. Lubich, «Existe lo que buscas». Carta de Junio de 1944: El primer amor. Cartas de los inicios (1943-/949), Ciudad Nueva, Madrid 2011, p. 54.

[3] Cf. Ead., conexión telefónica 6-1 2-1 984: Juntos en camino, Ciudad Nueva, Buenos Aires 1988, pp. 48-49.

martes, 1 de julio de 2025

PALABRA DE VIDA DE JULIO DE 2025.

 «Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión» (Lc 10, 33).

Martine viaja en metro en una gran ciudad europea. Todos los pasajeros están concentrados en su móvil. Conectados virtualmente, pero en realidad atrapados en el aislamiento. Se pregunta: «¿Es que ya no somos capaces de mirarnos a los ojos?».

Es una experiencia común, sobre todo en las sociedades ricas de bienes materiales pero cada vez más pobres de relaciones humanas. Y sin embargo, el Evangelio vuelve siempre con su propuesta original y creativa, capaz de «hacer nuevas todas las cosas» (cf. Ap 21, 5).

En el largo diálogo con el doctor de la Ley que le pregunta qué hacer para heredar la vida eterna (cf, Lc 10, 25-37), Jesús le responde con la famosa parábola del buen samaritano: un sacerdote y un levita, figuras relevantes de la sociedad de aquel tiempo, ven al borde del camino a un hombre agredido por unos salteadores, pero pasan de largo.

«Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión».

Al doctor de la Ley, que conoce bien el mandamiento divino del amor al prójimo (cf. Dt 6, 5; Lv 19, 18), Jesús le pone como ejemplo un extranjero considerado cismático y enemigo: este ve al caminante herido y tiene compasión, un sentimiento que nace de dentro, del interior del corazón humano. Entonces interrumpe su viaje, se acerca a él y lo cuida.

Jesús sabe que toda persona humana está herida por el pecado, y esta es precisamente su misión: curar los corazones con la misericordia y el perdón gratuito de Dios, para que sean a su vez capaces de acercarse y compartir. «[…] Para aprender a ser misericordiosos como el Padre, perfectos como Él, tenemos que fijarnos en Jesús, revelación plena del amor del Padre. […] el amor es el valor absoluto que da sentido a todo lo demás, […] que encuentra su más alta expresión en la misericordia. Una misericordia que ayuda a ver siempre nuevas a las personas con las que vivimos cada día, en la familia, en clase o en el trabajo, sin recordar ya sus defectos ni sus errores; que nos ayuda no solo a no juzgar, sino a perdonar las ofensas sufridas. Incluso a olvidarlas»[1]

«Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión».

La respuesta final y decisiva se expresa con una clara invitación: «Vete y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37). Es lo que Jesús repite a cualquiera que acoja su Palabra: hacerse prójimos, tomando la iniciativa de tocar las heridas de las personas con las que nos cruzamos cada día en los caminos de la vida.

Para vivir la proximidad evangélica, pidamos ante todo a Jesús que nos cure de la ceguera de los prejuicios y la indiferencia, que nos impide ver más allá de nosotros mismos.

Luego, aprendamos del Samaritano su capacidad de compasión, que lo empuja a poner en juego su misma vida. Imitemos su prontitud en dar el primer paso hacia el otro y la disponibilidad a escucharlo, a hacer nuestro su dolor, sin juicios y sin la preocupación de estar «perdiendo el tiempo».

Esa es la experiencia de una joven coreana: «Traté de ayudar a un adolescente que no era de mi cultura y al que no conocía bien. Y sin embargo, aunque no sabía qué hacer ni cómo, me armé de valor y lo hice. Y con sorpresa me di cuenta de que, al prestar esa ayuda, yo misma me sentí curada de mis heridas interiores».

Esta Palabra nos ofrece la clave para practicar el humanismo cristiano: nos hace conscientes de nuestra humanidad compartida, en la que se refleja la imagen de Dios, y nos enseña a superar con valentía la categoría de la cercanía física y cultural. Desde esta perspectiva es posible ampliar las fronteras del nosotros hasta el horizonte del todos y recobrar los fundamentos mismos de la vida social.

Letizia Magri y el equipo de la Palabra de vida

 

Palabra de Vida se traduce a más de 90 lenguas e idiomas y se difunde por correo, prensa, radio, televisión e internet En la página web del Movimiento de los Focolares se encuentra publicada junto con testimonios que son fruto de ponerla en práctica. También promueve con sus contenidos el diálogo sobre la base de la fraternidad. Se puede acceder a través de este enlace https//www.focolares.es/



[1] C. Lubich, Palabra de vida de junio de 2002: Ciudad Nueva n. 388 (2002/6), p. 17.

domingo, 1 de junio de 2025

PALABRA DE VIDA DE JUNIO DE 2025

 «Dadles vosotros de comer» (Lc 9, 13).

Estamos en un lugar solitario cerca de Betsaida, en Galilea. Jesús está hablando del Reino a la muchedumbre. El maestro había ido allí con los apóstoles para que descansasen después de su larga misión por aquella región, en la que habían predicado la conversión «anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes» (Lc 9, 6). Cansados, pero con el corazón rebosante, contaban lo que habían vivido.

Sin embargo, la gente se entera y acude. Jesús acoge a todos: escucha, habla, cuida. La muchedumbre aumenta. Se acerca la noche y empiezan a tener hambre. Los apóstoles se dan cuenta y le proponen al maestro una solución lógica y realista: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida». Después de todo, Jesús ya había hecho mucho... Pero Él les responde:

«Dadles vosotros de comer».

Se quedan desconcertados. Es impensable: solo tienen cinco panes y dos peces para varios miles de personas; no es posible encontrar lo necesario en la pequeña Betsaida, y tampoco tendrían dinero para comprarlo.

Jesús quiere abrirles los ojos. Conmovido por las necesidades y los problemas de las personas, se dispone a dar una solución. Y lo hace partiendo de la realidad y valorando lo que hay. Es cierto, lo que tienen es poco, pero les encomienda una misión: ser instrumentos de la misericordia de Dios, que piensa en sus hijos. El Padre interviene, y sin embargo, los necesita.

El milagro requiere nuestra iniciativa y nuestra fe, que de ese modo crecerá.

«Dadles vosotros de comer».

Así pues, a la objeción de los apóstoles, Jesús responde ocupándose, pero les pide que hagan su parte, aunque sea pequeña. No la desdeña. No resuelve el problema en lugar de ellos. El milagro sucede, pero requiere que participen con todo lo que tienen, con lo que han podido conseguir y han puesto a disposición de Jesús para todos. Esto implica algún sacrificio y confianza en Él.

El maestro parte de la situación para enseñarnos a ocupamos, juntos, los unos de los otros. Ante las necesidades de los demás no valen excusas («no nos compete»; «no puedo hacer nada»; «tienen que apañarse, como hacemos todos» ...). En la sociedad que Dios ha pensado, son bienaventurados quienes dan de comer a los hambrientos, quienes visten a los pobres y van a ver a quienes lo necesitan (cf. Mt 25, 35-40).

«Dadles vosotros de comer».

La narración de este episodio nos recuerda la imagen del banquete que describe el libro de Isaías, un banquete que Dios mismo ofrece a todas las gentes, cuando Él «enjugará las lágrimas de todos los rostros» (/s 25, 8). Jesús manda que se sienten en grupos de cincuenta, como en las grandes ocasiones. Siendo Hijo, se comporta como el Padre, lo cual subraya su divinidad.

Él mismo lo dará todo hasta hacerse alimento por nosotros en la Eucaristía, el nuevo banquete de la comunión.

Ante tantas necesidades como surgieron en la pandemia del covid-19, la comunidad de los Focolares de Barcelona creó un grupo a través de las redes sociales en el que comparten las necesidades y ponen en común bienes y recursos. Y es impresionante ver cómo circulan muebles, alimentos, medicinas, electrodomésticos... Porque «solos podemos hacer poco -dicen-, pero juntos se puede hacer mucho». Aún hoy, el grupo Fent família contribuye a que nadie entre ellos pase necesidad, como en las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 4, 34).

Silvano Malini y el equipo de la Palabra de vida

lunes, 5 de mayo de 2025

PALABRA DE VIDA DE MAYO DE 2025 .

 «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21, 17).

La imagen es FANO, tomada de la red

El último capítulo del Evangelio de Juan nos lleva a Galilea, al lago de Tiberíades. Después de la muerte de Jesús, Pedro, Juan y otros discípulos han vuelto a su trabajo de pescadores, pero por desgracia la noche no ha sido fructífera.

El Resucitado se manifiesta allí por tercera vez y los exhorta a echar de nuevo las redes, y esta vez recogen muchos peces. Luego los invita a compartir la comida en la orilla. Pedro y los demás lo han reconocido, pero no se atreven a dirigirle la palabra.

Entonces Jesús le pregunta a Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que estos?». Por tres veces Jesús renueva la llamada solemne a Pedro (cf. Mt 16, 18-19) para cuidar de sus ovejas, de las que Él mismo es el Pastor (Jn 10, 14). Pedro sabe que ha fallado, y responde con humildad: «Tú sabes que te quiero».

Durante todo el diálogo, Jesús no le echa en cara su traición, no se explaya subrayando el error. Se acerca a él mostrándole sus posibilidades, lo introduce en su dolorosa herida para sanarla con su amistad. Lo único que pide es reconstruir la relación con confianza recíproca.

Y la respuesta de Pedro es un acto de consciencia de su debilidad y, al mismo tiempo, de confianza ilimitada en el amor acogedor de su Maestro y Señor:

«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».

También a nosotros Jesús nos hace la misma pregunta: ¿me amas? ¿Quieres ser mi amigo?

Él lo sabe todo: conoce los dones que hemos recibido de Él y también nuestras debilidades y heridas, a veces sangrantes. Aun así renueva su confianza, no en nuestras fuerzas, sino en la amistad con Él.

En esta amistad Pedro encontrará el valor de testimoniar el amor a Jesús hasta dar la vida.

«Momentos de debilidad, de frustración y de desaliento tenemos todos: [...] adversidades, situaciones dolorosas, enfermedades, muertes, pruebas interiores, incomprensiones, tentaciones, fracasos [...] Precisamente quien se siente incapaz de superar ciertas pruebas que se abaten sobre el cuerpo y sobre el alma, y por eso no puede contar con sus fuerzas, está en condiciones de fiarse de Dios. Y Él [...] interviene. Donde Él actúa, obra cosas grandes, que parecen más grandes precisamente porque brotan de nuestra pequeñez»[1].

Podemos presentarnos a Dios tal como somos y pedir su amistad, que cura. Abandonándonos en su misericordia podremos volver a la intimidad con el Señor y reanudar el camino con Él.

«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».

Esta Palabra de vida puede convertirse en oración personal, en nuestra respuesta para encomendarnos a Dios con nuestras pocas fuerzas y darle las gracias por los signos de su amor:

«[...] Te quiero porque has entrado en mi vida más que el aire en mis pulmones, más que la sangre en mis venas. Has entrado donde nadie podía entrar, cuando nadie podía ayudarme, cada vez que nadie podía consolarme. [...] Concédeme estarte agradecida -al menos un poco- durante el tiempo que me queda, por este amor que has derramado sobre mí y que me ha obligado a decirte: te quiero»[2].

También en nuestras relaciones familiares, sociales y eclesiales podemos aprender el estilo de Jesús: amar a todos, ser los primeros en amar, «lavar los pies» (cf. Jn 13, 14) a nuestros hermanos, sobre todo a los más pequeños y frágiles. Aprenderemos a acoger a cada uno con humildad y paciencia, sin juzgar, abiertos a pedir y recibir el perdón, para comprender juntos cómo caminar en la vida unos al lado de otros.

 

Letizia Magri y el equipo de la Palabra de Vida



[1] C. Lubich, Palabra de vida de julio de 2000: Ciudad Nueva n. 367 (2000/7), p. 24.

[2] C. Lubich, «Gratitud», en Pensamientos (1961): Escritos espirituales/1, Ciudad Nueva, Madrid 1995, pp. 156-157.