lunes, 1 de septiembre de 2025

PALABRA DE VIDA DE SEPTIEMBRE DE 2025

 «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido» (Lc 15,6).

La imagen es de Fano

En el Antiguo Testamento, los pastores contaban las ovejas al volver de los campos, dispuestos a buscar a la que se hubiese perdido. Incluso se internaban en el desierto de noche con tal de encontrar a las ovejas descarriadas.

Esta parábola es una historia de pérdida y hallazgo que pone en el primer plano el amor del pastor. Este se da cuenta de que falta una oveja, la busca, la encuentra y se la carga a hombros porque está debilitada y asustada, quizá herida, y no es capaz de seguir al pastor por sí sola. Es él quien la lleva a resguardo y, por último, lleno de alegría, invita a sus vecinos a celebrarlo con él.

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».

Los temas recurrentes de este relato podemos resumirlos en tres verbos: perderse, encontrar y celebrar.

Perderse. La buena noticia es que el Señor va a buscar a quien se extravía. Muchas veces nos perdemos en los desiertos cercanos, o en los que nos vemos obligados a vivir, o en los que nos refugiamos; son los desiertos del abandono, de la marginación, de la pobreza, de las incomprensiones, de la falta de unidad. El Pastor nos busca también allí, y aunque lo perdamos de vista, él nos encontrará siempre.

Encontrar. Intentemos imaginarnos la escena de la afanosa búsqueda por parte del pastor en el desierto. Es una imagen que impacta por su fuerza expresiva. Podemos entender la alegría tanto del pastor como de la oveja. El encuentro entre ambos devuelve a la oveja la sensación de seguridad por haberse librado del peligro. Por tanto, el encontrar es un acto de misericordia divina.

Celebrar. Él reúne a sus amigos para celebrarlo, porque quiere compartir su alegría, tal como ocurre en las otras dos parábolas que siguen a esta, la de la moneda perdida y la del padre misericordioso (cf. Lc 15, 8 y 15, 11). Jesús quiere que entendamos la importancia de participar de la alegría con todos y nos inmuniza contra la tentación de juzgar al otro. Todos somos personas encontradas.

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido»,

Esta Palabra de vida es una invitación a ser agradecidos por la misericordia que Dios tiene con todos nosotros personalmente. El hecho de alegrarnos, de gozar juntos, nos presenta una imagen de la unidad donde no hay contraposición entre justos y pecadores, sino que los unos participamos en la alegría de los otros.

Escribe Chiara Lubich: «Es una invitación a comprender el corazón de Dios, a creer en su amor. Inclinados como estamos a calcular y a medir, a veces creemos que el amor de Dios por nosotros también podría llegar a cansarse […] La lógica de Dios no es como la nuestra. Dios nos espera siempre; es más, le damos una inmensa alegría cada vez que volvemos a Él, aunque se tratase de un número infinito de veces»[1].

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».

A veces podemos ser nosotros los pastores, los que cuidamos unos de otros y vamos con amor en busca de quienes se han alejado de nosotros, de nuestra amistad, de nuestra comunidad, a buscar a los marginados, a quienes están perdidos, a los pequeños, aquellos que las pruebas de la vida han apartado a los márgenes de nuestra sociedad.

Nos cuenta una educadora: «Había varios alumnos que venían a clase esporádicamente. Durante mis horas libres solía ir por el mercado que está al lado de la escuela, esperando encontrarlos en ese lugar, porque me había enterado de que trabajaban allí para sacarse un dinero. Un día por fin los vi, y ellos se quedaron asombrados de que hubiese ido personalmente a buscarlos, y les impactó ver lo importantes que eran para toda la comunidad educativa. Desde entonces empezaron a venir regularmente a clase y fue en verdad una fiesta para todos».

Patrizia Mazzola y el equipo de la Palabra de Vida

Palabra de Vida se traduce a más de 90 lenguas e idiomas y se difunde por correo, prensa, radio, televisión e internet. En la página web del Movimiento de los Focolares se encuentra publicada junto con testimonios que son fruto de ponerla en práctica. También promueve con sus contenidos el diálogo sobre la base de la fraternidad. Se puede acceder a través de este enlace https://.www.focolares.es/



[1] C. Lubich, Palabra de vida de septiembre de 1986: Palabras de Vida/1 (1943-1990) (ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 387-388.

viernes, 1 de agosto de 2025

PALABRA DE VIDA DE AGOSTO DE 2025 .

 «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» 

(Lc 12, 34).

El evangelista Lucas refiere esta enseñanza de Jesús y nos lo muestra con sus discípulos camino de Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección. Por el camino se dirige a ellos llamándolos «pequeño rebaño» (Lc 12, 32), Y les confía lo que tiene en el corazón, las disposiciones profundas de su ánimo. Entre estas, el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y la vigilancia interior, el esperar activamente el Reino de Dios.

En los versículos anteriores, Jesús los anima a desprenderse de todo, hasta de la vida, y a no angustiarse por las necesidades materiales, porque el Padre sabe lo que necesitan. En lugar de eso los invita a buscar el Reino de Dios y los alienta a acumular «un tesoro inagotable en los cielos» (Le 12, 33). Ciertamente, no es que Jesús exhorte a la pasividad ante las cosas terrenas, a una conducta irresponsable en el trabajo; lo que quiere es quitarnos la ansiedad, la inquietud, el miedo.

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

Aquí, corazón se refiere al centro unificador de la persona, que da sentido a todo lo que vive; es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. En general indica las intenciones verdaderas, lo que uno piensa, cree y quiere realmente. El tesoro es lo que para nosotros tiene más valor, es decir, nuestra prioridad, lo que creemos que da seguridad al presente y al futuro.

Afirma el papa Francisco: «Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Solo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas»[1]. Pero en lo más íntimo de toda mujer y de todo hombre hay una búsqueda apremiante de esa felicidad verdadera que no defrauda y que ningún bien material puede saciar.

Escribía Chiara Lubich: «Sí, existe lo que buscas; hay en tu corazón un anhelo infinito e inmortal; una esperanza que no muere; una fe que traspasa las tinieblas de la muerte y es luz para aquellos que creen: ¡no en vano esperas y crees! ¡No en vano! Tú esperas y crees para Amar»[2].

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

Esta Palabra nos invita a hacer un examen de conciencia: ¿cuál es mi tesoro, lo que más me importa? Este puede adquirir diversos matices, como el estatus económico, pero también la fama, el éxito, el poder. La experiencia nos dice que hace falta volver continuamente a la vida verdadera, la que no pasa, la vida radical y exigente del amor evangélico:

«Para un cristiano no basta con ser bueno, misericordioso, humilde, manso, paciente ... Debe tener por los hermanos la caridad que nos enseñó Jesús. [...] Porque la caridad no es estar dispuesto a dar la vida. Es dar la vida»[3].

A cada prójimo que se nos cruza durante el día (en la familia, en el trabajo, por todas partes) debemos amarlo con esta medida. Y así vivimos sin pensar en nosotros, sino pensando en los demás, viviendo los demás, y experimentamos una libertad verdadera.

Augusto Parody Reyes y el equipo de la Palabra de Vida

 



[1] FRANCISCO, encíclica Dilexit nos, 218.

[2] C. Lubich, «Existe lo que buscas». Carta de Junio de 1944: El primer amor. Cartas de los inicios (1943-/949), Ciudad Nueva, Madrid 2011, p. 54.

[3] Cf. Ead., conexión telefónica 6-1 2-1 984: Juntos en camino, Ciudad Nueva, Buenos Aires 1988, pp. 48-49.

martes, 1 de julio de 2025

PALABRA DE VIDA DE JULIO DE 2025.

 «Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión» (Lc 10, 33).

Martine viaja en metro en una gran ciudad europea. Todos los pasajeros están concentrados en su móvil. Conectados virtualmente, pero en realidad atrapados en el aislamiento. Se pregunta: «¿Es que ya no somos capaces de mirarnos a los ojos?».

Es una experiencia común, sobre todo en las sociedades ricas de bienes materiales pero cada vez más pobres de relaciones humanas. Y sin embargo, el Evangelio vuelve siempre con su propuesta original y creativa, capaz de «hacer nuevas todas las cosas» (cf. Ap 21, 5).

En el largo diálogo con el doctor de la Ley que le pregunta qué hacer para heredar la vida eterna (cf, Lc 10, 25-37), Jesús le responde con la famosa parábola del buen samaritano: un sacerdote y un levita, figuras relevantes de la sociedad de aquel tiempo, ven al borde del camino a un hombre agredido por unos salteadores, pero pasan de largo.

«Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión».

Al doctor de la Ley, que conoce bien el mandamiento divino del amor al prójimo (cf. Dt 6, 5; Lv 19, 18), Jesús le pone como ejemplo un extranjero considerado cismático y enemigo: este ve al caminante herido y tiene compasión, un sentimiento que nace de dentro, del interior del corazón humano. Entonces interrumpe su viaje, se acerca a él y lo cuida.

Jesús sabe que toda persona humana está herida por el pecado, y esta es precisamente su misión: curar los corazones con la misericordia y el perdón gratuito de Dios, para que sean a su vez capaces de acercarse y compartir. «[…] Para aprender a ser misericordiosos como el Padre, perfectos como Él, tenemos que fijarnos en Jesús, revelación plena del amor del Padre. […] el amor es el valor absoluto que da sentido a todo lo demás, […] que encuentra su más alta expresión en la misericordia. Una misericordia que ayuda a ver siempre nuevas a las personas con las que vivimos cada día, en la familia, en clase o en el trabajo, sin recordar ya sus defectos ni sus errores; que nos ayuda no solo a no juzgar, sino a perdonar las ofensas sufridas. Incluso a olvidarlas»[1]

«Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión».

La respuesta final y decisiva se expresa con una clara invitación: «Vete y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37). Es lo que Jesús repite a cualquiera que acoja su Palabra: hacerse prójimos, tomando la iniciativa de tocar las heridas de las personas con las que nos cruzamos cada día en los caminos de la vida.

Para vivir la proximidad evangélica, pidamos ante todo a Jesús que nos cure de la ceguera de los prejuicios y la indiferencia, que nos impide ver más allá de nosotros mismos.

Luego, aprendamos del Samaritano su capacidad de compasión, que lo empuja a poner en juego su misma vida. Imitemos su prontitud en dar el primer paso hacia el otro y la disponibilidad a escucharlo, a hacer nuestro su dolor, sin juicios y sin la preocupación de estar «perdiendo el tiempo».

Esa es la experiencia de una joven coreana: «Traté de ayudar a un adolescente que no era de mi cultura y al que no conocía bien. Y sin embargo, aunque no sabía qué hacer ni cómo, me armé de valor y lo hice. Y con sorpresa me di cuenta de que, al prestar esa ayuda, yo misma me sentí curada de mis heridas interiores».

Esta Palabra nos ofrece la clave para practicar el humanismo cristiano: nos hace conscientes de nuestra humanidad compartida, en la que se refleja la imagen de Dios, y nos enseña a superar con valentía la categoría de la cercanía física y cultural. Desde esta perspectiva es posible ampliar las fronteras del nosotros hasta el horizonte del todos y recobrar los fundamentos mismos de la vida social.

Letizia Magri y el equipo de la Palabra de vida

 

Palabra de Vida se traduce a más de 90 lenguas e idiomas y se difunde por correo, prensa, radio, televisión e internet En la página web del Movimiento de los Focolares se encuentra publicada junto con testimonios que son fruto de ponerla en práctica. También promueve con sus contenidos el diálogo sobre la base de la fraternidad. Se puede acceder a través de este enlace https//www.focolares.es/



[1] C. Lubich, Palabra de vida de junio de 2002: Ciudad Nueva n. 388 (2002/6), p. 17.

domingo, 1 de junio de 2025

PALABRA DE VIDA DE JUNIO DE 2025

 «Dadles vosotros de comer» (Lc 9, 13).

Estamos en un lugar solitario cerca de Betsaida, en Galilea. Jesús está hablando del Reino a la muchedumbre. El maestro había ido allí con los apóstoles para que descansasen después de su larga misión por aquella región, en la que habían predicado la conversión «anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes» (Lc 9, 6). Cansados, pero con el corazón rebosante, contaban lo que habían vivido.

Sin embargo, la gente se entera y acude. Jesús acoge a todos: escucha, habla, cuida. La muchedumbre aumenta. Se acerca la noche y empiezan a tener hambre. Los apóstoles se dan cuenta y le proponen al maestro una solución lógica y realista: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida». Después de todo, Jesús ya había hecho mucho... Pero Él les responde:

«Dadles vosotros de comer».

Se quedan desconcertados. Es impensable: solo tienen cinco panes y dos peces para varios miles de personas; no es posible encontrar lo necesario en la pequeña Betsaida, y tampoco tendrían dinero para comprarlo.

Jesús quiere abrirles los ojos. Conmovido por las necesidades y los problemas de las personas, se dispone a dar una solución. Y lo hace partiendo de la realidad y valorando lo que hay. Es cierto, lo que tienen es poco, pero les encomienda una misión: ser instrumentos de la misericordia de Dios, que piensa en sus hijos. El Padre interviene, y sin embargo, los necesita.

El milagro requiere nuestra iniciativa y nuestra fe, que de ese modo crecerá.

«Dadles vosotros de comer».

Así pues, a la objeción de los apóstoles, Jesús responde ocupándose, pero les pide que hagan su parte, aunque sea pequeña. No la desdeña. No resuelve el problema en lugar de ellos. El milagro sucede, pero requiere que participen con todo lo que tienen, con lo que han podido conseguir y han puesto a disposición de Jesús para todos. Esto implica algún sacrificio y confianza en Él.

El maestro parte de la situación para enseñarnos a ocupamos, juntos, los unos de los otros. Ante las necesidades de los demás no valen excusas («no nos compete»; «no puedo hacer nada»; «tienen que apañarse, como hacemos todos» ...). En la sociedad que Dios ha pensado, son bienaventurados quienes dan de comer a los hambrientos, quienes visten a los pobres y van a ver a quienes lo necesitan (cf. Mt 25, 35-40).

«Dadles vosotros de comer».

La narración de este episodio nos recuerda la imagen del banquete que describe el libro de Isaías, un banquete que Dios mismo ofrece a todas las gentes, cuando Él «enjugará las lágrimas de todos los rostros» (/s 25, 8). Jesús manda que se sienten en grupos de cincuenta, como en las grandes ocasiones. Siendo Hijo, se comporta como el Padre, lo cual subraya su divinidad.

Él mismo lo dará todo hasta hacerse alimento por nosotros en la Eucaristía, el nuevo banquete de la comunión.

Ante tantas necesidades como surgieron en la pandemia del covid-19, la comunidad de los Focolares de Barcelona creó un grupo a través de las redes sociales en el que comparten las necesidades y ponen en común bienes y recursos. Y es impresionante ver cómo circulan muebles, alimentos, medicinas, electrodomésticos... Porque «solos podemos hacer poco -dicen-, pero juntos se puede hacer mucho». Aún hoy, el grupo Fent família contribuye a que nadie entre ellos pase necesidad, como en las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 4, 34).

Silvano Malini y el equipo de la Palabra de vida

lunes, 5 de mayo de 2025

PALABRA DE VIDA DE MAYO DE 2025 .

 «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21, 17).

La imagen es FANO, tomada de la red

El último capítulo del Evangelio de Juan nos lleva a Galilea, al lago de Tiberíades. Después de la muerte de Jesús, Pedro, Juan y otros discípulos han vuelto a su trabajo de pescadores, pero por desgracia la noche no ha sido fructífera.

El Resucitado se manifiesta allí por tercera vez y los exhorta a echar de nuevo las redes, y esta vez recogen muchos peces. Luego los invita a compartir la comida en la orilla. Pedro y los demás lo han reconocido, pero no se atreven a dirigirle la palabra.

Entonces Jesús le pregunta a Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que estos?». Por tres veces Jesús renueva la llamada solemne a Pedro (cf. Mt 16, 18-19) para cuidar de sus ovejas, de las que Él mismo es el Pastor (Jn 10, 14). Pedro sabe que ha fallado, y responde con humildad: «Tú sabes que te quiero».

Durante todo el diálogo, Jesús no le echa en cara su traición, no se explaya subrayando el error. Se acerca a él mostrándole sus posibilidades, lo introduce en su dolorosa herida para sanarla con su amistad. Lo único que pide es reconstruir la relación con confianza recíproca.

Y la respuesta de Pedro es un acto de consciencia de su debilidad y, al mismo tiempo, de confianza ilimitada en el amor acogedor de su Maestro y Señor:

«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».

También a nosotros Jesús nos hace la misma pregunta: ¿me amas? ¿Quieres ser mi amigo?

Él lo sabe todo: conoce los dones que hemos recibido de Él y también nuestras debilidades y heridas, a veces sangrantes. Aun así renueva su confianza, no en nuestras fuerzas, sino en la amistad con Él.

En esta amistad Pedro encontrará el valor de testimoniar el amor a Jesús hasta dar la vida.

«Momentos de debilidad, de frustración y de desaliento tenemos todos: [...] adversidades, situaciones dolorosas, enfermedades, muertes, pruebas interiores, incomprensiones, tentaciones, fracasos [...] Precisamente quien se siente incapaz de superar ciertas pruebas que se abaten sobre el cuerpo y sobre el alma, y por eso no puede contar con sus fuerzas, está en condiciones de fiarse de Dios. Y Él [...] interviene. Donde Él actúa, obra cosas grandes, que parecen más grandes precisamente porque brotan de nuestra pequeñez»[1].

Podemos presentarnos a Dios tal como somos y pedir su amistad, que cura. Abandonándonos en su misericordia podremos volver a la intimidad con el Señor y reanudar el camino con Él.

«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».

Esta Palabra de vida puede convertirse en oración personal, en nuestra respuesta para encomendarnos a Dios con nuestras pocas fuerzas y darle las gracias por los signos de su amor:

«[...] Te quiero porque has entrado en mi vida más que el aire en mis pulmones, más que la sangre en mis venas. Has entrado donde nadie podía entrar, cuando nadie podía ayudarme, cada vez que nadie podía consolarme. [...] Concédeme estarte agradecida -al menos un poco- durante el tiempo que me queda, por este amor que has derramado sobre mí y que me ha obligado a decirte: te quiero»[2].

También en nuestras relaciones familiares, sociales y eclesiales podemos aprender el estilo de Jesús: amar a todos, ser los primeros en amar, «lavar los pies» (cf. Jn 13, 14) a nuestros hermanos, sobre todo a los más pequeños y frágiles. Aprenderemos a acoger a cada uno con humildad y paciencia, sin juzgar, abiertos a pedir y recibir el perdón, para comprender juntos cómo caminar en la vida unos al lado de otros.

 

Letizia Magri y el equipo de la Palabra de Vida



[1] C. Lubich, Palabra de vida de julio de 2000: Ciudad Nueva n. 367 (2000/7), p. 24.

[2] C. Lubich, «Gratitud», en Pensamientos (1961): Escritos espirituales/1, Ciudad Nueva, Madrid 1995, pp. 156-157.

miércoles, 2 de abril de 2025

PALABRA DE VIDA DE ABRIL DE 2025.

 «Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?» 

(ls 43, 19).


El exilio en Babilonia y la destrucción del templo de Jerusalén habían provocado en el pueblo de Israel un trauma colectivo y les había planteado un interrogante teológico: ¿sigue estando Dios con nosotros, o nos ha abandonado? El fin de esta parte del libro de Isaías es ayudar al pueblo a entender lo que Dios está obrando, a fiarse de Él y así poder volver a la patria. Y precisamente en la experiencia del exilio es donde se revela el rostro de Dios creador y salvador.

«Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?».

Isaías recuerda el amor fiel de Dios por su pueblo. Su fidelidad se mantiene constante incluso durante el tiempo dramático del exilio. Aunque las promesas que había hecho a Abrahán se ven inalcanzables y el pacto de la Alianza pasa por momentos críticos, el pueblo de Israel sigue siendo un lugar especialmente privilegiado de la presencia de Dios en la historia. El libro profético aborda preguntas existenciales, fundamentales no solo para aquel tiempo: ¿quién lleva las riendas del discurrir y del sentido de la historia? Esta pregunta se puede plantear también a título personal: ¿quién tiene en mano el destino de mi vida? ¿Qué sentido tiene lo que estoy viviendo o lo que he vivido?

«Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?».

Dios actúa constantemente en la vida de cada uno, haciendo «algo nuevo». No siempre nos damos cuenta o conseguimos entender su sentido y su alcance porque aún son brotes o porque no estamos dispuestos a reconocer lo que Él está obrando. Distraídos por cosas que nos suceden, por las mil preocupaciones que nos atenazan el alma, por pensamientos que nos importunan, quizá no nos paramos suficientemente a observar esos brotes, que son la certeza de su presencia. Él nunca nos ha abandonado, y crea y recrea una y otra vez nuestra vida.

«Nosotros somos ese "algo nuevo", la "nueva creación" que Dios ha engendrado. [...] No sigamos mirando al pasado añorando todo lo bello que nos ha sucedido o lamentando nuestros fallos: creamos con fuerza en la acción de Dios, que puede seguir realizando algo nuevo»[1].

«Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?».

Junto con quienes comparten con nosotros el camino de nuestra existencia, nuestra comunidad, los amigos y los compañeros de trabajo, hagamos la prueba de trabajar, compartir y no perder la confianza de que las cosas pueden cambiar a mejor.

2025 es un año especial porque la fecha de la Pascua ortodoxa coincide con la de las otras denominaciones cristianas. Que este acontecimiento, la fiesta de la Pascua común, pueda ser un testimonio de la voluntad de las Iglesias por continuar dialogando sin descanso para afrontar juntos los desafíos de la humanidad y promover acciones conjuntas. Preparémonos, pues, a vivir este tiempo pascual con alegría plena, fe y esperanza. Así como Cristo ha resucitado, también nosotros, después de haber atravesado nuestros desiertos, dejémonos acompañar en este viaje por Aquel que guía la historia y nuestra vida.

 

Patrizia Mazzola y el equipo de la Palabra de vida



[1] Cf. C. Lubich, Palabra de vida, marzo 2004: Ciudad Nueva n. 407 (2004/3), p. 23.

lunes, 3 de marzo de 2025

PALABRA DE VIDA DE MARZO DE 2025 ,

 «¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?» (Lc 6,41).

Jesús baja de la montaña tras una noche de oración y elige a sus discípulos. Al llegar a una llanura les dirige un largo discurso que comienza con las Bienaventuranzas.

En el texto de Lucas son solo cuatro y se refieren a los pobres, los que tienen hambre, los que sufren y los afligidos, y añade otras tantas advertencias a los ricos, los hartos y los arrogantes (Lc 6, 20-26). Jesús convierte esta predilección de Dios por los últimos en su misión cuando, en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21), afirma que está lleno del Espíritu del Señor y que trae a los pobres la buena nueva, la liberación a los cautivos y la libertad a los oprimidos.

Luego exhorta a sus discípulos a amar incluso a los enemigos (Lc 6,27-35), un mensaje que se inspira en el comportamiento del Padre celestial: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6,36).

Esta afirmación es también el punto de partida de lo que sigue: «No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados» (Lc 6, 37). Luego, Jesús amonesta mediante una imagen intencionadamente disparatada:

«¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?».

Jesús conoce nuestro corazón de verdad. ¡Cuántas veces hacemos esta triste experiencia! Es fácil criticar errores y debilidades en un hermano o en una hermana sin tener en cuenta que así nos atribuimos una prerrogativa que corresponde solo a Dios. Para «sacarnos la viga» del ojo nos hace falta ser conscientes de que somos pecadores necesitados del perdón de Dios. Solo quien se da cuenta de su propia «viga» podrá entender sin juzgar y sin exagerar las fragilidades y flaquezas propias y de los demás.

Pero Jesús no invita a cerrar los ojos y dejar correr las cosas. Quiere que nos ayudemos mutuamente a llevar una vida nueva. También el apóstol Pablo pide con insistencia que nos preocupemos de corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles y ser pacientes con todos (cf. 1 Ts 5, 14).

«¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?»

¿Cómo poner en práctica esta Palabra de Vida?

En este tiempo de Cuaresma, podemos pedirle a Jesús que nos enseñe a ver a los demás como Él los ve, como Dios los ve. Y su mirada es una mirada de amor. Luego, para ayudarnos mutuamente, podríamos restablecer una práctica que fue determinante para el primer grupo de chicas de los Focolares en Trento.

«En los inicios -cuenta Chiara Lubich a un grupo de amigos musulmanes- no siempre era fácil vivir la radicalidad del amor. [...] También entre nosotras y en nuestras relaciones podía depositarse algo de polvo, y la unidad podía languidecer. Esto ocurría, por ejemplo, cuando nos dábamos cuenta de los defectos e imperfecciones de los demás y los juzgábamos, de modo que la corriente de amor recíproco se enfriaba. Para reaccionar ante esta situación se nos ocurrió un día sellar un pacto entre nosotras, y lo llamamos «pacto de misericordia». Decidimos, cada mañana, ver nuevo al prójimo con el que nos encontrásemos -en casa, en clase, en el trabajo, etc.- y no recordar en absoluto sus defectos, sino cubrirlo todo con el amor. [...] Era un compromiso fuerte, que asumimos todas juntas y que nos ayudaba a ser siempre las primeras en amar, a imitación de Dios misericordioso, el cual perdona y olvida»[1].

 

Augusto Parody y el equipo de la Palabra de Vida



[1] C. LUBICH, «El amor al prójimo», Charla con un grupo de musulmanes. Castel Gandolfo 1-11- 2002. Cf. El amor recíproco, Ciudad Nueva, Madrid 2013, pp. 109-110.