«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
La imagen es de Fano, tomada de la red
Según
un observatorio creado por tres universidades italianas, en un año ha habido
más de un millón de mensajes de odio en la red, y cada vez son más violentos
los dirigidos a extranjeros, a judíos y sobre todo a mujeres.
No
podemos generalizar, pero cada uno de nosotros ha experimentado en la familia,
en el trabajo, en el deporte, etc. comportamientos conflictivos y rivalidades
que ponen en peligro la convivencia social. Además, en el mundo hay 56
conflictos armados, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial, con
muchísimas víctimas civiles.
Con
este panorama, resuenan más provocadoras que nunca las palabras de Jesús:
«Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
«Todo
pueblo y toda persona tiene un profundo anhelo de paz, de concordia y de
unidad. Pero a pesar de los esfuerzos y la buena voluntad, después de milenios
de historia nos vemos incapaces de mantener una paz estable y duradera. Jesús
vino a traernos una paz que no es como la que "da el mundo" (Jn 14,
27), porque esta no es solo ausencia de guerra, de luchas, divisiones y
traumas. Su paz es mucho más: es plenitud de vida y de alegría, es salvación
integral de la persona, es libertad, justicia y fraternidad en el amor entre
todos los pueblos»[1].
En
el discurso de la montaña (Mt 5-7), Jesús se dirige a sus discípulos para
instruirlos. Hay que señalar que las ocho bienaventuranzas están en plural: es
decir, no se pone el acento en un comportamiento individual o en virtudes
personales, sino en una ética que se practica en grupo.
«Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
¿Quiénes
son los que trabajan por la paz? «El amor es por naturaleza creativo [...],
busca la reconciliación a cualquier precio. Son llamados hijos de Dios quienes
han aprendido el arte de la paz y lo practican, quienes saben que no hay
reconciliación sin dar la vida y que hay que buscar la paz siempre y en
cualquier caso. [...] No se trata de una obra autónoma fruto de las capacidades
que uno tiene: es una manifestación de la gracia que hemos recibido de Cristo,
que es nuestra paz, que nos ha hecho hijos de Dios»[2].
«Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
¿Cómo
vivir esta palabra? Difundiendo por todas partes el amor verdadero. Luego,
interviniendo cuando la paz esté amenazada en nuestro entorno. A veces basta
escuchar a las partes enfrentadas con amor, hasta el fondo, para ver una
salida.
Además,
no nos rendiremos mientras no se restablezcan las relaciones interrumpidas.
Podríamos poner en marcha iniciativas concretas para crear una mayor conciencia
de paz. Hay miles de propuestas en esta dirección: marchas, conciertos,
encuentros; y también el voluntariado activa una corriente de generosidad que
construye la paz.
Hay
programas de educación a la paz, como Living Peace[3]
Más de 2.600 colegios y grupos se adhieren a este proyecto, y más de dos
millones de niños, jóvenes y adultos de todo el mundo participan en sus
iniciativas: entre ellas, el «dado de la paz» -inspirado en el arte de amar de
Chiara Lubich[4]-, en cuyas caras hay
escritas frases que ayudan a construir relaciones de paz; y otra iniciativa es
el Time-out: cada día a las 12.00 se hace un minuto de silencio, de reflexión o
de oración por la paz.
Augusto Parodi y el equipo de
la Palabra de Vida
[1] C. Lubich,
Palabra de vida de enero de 2004, en Ciudad Nueva n. 405 (1/2004), 22.
[2] Francisco,
Audiencia general, 15-4-2020: La ley de Dios. Catequesis sobre los
mandamientos y las bienaventuranzas, Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp.
155-156.
[4] C. Lubich, El arte
de amar, Ciudad Nueva, Madrid 2006, 20122


