«¿Crees esto?» (Jn 11,26).
Jesús
está llegando a Betania, donde Lázaro lleva muerto cuatro días. Informada de
ello, su hermana Marta corre esperanzada a su encuentro. Jesús los quería mucho
a ella, a su hermana María y a Lázaro, como subraya el Evangelio (cf Jn 11, 5).
Aun en medio del dolor, Marta manifiesta al Señor su confianza en Él,
convencida de que si hubiese estado presente antes de morir su hermano, este
seguiría vivo, pero que incluso ahora, cualquier petición que hiciera a Dios
sería atendida. «Tu hermano resucitará» (Jn 11,23), afirma entonces Jesús.
«¿Crees esto?»
Después
de haber aclarado que se refiere a la vuelta de Lázaro a la vida física aquí y
ahora, y no solo a la que le espera al creyente después de la muerte, Jesús le
pide a María la adhesión de la fe, y no solo para realizar uno de sus milagros
-que el evangelista Juan llama «signos»-, sino para otorgarle a ella, como a
todos los creyentes, una vida nueva y la resurrección. «Yo soy la resurrección
y la vida» (Jn 11, 25), afirma Jesús. Y la fe que le pide es una relación
personal con él, una adhesión activa y dinámica. Creer no es como aceptar un
contrato que se firma una vez y ya no se vuelve a mirar, sino un hecho que
transforma e impregna la vida diaria.
«¿Crees esto?»
Jesús
invita a vivir una vida nueva aquí y ahora. Nos invita a experimentarla cada
día, sabiendo que, como hemos vuelto a descubrir en Navidad, él mismo nos la ha
traído, tomando la iniciativa de venir a buscarnos y viniendo entre nosotros.
¿Cómo
responder a su pregunta? Miremos a Marta, la hermana de Lázaro. En el diálogo
con Jesús le brota una profesión de fe plena en él. El original griego la
expresa aún con más fuerza. El «yo creo» que ella pronuncia significa «he
alcanzado a creer», «creo firmemente» que «tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
que iba a venir al mundo» (cf Jn 11, 27), con todas las consecuencias. Es una
convicción madurada con el tiempo, puesta a prueba en las diversas
circunstancias que ha afrontado en la vida.
El
Señor me dirige su pregunta también a mí. También a mí me pide una confianza
generosa en él y la adhesión a su estilo de vida, fundado en el amor generoso y
concreto a todos. La perseverancia madurará mi fe, que se reforzará al
constatar día tras día la verdad de las palabras de Jesús puestas en práctica,
y que no dejará de expresarse en mi actuar diario con todos. Para empezar,
podemos hacer nuestra la oración de los apóstoles a Jesús: «Auméntanos la fe» (Lc
17, 5).
«¿Crees esto?»
«Una
de mis hijas había perdido el trabajo a la vez que todos sus compañeros, ya que
el gobierno había cerrado la agencia pública donde trabajaban -cuenta Patricia,
de Latinoamérica-. Como forma de protesta, habían organizado una acampada ante
la sede. Yo procuraba apoyarlos participando en algunas de sus actividades, llevándoles
comida o simplemente parándome a hablar con ellos. El Jueves Santo, un grupo de
sacerdotes que los acompañaba decidió celebrar una ceremonia en la que se
ofrecían también espacios de escucha, se leyó el Evangelio y se llevó a cabo el
gesto del lavatorio de pies en recuerdo de lo que había hecho Jesús. La mayor
parte de los presentes no eran personas religiosas; sin embargo, fue un momento
de profunda unión, fraternidad y esperanza. Se sintieron abrazados, y,
emocionados, daban las gracias a aquellos sacerdotes que los acompañaban en
medio de la incertidumbre y el sufrimiento».
Esta
palabra de Jesús ha sido elegida lema para la Semana de oración por la unidad
de los cristianos de 2025. Así pues, recemos y apliquémonos para que nuestra
creencia común nos mueva a buscar la fraternidad con todos: esta es la
propuesta y el deseo de Dios para la humanidad, pero requiere nuestra adhesión.
La oración y la acción serán eficaces si nacen de esta confianza en Dios y de
nuestro actuar en consecuencia.
Silvano Malini
y el equipo de la Palabra de vida
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