lunes, 5 de mayo de 2025

PALABRA DE VIDA DE MAYO DE 2025 .

 «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21, 17).

La imagen es FANO, tomada de la red

El último capítulo del Evangelio de Juan nos lleva a Galilea, al lago de Tiberíades. Después de la muerte de Jesús, Pedro, Juan y otros discípulos han vuelto a su trabajo de pescadores, pero por desgracia la noche no ha sido fructífera.

El Resucitado se manifiesta allí por tercera vez y los exhorta a echar de nuevo las redes, y esta vez recogen muchos peces. Luego los invita a compartir la comida en la orilla. Pedro y los demás lo han reconocido, pero no se atreven a dirigirle la palabra.

Entonces Jesús le pregunta a Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que estos?». Por tres veces Jesús renueva la llamada solemne a Pedro (cf. Mt 16, 18-19) para cuidar de sus ovejas, de las que Él mismo es el Pastor (Jn 10, 14). Pedro sabe que ha fallado, y responde con humildad: «Tú sabes que te quiero».

Durante todo el diálogo, Jesús no le echa en cara su traición, no se explaya subrayando el error. Se acerca a él mostrándole sus posibilidades, lo introduce en su dolorosa herida para sanarla con su amistad. Lo único que pide es reconstruir la relación con confianza recíproca.

Y la respuesta de Pedro es un acto de consciencia de su debilidad y, al mismo tiempo, de confianza ilimitada en el amor acogedor de su Maestro y Señor:

«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».

También a nosotros Jesús nos hace la misma pregunta: ¿me amas? ¿Quieres ser mi amigo?

Él lo sabe todo: conoce los dones que hemos recibido de Él y también nuestras debilidades y heridas, a veces sangrantes. Aun así renueva su confianza, no en nuestras fuerzas, sino en la amistad con Él.

En esta amistad Pedro encontrará el valor de testimoniar el amor a Jesús hasta dar la vida.

«Momentos de debilidad, de frustración y de desaliento tenemos todos: [...] adversidades, situaciones dolorosas, enfermedades, muertes, pruebas interiores, incomprensiones, tentaciones, fracasos [...] Precisamente quien se siente incapaz de superar ciertas pruebas que se abaten sobre el cuerpo y sobre el alma, y por eso no puede contar con sus fuerzas, está en condiciones de fiarse de Dios. Y Él [...] interviene. Donde Él actúa, obra cosas grandes, que parecen más grandes precisamente porque brotan de nuestra pequeñez»[1].

Podemos presentarnos a Dios tal como somos y pedir su amistad, que cura. Abandonándonos en su misericordia podremos volver a la intimidad con el Señor y reanudar el camino con Él.

«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».

Esta Palabra de vida puede convertirse en oración personal, en nuestra respuesta para encomendarnos a Dios con nuestras pocas fuerzas y darle las gracias por los signos de su amor:

«[...] Te quiero porque has entrado en mi vida más que el aire en mis pulmones, más que la sangre en mis venas. Has entrado donde nadie podía entrar, cuando nadie podía ayudarme, cada vez que nadie podía consolarme. [...] Concédeme estarte agradecida -al menos un poco- durante el tiempo que me queda, por este amor que has derramado sobre mí y que me ha obligado a decirte: te quiero»[2].

También en nuestras relaciones familiares, sociales y eclesiales podemos aprender el estilo de Jesús: amar a todos, ser los primeros en amar, «lavar los pies» (cf. Jn 13, 14) a nuestros hermanos, sobre todo a los más pequeños y frágiles. Aprenderemos a acoger a cada uno con humildad y paciencia, sin juzgar, abiertos a pedir y recibir el perdón, para comprender juntos cómo caminar en la vida unos al lado de otros.

 

Letizia Magri y el equipo de la Palabra de Vida



[1] C. Lubich, Palabra de vida de julio de 2000: Ciudad Nueva n. 367 (2000/7), p. 24.

[2] C. Lubich, «Gratitud», en Pensamientos (1961): Escritos espirituales/1, Ciudad Nueva, Madrid 1995, pp. 156-157.

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