Apuraron hasta la última gota del cáliz.
Cuando
hablamos de mártires siempre se nos viene a la mente las persecuciones en el
coliseo romano, o las masacres de cristianos de otras épocas, como la de
nuestros mártires del Siglo XX en España. Pero no es raro ver en el telediario
como en tal lugar, han matado a un sacerdote o a una religiosa, o esa bomba que
que ha explotado mientras se estaba celebrando la Pascua en una iglesia egipcia.
La
prueba del martirio sigue visitando a los cristianos.
Ante
esto es necesario contar su testimonio, no podemos silenciar estas muertes, por
muy atroces que nos puedan parecer. Nosotros, como los primeros cristianos,
tenemos que honrar a nuestros mártires.
Si
nuestro único altar es Cristo, cada cristiano es un altar espiritual, llamados
a llevar una vida santa. Nuestros mártires son piedras vivas de la Iglesia.
Ellos llevaron al extremo el memorial de la muerte del Señor.
Nosotros,
mirándolos, podemos hacer nuestras las palabras del político pakistaní Shahbaz Bhatti, asesinado en marzo de 2011, por
islamistas a causa de su oposición a la ley de la blasfemia y por su defensa de
Asia Bibi, el no calló ante la contra la ley de la Blasfemia como una
herramienta de violencia contra las minorías, especialmente contra los
cristianos reconociendo que le podía costar la vida. Y llevó su compromiso
hasta el extremo de costarle la vida.
“Se me han propuesto – escribía – altos cargos en el Gobierno, y se me ha
pedido que abandone mi batalla, pero yo siempre me he negado, incluso a riesgo
de mi propia vida. No quiero popularidad, no quiero posiciones de poder. Sólo
quiero un lugar a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter, mis
acciones hablen por mí y digan que estoy siguiendo a Jesucristo. Este deseo es
tan fuerte en mí que me consideraría privilegiado si, en este esfuerzo mío y en
esta batalla mía por ayudar a los necesitados, los pobres, los cristianos
perseguidos de mi país, Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida. Quiero
vivir para Cristo y quiero morir por Él”.
Los mártires son de
Dios.
Paco H.
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