Escribíamos
hace casi tres años, en la primera entrada del blog, cuando compartíamos la razón de este blog que Dios es un Dios de vivos. Y esto no es
algo que sentimos, algo que imaginamos, como una utopía que está en lo alto.
No, Dios no es un Dios de muertos, lo dijo Jesús “yo he venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
Pensar
en tío Ángel, es ver llevada al extremo la confianza en Dios: “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis”
(Mt 10, 8), Si Dios dio su vida por nosotros, ellos fueron discípulos
aventajados del Maestro, también dieron su vida por El.
Mirar
a los santos, es una invitación a mirar a lo alto. Hoy no se nos pedirá dar la
vida como lo hicieron ellos, pero si se nos pide dar nuestro tiempo, nuestros
conocimientos, nuestra dedicación, se nos pide darnos a nosotros mismos.
Quizás
no sea una entrega cruenta, pero si tendremos que vencer nuestras limitaciones,
nuestras prevenciones, nuestras desganas. Cuantas veces nos recordaba Chiara
Lubich, esta invitación de Jesús a dar: “dar a los
pobres, a quien pide, a quien desea un préstamo; dar de comer a quien tiene
hambre, dar el manto a quien te pide la túnica; dar gratis... Él fue el primero
en dar: dio la salud a los enfermos, el perdón a los pecadores, la vida a todos
nosotros”.
Nuestras acciones adquieren otro valor
cuando actuamos así, pensando en los demás: “El amor nos dará ojos nuevos para intuir lo que los demás necesitan y
atenderlos con creatividad y generosidad. Y como fruto, se compartirán los
dones, porque el amor llama al amor”, continuaba Chiara en el comentario de
la Palabra de Vida de Octubre de 2006.
Dejemos atrás el respeto humano y
pongámonos a amar; olvidémonos de lo que nos han hecho, y pongámonos a amar.
Decía San Agustín “enamorarse de Dios es
el más grande de los romances; buscarlo, la mayor de las aventuras; encontrarlo,
la mayor de las realizaciones”.
¡Que no nos dé miedo, a ejemplo de los
santos, de enamorarnos de Dios!.
Paco
H.
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