Hablamos con los sobrinos
del beato D. Ángel Noguera Gallegos, granadino nacido en el Realejo, estudiante
de San Cecilio y párroco en Fuente Vaqueros y Albolodúy, antes de ser
martirizado en la localidad almeriense de Tabernas con apenas 27 años. El
recuerdo de sus familiares nos muestran la vida de un joven sacerdote bromista,
cercano a la gente y que llevó hasta el final la valentía de su fe.
Granada ha celebrado
recientemente la entrega de reliquias en la Santa Iglesia Catedral de varios de
sus mártires asesinados durante la persecución religiosa del s. XX. Uno de
ellos es el joven D. Ángel Noguera, nacido un 8 de diciembre de la Inmaculada
en Granada, bautizado en Santa Escolástica y estudiante de San Cecilio, que ya
con 12 años empezaba una formación humanística que encaminaba su vida hacia la
vocación sacerdotal, pese a la oposición abierta de su padre, simpatizante
anarquista.
Antonia y Bernardo Delgado
son dos de sus sobrinos directos que, si bien no llegaron a conocer a su tío,
no dejaron de oír hablar de él a través de su madre y de todas las personas que
pasaban por casa y que habían sido amigos del beato. Se dio la circunstancia de
que ambos sobrinos crecieron en Armilla, en la misma casa sacerdotal de
entonces. Por sus cuartos han pasado varios compañeros sacerdotes de D. Ángel,
además de varios obispos, que trataban con cariño a la hermana del beato. “Por entonces
a mi madre le llamaban ‘la niña’”, cuenta su sobrina, “hemos tenido mucha
relación con los compañeros de mi tío, porque querían además mucho a mi madre”.
Bernardo nos habla de cómo
disfrutó siempre escuchando la vida como estudiante de su tío, llena de
anécdotas y chascarrillos. Unas historietas que contaba uno de sus compañeros
de estudios, el sacerdote D. Nicolás Gómez Olmedo, con quien compartió años de
clases hasta el día en que ambos se ordenaron, y que pasó mucho
tiempo en casa de los Delgado Noguera. “A mí lo que más me gustó es la persona,
el carácter que tenía que tener de bromista y de juguetón”, comenta Bernardo,
“entre Nicolás y él hacían muchas bromas. Tenían una competitividad sana.
Siempre decían que Ángel no estudiaba mucho pero sacaba buenas notas, era muy
listo”.
UN
SACERDOTE QUE NO COMÍA EN CASA
Ambos sobrinos guardan
también memoria de todo lo que les contaba su madre de la vida de este joven
sacerdote en los dos pueblos a los que fue destinado: Fuente Vaqueros y
Albolodúy.
Lo vivido en estos pueblos
aún resuena en el corazón de sus sobrinos. De sus años en Fuente Vaqueros,
Antonia Delgado guarda memoria de la historia de un niño labrador, que
trabajaba precisamente en el campo de los García Lorca. “Los padres de García
Lorca no querían tener relación con la Iglesia”, comenta Antonia”, “y mi tío no
sé cómo fue que jugando también al fútbol vio que este muchacho no sabía leer
ni escribir, y le dijo: ‘si quieres, yo te enseño’. Y todos los días cogía un
ratillo, cuando él acababa las faenas del campo, y le enseñaba a leer y a
escribir. Los padres de García Lorca se enteraron y fueron a prohibirle que le
enseñara a leer y a escribir”. Lo impresionante de la historia es que este
mismo niño, ya de mayor, visitaba la casa sacerdotal donde vivía su hermana con
sus dos sobrinos, y se lo contaba de viva voz: 'es que vuestro tía no se
limitaba a ser cura, es que hacía de maestro, hacía de enfermero, hacía de
todo'”.
Su sobrino Bernardo también
recuerda las historias de su tío jugando al fútbol con los niños, “era muy alto
y muy patoso, se remangaba la sotana y se ponía a jugar con ellos”. De esta
vida en los pueblos, a él le ha quedado marcado su cercanía y su trato con le
gente: “Estaba todo el día en la calle, estaba siempre con la gente y comía
donde le pillaba. Se ganó muchísimo a la gente y ellos empezaron a ir mucho a
la Iglesia, también porque cantaba muy bien”, sostiene.
En Albolodúy, en donde ahora
se hallan alguna de sus reliquias, aún recuerdan a su hermana, la madre de
Bernardo y Antonia. “Era un hombre muy activo”, dice Antonia, que nos cuenta
todo lo que les contaron cuando fueron de visita a este pueblo de la Alpujarra
almeriense: “la gente contaba cómo iba a visitar a los abuelos, cómo iba a
llevarle a Jesús Eucaristía a los ancianos y enfermos, cómo jugaba con los
niños, cómo se remangaba la sotana y era uno más jugando al fútbol, cómo
formaba la coral… Todas esas cosas concretas han sido lo que a mí más me ha
llegado. Se veía su fidelidad en las cosas pequeñas, en las cosas cotidianas”.
EL
'TITO’ UNIVERSAL
La vida de D. Ángel Noguera
cambió radicalmente durante la persecución, que le llevó a ser apresado,
maltratado como un esclavo en barcos carboneros de la época y finalmente
ejecutado en el Pozo de la Lagarta del municipio almeriense de Tabernas.
Su proceso de beatificación
era algo que la familia esperaba, en especial su hermana. “Fíjate si esto fue
así”, explica Antonia, “que cuando un día viendo las noticias nos enteramos de
que el Papa había firmado el decreto de martirio, y por lo tanto el siguiente
paso era la beatificación, inconscientemente di un salto y le dije a mi marido:
‘voy a llamar a mi madre, voy a llamar a mi madre’, a pesar que ella ya había
muerto; porque su razón de ser era que la Iglesia reconociera el martirio de mi
tío”.
Con los años y ya
beatificado, sus sobrinos reconocen el aprendizaje que el testimonio de vida y
la entrega de su tío han supuesto para su fe. Para Antonia Delgado, la vida de
su tío le ha llevado a darse cuenta de que la santidad “está al alcance de cada
uno de nosotros, viviendo la voluntad de Dios en el momento presente”. Además
de eso, la beatificación le ha llevado a ver a su tío de otra forma, “nos ha
ampliado el horizonte en el sentido de que antes nuestro tío era nuestro y
nosotros siempre hablábamos ‘del tito, del tito’, como de algo nuestro. Ahora
sin embargo tenemos conciencia de que el tito no es nuestro, es universal, y
pertenece a la Iglesia. Allí hemos dado un salto en cuanto a la mentalidad, de
no verlo como posesión nuestra sino de la Iglesia y de la Iglesia universal”
Bernardo Delgado también ve
en la vida de su tío un ejemplo de cómo vivir la fe. “Su sacerdocio fue de vida
y de contacto con la gente, no fue un teórico. Eso para mí es más primordial,
desde mi punto de vista, y me llamaba mucho la atención. Yo creo, al menos en
mi opinión, que debería de ser así, contacto permanente con la gente, vivir la
vida con ellos”, concluye.
Entre todos los sobrinos hay
una cosa segura y es que hablan de su tío a todo el mundo.
Ignacio
Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada
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