«Quédate con nosotros, porque atardece» (Lc 24, 29).
Es la invitación, dirigida a un
desconocido en el camino desde Jerusalén al pueblo de Emaús, por dos compañeros
de viaje que «conversaban y discutían» sobre lo que había sucedido en la ciudad
en los días anteriores.
Parecía ser el único que no sabía
nada, y por eso los dos, que aceptan su compañía, le hablan de «un profeta
poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo» en el cual
habían depositado su confianza. Había sido entregado por los jefes de sus
sacerdotes y por las autoridades judías a los romanos, y luego condenado a
muerte y crucificado (cf. Lc 24, 19ss.). Una tragedia enorme cuyo sentido no
eran capaces de entender.
A lo largo del camino, el desconocido
los ayuda a captar el significado de aquellos acontecimientos a partir de la
Escritura y enciende de nuevo la esperanza en sus corazones. Al llegar a Emaús,
lo retienen para cenar: «Quédate con nosotros, porque atardece». Mientras están
a la mesa juntos, el desconocido bendice el pan y lo comparte con ellos. Un
gesto que permite reconocerlo: ¡el Crucificado estaba muerto y ahora ha
resucitado! E inmediatamente los dos cambian de planes: vuelven a Jerusalén a
buscar a los demás discípulos y darles la gran noticia.
También nosotros podemos
sentirnos desilusionados, indignados, desanimados por una sensación trágica de
impotencia ante las injusticias que golpean a personas inocentes e inermes. En
nuestra vida no faltan el dolor, la incertidumbre, la oscuridad... ¡Y cómo nos
gustaría transformarlos en paz, esperanza y luz para nosotros y para los demás!
¿Queremos encontrar a Alguien que
nos entienda hasta el fondo y nos ilumine el camino de la vida?
Jesús, el Hombre-Dios, para estar
seguro de llegar a cada uno de nosotros en lo profundo de su situación, aceptó
libremente pasar, como nosotros, por el túnel del dolor. Del dolor físico, pero
también del interior, desde la traición de sus amigos hasta sentirse abandonado
(cf. Mt 27, 46; Mc 15, 34) por ese Dios al que siempre había llamado Padre.
Gracias a esa confianza inquebrantable en el amor de Dios, superó ese inmenso
dolor y se volvió a entregar a Él (cf, Lc 23, 46). Y de Él recibió nueva vida.
También a nosotros nos ha llevado
por este mismo camino y quiere acompañarnos:
«…ÉI está presente en todo lo que
sabe a dolor... Procuremos reconocer a Jesús en todas las angustias y penurias
de la vida, en cualquier oscuridad, en las tragedias personales y de los demás,
en los sufrimientos de la humanidad que nos rodea. Son Él porque Él las ha
hecho suyas... Bastará con hacer algo concreto por aliviar sus sufrimientos en
los pobres... para encontrar una nueva plenitud de vida».
Cuenta una niña de siete años:
«Me dolió mucho cuando a mi padre lo metieron en prisión. Amé a Jesús en él y
por eso no lloré delante de él cuando fuimos a visitarlo».
Y una joven esposa: «Acompañé a
Roberto, mi marido, en sus últimos meses de vida tras un diagnóstico sin
esperanza. No me alejé de él ni un segundo. Lo veía a él y veía a Jesús...
Roberto estaba en la cruz, realmente en la cruz». El amor recíproco de ellos se
convirtió en luz para sus amigos, los cuales se vieron envueltos en una carrera
de solidaridad que no se ha interrumpido desde entonces, sino que se ha
extendido a otros y se ha plasmado en una asociación de promoción social,
«Abrazo planetario». «La experiencia vivida con Roberto -dice un amigo suyo-
nos ha llevado a recorrer un auténtico camino hacia Dios. Muchas veces nos
preguntamos qué sentido tienen el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Creo
que todos los que han recibido el regalo de recorrer este trecho de camino
junto a Roberto tienen ahora muy claro cuál es la respuesta».
En este mes todos los cristianos
celebrarán el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Es una ocasión
para avivar nuestra fe en el amor de Dios, que nos permite transformar el dolor
en amor; cualquier desgarro, separación, fracaso y hasta la muerte, pueden
convertirse también para nosotros en fuente de luz y de paz. Seguros de la cercanía
de Dios a cada uno de nosotros en cualquier situación, repitamos con confianza
la oración de los discípulos de Emaús: «Quédate con nosotros, porque atardece».
LETIZIA MAGRI
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