«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt 5, 5).
¿Quién
no ha llorado nunca en su vida? Y ¿quién no se ha cruzado con personas cuyo
sufrimiento rebosa entre las lágrimas? Hoy, cuando los medios de comunicación
nos traen a casa imágenes de todo el mundo, corremos el peligro de acostumbrarnos,
de endurecer el corazón ante una corriente de dolor que puede llegar a
arrollarnos.
También
Jesús lloró (cf. Jn 11,35; Lc 19,41) y conoció el llanto de su pueblo, víctima
de la ocupación extranjera. Muchos enfermos, pobres, viudas, huérfanos,
marginados y pecadores acudían a Él para escuchar su Palabra sanadora y ser
curados en el cuerpo y en el alma.
En
el Evangelio de Mateo, Jesús es el Mesías que cumple las promesas de Dios a
Israel, y por eso anuncia:
«Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados».
Jesús
no es indiferente a nuestra tribulación, y se implica personalmente en curar
nuestro corazón de la dureza del egoísmo, en colmar nuestra soledad y dar
fuerza a nuestra acción.
Así
dice Chiara Lubich en su comentario a esta misma Palabra del Evangelio: «[...]
Con estas palabras suyas, Jesús no quiere ofrecer a quien es infeliz una simple
resignación, prometiéndole una compensación futura. Él piensa también en el
presente. Pues su Reino, aunque no de manera definitiva, está ya aquí. Está
presente en Jesús, el cual, al resucitar de una muerte sufrida con la mayor
aflicción, venció a la muerte. Y está presente también en nosotros, en nuestro corazón
de cristianos: Dios está en nosotros. La Trinidad ha hecho morada en él. Así
pues, la bienaventuranza anunciada por Jesús puede hacerse realidad ya desde
ahora. [...] Los sufrimientos pueden perdurar, pero hay un nuevo vigor que nos
ayuda a llevar las pruebas de la vida y a ayudar a los demás en sus penas, a
superarlas, a verlas como Él las vio y las aceptó: como medio de redención».
«Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados»,
Siguiendo
las enseñanzas de Jesús, podemos aprender a ser, los unos para los otros,
testigos e instrumentos del amor tierno y creativo del Padre. Es el nacimiento
de un mundo nuevo, que sanea desde la raíz la convivencia humana y atrae la
presencia de Dios entre los hombres, fuente inagotable de consuelo para enjugar
las lágrimas.
Lena
y Philippe, libaneses, compartieron así su experiencia con los amigos de su
comunidad eclesial: «Queridos todos, os damos las gracias por vuestras
felicitaciones de Pascua, tan especial este año. Estamos bien y procuramos estar
atentos para no exponernos al virus. Sin embargo, como estamos en primera fila
en la acción «Parrainaqe Líban», no siempre podemos quedarnos en casa; salimos
cada dos días más o menos para proveer a las necesidades urgentes de varias
familias: dinero, ropa, comida, artículos de farmacia, etc. Ya antes de la
Covid-19 la situación económica del país era muy dura, y ahora ha empeorado,
como en todo el mundo. Pero la Providencia no nos falla: lo último llegó la
semana pasada de un libanés que vivía fuera del país. Le pidió a Lena asegurar
una comida completa, tres días a la semana, para doce familias durante todo el mes
de abril. Una bonita confirmación del amor de Dios, que no se deja vencer en
generosidad».
LETIZIA MAGRI
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