«Señor, ¿cuántas veces tengo que
perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» (Jn 6, 37)
El
capítulo 18 del Evangelio de Mateo es un texto riquísimo en el cual Jesús da
instrucciones a sus discípulos sobre cómo vivir las relaciones dentro de la
comunidad recién nacida. La pregunta de Pedro retoma las palabras que Jesús
acababa de pronunciar: «Si tu hermano peca contra ti...» (Mt 18, 15)[1]
Jesús está hablando y, al poco, Pedro lo interrumpe, como si se diese cuenta de
que no ha entendido bien lo que su Maestro acababa de decir. Y le hace una de
las preguntas más relevantes respecto al camino que debe recorrer un discípulo
de Él. ¿Cuántas veces hay que perdonar?
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas
que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?».
Preguntarse
forma parte del camino de fe. Un creyente no tiene todas las respuestas, pero
sigue siendo fiel aun haciéndose preguntas. El interrogante de Pedro no se
refiere al pecado contra Dios, sino más bien a qué hacer cuando un hermano
comete una culpa contra otro hermano. Pedro cree que es un buen discípulo que
puede llegar a perdonar hasta siete veces[2]. No se
espera la respuesta inmediata de Jesús, que desbarata sus seguridades: «No te
digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 22). Los
discípulos conocían bien las palabras de Lamec, el sanguinario hijo de Caín que
canta la repetición de la venganza hasta setenta veces siete[3].
Aludiendo a esta afirmación, Jesús contrapone a la venganza ilimitada el perdón
infinito.
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las
ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?».
No se
trata de perdonar a una persona que ofende continuamente, sino más bien de
perdonar repetidamente con el corazón. El perdón verdadero, el que nos haces
sentirnos libres, suele llegar gradualmente. No es un sentimiento, no es
olvidar: es la opción que los creyentes deberíamos hacer no solo cuando la
ofensa es repetida, sino incluso cada vez que la recordamos. Por eso hay que
perdonar setenta veces siete.
Escribe
Chiara Lubich: «Así pues, [...] Jesús tenía en mente sobre todo las relaciones
entre cristianos, entre miembros de la misma comunidad. Por tanto, debes
comportarte así ante todo con tus hermanos en la fe: en la familia, en el
trabajo, en clase y en tu comunidad, si formas parte de alguna. Sabes que es
normal querer compensar la ofensa recibida con una acción o una palabra
proporcionada. Y sabes que, por disparidad de caracteres, por nerviosismo o por
otras causas, es frecuente faltar al amor entre personas que viven juntas. Pues
bien, recuerda que solo una actitud de perdón renovada continuamente puede
mantener la paz y la unidad entre hermanos. Siempre tendrás tendencia a pensar
en los defectos de tus hermanos, a recordar su pasado, a querer que sean
distintos de cómo son... Es necesario adquirir el hábito de verlos con ojos
nuevos y a verlos nuevos en sí mismos, a aceptarlos siempre, inmediatamente y
hasta el fondo, aunque no se arrepientan»[4].
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las
ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?»
Todos
nosotros formamos parte de una comunidad de «perdonados», porque el perdón es
un don de Dios que siempre necesitamos. Deberíamos estar siempre asombrados de
la inmensidad de la misericordia que recibimos del Padre, que nos perdona si
también nosotros perdonamos a los hermanos[5].
Hay
situaciones en las que no es fácil perdonar, vicisitudes que derivan de
condiciones políticas, sociales o económicas en las que el perdón puede
adquirir una dimensión comunitaria. Hay muchos ejemplos de mujeres y hombres
que han conseguido perdonar aun en las situaciones más duras, ayudados por una
comunidad que los ha sostenido.
Osvaldo es
colombiano. Fue amenazado de muerte y vio cómo mataban a su hermano. Hoy es el
líder de una asociación ciudadana que se dedica a rehabilitar a personas que
estuvieron directamente implicadas en el conflicto armado de su país.
«Habría
sido fácil responder a la venganza con más violencia, pero dije no -explica
Osvaldo-: aprender el arte del perdón es muy, muy difícil, pero las armas o la
guerra no son nunca una opción para transformar la vida. El camino de la
transformación es otro, es poder llegar hasta el alma humana del otro, y para
ello no necesitas la soberbia ni ningún poder: hace falta humildad, que es la
virtud más difícil de alcanzar»[6].
LETIZIA MAGRI
[1]
En este versículo seguimos la Biblia de
la CEE, más próxima al original que la de Jerusalén [NdT].
[2] El número siete indica la totalidad, la completez: Dios crea el mundo en siete días (cf. Gn 1,1-2.4). En Egipto hay siete años de abundancia y siete de carestía (cf. Gn 41, 29-30)
[3] «Caín será vengado siete veces, más Lamec lo será setenta y siete» (Gn 4, 24).
[4]
C. LUBICH, Palabra de vida, octubre
1981, en EAD., Palabras de vida/1, Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 228-229.
[5]
Cf. oración del Padrenuestro, Mt 6,
9-13.
[6]
MADDALENA MALTESE (ed.), Unitá e iI nome
della pace: La strategia di Chiara Lubich, Cittá Nuova, Roma 2020, p. 31
No hay comentarios:
Publicar un comentario