«Haced todo con amor» (1 Co 16, 14)[1].
Este
mes nos dejamos iluminar, como luz para nuestro sendero (cf. Sal 119, 105), de
la palabra y de la experiencia del apóstol Pablo.
Él
nos anuncia también a nosotros, como a los cristianos de Corinto, un mensaje
fuerte: el núcleo del Evangelio es la caridad, el ágape, el amor desinteresado
entre hermanos.
Nuestra
Palabra de vida forma parte de la conclusión de esta carta, en la que la
caridad es abundantemente recordada y explicada en todos sus matices: es
paciente, servicial, ama la verdad, no busca su interés (1 Co 13)...
El
amor mutuo, vivido así en la comunidad cristiana, es bálsamo para las
divisiones que siempre la amenazan y signo de esperanza para toda la humanidad.
«Haced todo con amor»
Es
impactante que Pablo exhorte a actuar (en el texto griego) «estando en el
amor», como indicando una condición estable, un permanecer en Dios, que es
Amor.
Pues
¿cómo podríamos acogernos mutuamente y acoger a cada persona con esta actitud,
sino reconociendo que primero somos amados por Dios, incluso en nuestras
debilidades?
Esta
conciencia renovada es la que nos permite abrirnos sin miedo a los demás para
entender sus necesidades y ponernos a su lado, compartiendo recursos materiales
y espirituales.
Miremos
cómo actuó Jesús; él es nuestro modelo.
Él
siempre fue el primero en dar: «[...] la salud a los enfermos, el perdón a los
pecadores, la vida a todos nosotros. Al instinto egoísta de acaparar opone la
generosidad; al concentrarnos en nuestras propias necesidades, la atención al
otro; a la cultura del poseer, la del dar. No cuenta si podemos dar mucho o
poco. Lo que importa es cómo damos, cuánto amor ponemos hasta en un pequeño
gesto de atención al otro. [...] El amor es esencial, porque sabe acercarse al
prójimo incluso con un simple gesto de escucha, de servicio, de disponibilidad.
¡Qué importante [...] es tratar de ser el amor para cada uno! Encontraremos el
camino directo para entrar en su corazón y aliviarlos»[2].
«Haced todo con amor»
Esta
Palabra nos enseña a acercarnos a los demás con respeto, sin falsedad, con
creatividad, dejando espacio a sus mejores aspiraciones, para que cada uno
pueda dar su aportación al bien común.
Nos
ayuda a valorar cada ocasión concreta de nuestra vida diaria: «[...] las tareas
domésticas, del campo o del taller, los trámites administrativos, los deberes
del colegio o las responsabilidades en el campo civil, político y religioso.
Todo puede transformarse en servicio atento y solícito»[3].
Podríamos
imaginarnos un mosaico del Evangelio vivido con sencillez. Escriben unos
padres: «Cuando una vecina nos dijo, angustiada, que su hijo estaba en la
cárcel, aceptamos ir a visitarlo. Ayunamos el día antes de ir, esperando tener
la gracia de decirle lo que convenía. Después pagamos la fianza para liberarlo»[4].
Un
grupo de jóvenes de Buea (Camerún suroccidental) organizó una recogida de
fondos para ayudar a los desplazados internos a causa de la guerra[5]. Visitaron
a un hombre que había perdido un brazo en la huida. Convivir con esta
discapacidad se convirtió para él en un gran reto, pues sus hábitos cambiaron
drásticamente. «Nos dijo que nuestra visita le había dado esperanza, alegría y confianza.
Sintió el amor de Dios a través de nosotros», nos cuenta Regina. Añade Marita:
«Después de esta experiencia estoy convencida de que nada es demasiado pequeño
si se hace por amor... No hace falta más: el amor es el que mueve el mundo.
¡Comprobémoslo!».
Letizia Magri y el
equipo de la Palabra de vida.
[1] Para
este mes proponemos la Palabra de vida que un grupo de cristianos de Alemania
de distintas Iglesias han elegido para vivir a lo largo de todo el año.
[2] C.
LUBICH, Palabra de vida, octubre 2006, en Ciudad Nueva n. 435 (10/2006), p. 22.
[3] lbid.
[4] S. PELLEGRINI, G. SALERNO, M. CAPORALE (eds.}, Una
transformación silenciosa. Testimonios de familias de todo el mundo sobre
Amoris laetitia, Ciudad Nueva, Madrid 2022, p. 84.
[5] Texto adaptado de:
unitedworldprpject.org/es/workshop/camerun-compartir-con-Ios-desplazados/.
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