«Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt
11, 28).
Fatigados y sobrecargados: palabras que nos sugieren la imagen de
personas -hombres y mujeres, jóvenes, niños y ancianos- que de distintos modos
llevan pesos a lo largo del camino de la vida y esperan que llegue el día en
que se puedan liberar de ellos.
En este pasaje del Evangelio de Mateo, Jesús les dirige una invitación:
«Venid a mí...».
Jesús tenía a su alrededor a la muchedumbre que había venido a verlo y
a escucharlo; muchos de ellos eran personas sencillas, pobres, con poca
formación, incapaces de conocer y respetar todas las complejas prescripciones
religiosas de su tiempo. Además pesaban sobre ellos los impuestos y la administración
romana, una carga muchas veces imposible de sobrellevar. Se encontraban en
apuros y buscaban a alguien que les ofreciese una vida mejor.
Con su enseñanza, Jesús mostraba una atención especial por ellos y por
todos los que estaban excluidos de la sociedad porque se los consideraba
pecadores. Él deseaba que todos pudiesen comprender y acoger la ley más
importante, la que abre la puerta de la casa del Padre: la ley del amor. Pues
Dios revela sus maravillas a quienes tienen un corazón abierto y sencillo.
Pero Jesús nos invita hoy, también a nosotros, a acercarnos a Él. Él se
manifestó como el rostro visible de Dios, que es amor, un Dios que nos ama
inmensamente tal como somos, con nuestras capacidades y nuestras limitaciones,
nuestras aspiraciones y nuestros fracasos. Y nos invita a fiarnos de su ley,
que no es un peso que nos aplasta, sino un yugo ligero capaz de llenarles el
corazón de alegría a cuantos la viven. Esa ley requiere que nos comprometamos a
no replegarnos sobre nosotros mismos, sino a hacer de nuestra vida, día a día,
un don cada vez más pleno a los demás.
«Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso».
Jesús también hace una promesa: «...os daré descanso».
¿De qué modo? Ante todo, con su presencia, que se hace más neta y
profunda en nosotros si lo elegimos como punto firme de nuestra existencia; y
luego, con una luz especial que ilumina nuestros pasos de cada día y nos hace
descubrir el sentido de la vida incluso cuando las circunstancias externas son
difíciles. Si además comenzamos a amar como Jesús mismo hizo, encontraremos en
el amor la fuerza para seguir adelante y la plenitud de la libertad, porque de
esta manera la vida de Dios se abre paso en nosotros.
Escribe Chiara Lubich: «Un cristiano que no esté siempre en la tensión
de amar no merece el nombre de cristiano. Porque todos los mandamientos de
Jesús se resumen en uno solo: amar a Dios y al prójimo, en quien vemos y amamos
a Jesús. El amor no es un mero sentimentalismo, sino que se traduce en vida
concreta, en servir a los hermanos, en especial a los que tenemos al lado, y
empezar por las pequeñas cosas, por los servicios más humildes. Dice Carlos de
Foucauld: "Cuando amamos a alguien, estamos realmente en él, estamos en él
con el amor, vivimos en él con el amor; ya no vivimos en nosotros mismos,
estamos desapegados de nosotros mismos, fuera de nosotros mismos". Y
precisamente gracias a este amor se abre paso en nosotros su luz, la luz de
Jesús, según su promesa: "El que me ame... me manifestaré a él" (Jn
14, 21). El amor es fuente de luz: amando se comprende más a Dios, que es
Amor».
Acojamos la invitación de Jesús a acudir a Él y reconozcámoslo como
fuente de nuestra esperanza y de nuestra paz.
Acojamos su mandamiento y esforcémonos por amar como hizo Él, en las
mil ocasiones que nos suceden cada día en la familia, en la parroquia, en el
trabajo: respondamos a la ofensa con el perdón, construyamos puentes en lugar
de muros y pongámonos al servicio de quienes sienten el peso de las dificultades.
Descubriremos que esta ley no es un peso, sino un ala que nos llevará a
volar alto.
LETIZIA MAGRI
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