«La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío»
(Jn 20, 21).
Después del relato trágico de la
muerte de Jesús en la cruz, que ha sumido a los discípulos en el miedo y el
desánimo, el evangelista Juan anuncia una novedad sorprendente: ¡Él ha
resucitado y ha vuelto entre su gente! Por la mañana del día de Pascua se ha
dejado ver y reconocer por María de Magdala, y esa misma tarde se aparece a
otros discípulos, encerrados en casa por ese profundo sentimiento de desánimo y
derrota que los ha invadido.
Él va a buscarlos, quiere
reunirse de nuevo con ellos. No importa que lo hayan traicionado o hayan huido
ante el peligro; Él se aparece con los signos de la pasión: las manos y el
pecho heridos, traspasados, desgarrados por el suplicio de la cruz. Su primera
palabra es un deseo de paz, un verdadero regalo que penetra en el alma y
transforma la vida.
Y entonces los discípulos lo
reconocen por fin y recobran la alegría; se sienten también ellos sanados,
consolados, iluminados, de nuevo con su Maestro y Señor.
Luego el Resucitado encomienda a
este grupito de hombres frágiles una ardua tarea: ir por los caminos llevando
al mundo la novedad del Evangelio, como ha hecho Él mismo. ¡Qué valor! Como el
Padre se fio de Él, así Jesús les da a ellos toda su confianza.
Por último, añade Juan, Jesús
«sopla sobre ellos», es decir, comparte con ellos su misma fuerza interior, el
mismo Espíritu de amor que renueva los corazones y las mentes.
«La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os
envío»,
Jesús ha recorrido toda la
existencia humana: ha experimentado la alegría de la amistad y el dolor de la
traición, el esfuerzo del trabajo y el cansancio del camino; sabe de qué
estamos hechos, conoce las limitaciones, sufrimientos y fracasos que nos
acompañan cada día. Igual que a sus discípulos encerrados, sigue buscándonos a
cada uno en nuestra oscuridad, en nuestra cerrazón, sigue creyendo en nosotros.
Jesús Resucitado nos propone
hacer con Él una experiencia de vida nueva y de paz para que podamos después
compartirla con los demás. Nos manda a dar testimonio de nuestro encuentro con
Él, a «salir» de nosotros mismos, de nuestras frágiles certezas y de nuestras
fronteras, para extender en el tiempo y en el espacio la misma misión que Él
recibió del Padre: anunciar que Dios es Amor.
«La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os
envío».
Así comenta Chiara Lubich esta
misma Palabra de vida en mayo de 2005: «Hoy ya no bastan las palabras. [...] El
anuncio del Evangelio será eficaz si se apoya en el testimonio de la vida, como
los primeros cristianos, que podían decir: "Os anunciamos lo que hemos
visto y oído..." (1 Jn 1,2-3); será eficaz si también de nosotros se puede
decir, como de ellos: "Mira cómo se aman unos a otros y cómo están
dispuestos a morir el uno por el otro"; será eficaz si somos concretos en
el amor y damos a quien tiene necesidad, y sabemos dar alimento, vestido y casa
a quien no lo tiene, amistad a quien se encuentra solo o desesperado, apoyo a
quien pasa por una prueba. Si vivimos así daremos testimonio en el mundo de la
fascinación de Jesús y, siendo otros Cristo, su obra continuará también gracias
a esta aportación».
«La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os
envío»,
También nosotros podemos ir a
buscar a Jesús en los hombres y mujeres víctimas del dolor y de la soledad.
Podemos ofrecernos con respeto a ser sus compañeros en el camino de la vida,
hacia la paz que Jesús da.
Es lo que hace María Pía con sus
amigos en un pequeño centro del sur de Italia donde trabajan al servicio de
migrantes cuyos rostros expresan historias de dolor, de guerra y de violencia.
« ¿Qué es lo que procuro hacer
yo? -se pregunta María Pía-. Es Jesús quien da sentido a mi vida, y sé que
puedo reconocerlo y encontrarlo sobre todo en los hermanos más heridos; a
través de nuestra asociación -cuenta- ofrecimos clases de italiano y ayuda para
buscar casa y trabajo, atendiendo las necesidades materiales. Les preguntamos
si necesitaban también apoyo espiritual, una propuesta que fue recibida con
alegría por las mujeres ortodoxas de las clases de italiano. A un centro de
acogida para migrantes llegaron también cristianos de la Iglesia Evangélica
Bautista. Nos organizamos con el pastor bautista para acompañarlos el domingo a
su lugar de culto, que distaba bastantes kilómetros. De este amor concreto
entre cristianos ha nacido una amistad que se ha consolidado también gracias a
actos culturales, mesas redondas y conciertos. Nos hemos descubierto como un "pueblo"
que busca y encuentra nuevos caminos de unidad en la diversidad para dar
testimonio a todos del Reino de Dios».
LETIZIA MAGRI
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