«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1,8).
El libro de los Hechos de los
Apóstoles, escrito por el evangelista Lucas, comienza con la promesa que Jesús
Resucitado hace a los apóstoles poco antes de dejarlos para volver
definitivamente al Padre: recibirán de Dios mismo la fuerza necesaria para
continuar anunciando y construyendo su Reino en la historia humana.
No se trata de alentar un «golpe
de estado» o de lanzar a un poder político o social en contra de otro, sino de
la acción profunda del Espíritu de Dios cuando es acogido en los corazones, que
hace «hombres nuevos».
Al poco tiempo descenderá el Espíritu
Santo sobre los discípulos reunidos con María, y ellos, partiendo de la ciudad
santa de Jerusalén, difundirán el mensaje de Jesús hasta los «confines de la
tierra».
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos».
Los apóstoles, y con ellos todos
los discípulos de Jesús, son enviados como «testigos».
En efecto, cuando el cristiano
descubre a través de Jesús lo que quiere decir ser hijo de Dios, descubre
también que es enviado. Nuestra vocación y nuestra identidad de hijos se
realizan con la misión, yendo hacia los demás como hermanos. Todos estamos
llamados a ser apóstoles que testimonian con su vida y luego, si hace falta,
con la palabra.
Somos testigos cuando adoptamos
el estilo de vida de Jesús. Es decir, cuando cada día, en nuestro entorno
familiar, laboral, de estudio o de ocio nos acercamos a las personas con
espíritu de acogida y con ánimo de compartir, pero teniendo en el corazón el
gran proyecto del Padre: la fraternidad universal.
Cuentan Marilena y Silvano:
«Cuando nos casamos queríamos ser una familia acogedora con todos. Una de las
primeras experiencias la hicimos en vísperas de Navidad. No queríamos que las
felicitaciones fuesen un saludo apresurado a la salida de la iglesia, y se nos
ocurrió la idea de ir nosotros a casa de nuestros vecinos llevando un detalle. Todos se mostraban sorprendidos y contentos,
especialmente una familia que muchos procuraban evitar: nos abrieron el
corazón, nos contaron sus dificultades, nos dijeron que nadie había ido a su
casa en muchos años. La visita duró más de dos horas, y nos conmovimos al ver
la alegría de aquellas personas. Así, poco a poco, con el único esfuerzo de
estar abiertos con todos, entablamos relación con muchas personas. No siempre
ha sido fácil, porque a veces una visita imprevista nos cambiaba los planes,
pero siempre teníamos en cuenta que no podíamos perder estas ocasiones de crear
relaciones fraternas. Una vez nos regalaron una tarta y se nos ocurrió
compartirla con una señora que nos había ayudado a encontrar regalos para
mandar a Brasil. Le encantó la idea, y a nosotros nos dio la ocasión de conocer
a su familia. Al despedirnos, nos dijo: "Ojalá tuviese yo este valor de ir
a ver los demás"».
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos»
Todos los cristianos hemos
recibido el Espíritu Santo como regalo en el bautismo, pero Él habla también a
la conciencia de todas las personas que buscan sinceramente el bien y la
verdad. Por eso todos podemos hacer sitio al Espíritu de Dios y dejarnos guiar.
¿Cómo reconocerlo y escucharlo?
Puede ayudarnos este pensamiento
de Chiara Lubich: «[...] El Espíritu Santo habita en nosotros como en su
templo, nos ilumina y nos guía. Es el Espíritu de verdad que hace comprender
las palabras de Jesús, las hace vivas y actuales, nos enamora de la Sabiduría,
sugiere lo que debemos decir y cómo debemos decirlo. Es el Espíritu de Amor que
nos inflama con su mismo amor, nos hace capaces de amar a Dios con todo el
corazón, el alma y las fuerzas, y de amar a todos los que se cruzan en nuestro
camino. Es el Espíritu de fortaleza que nos da el valor y la fuerza de ser
coherentes con el Evangelio y dar siempre testimonio de la verdad. [...] Con y
por este amor de Dios en el corazón podemos llegar lejos y hacer partícipes a
muchísimas otras personas de nuestro descubrimiento: [...] los "confines
de la tierra" no son solo los geográficos. También indican, por ejemplo,
personas cercana a nosotros que aún no han tenido la alegría de conocer en
verdad el Evangelio. Hasta ahí tiene que llegar nuestro testimonio. [...] Por
amor a Jesús se nos pide "hacernos uno" con cada cual, olvidándonos
completamente de nosotros mismos, hasta que el otro, dulcemente herido por el
amor de Dios en nosotros, quiera "hacerse uno" con nosotros en un
intercambio recíproco de ayuda, de ideales, de proyectos y de afectos. Solo
entonces podremos dar la palabra. Y será un don, por la reciprocidad del amor».
LETIZIA MAGRI
No hay comentarios:
Publicar un comentario